Salud del Anciano. José Fernando Gomez Montes

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Salud del Anciano - José Fernando Gomez Montes LIBROS DE TEXTO

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que, en tiempos de Justiniano, la esperanza de vida al nacer era de 30 años, a los 30 la esperanza era de 20 y a los 60 años, de 5 años. La proporción de mayores de 60 años estaba entre 5 y 8%. El número de ancianos no cesó de aumentar y en el siglo III d. C. entre 7 y 8% de la población de Roma tenía 60 años o más, aumentaba a 10% en la periferia y bastante más en las provincias. Igual que en Grecia, los hombres eran más numerosos puesto que la mortalidad femenina asociada al embarazo y al parto era muy elevada.

      Los romanos eran prácticos, solo luchaban por el poder, no por la religión, la ideología o la raza; admiraban lo grande y noble. Poco dados a generalizar, hablaban más de los ancianos que del envejecimiento, de hecho, De senectute, la obra de Cicerón, es más un compendio de ejemplos individuales que un tratado sobre el envejecimiento. Los romanos criticaron a los individuos, no a un grupo de edad y salvaguardaron la complejidad, las contradicciones y la ambigüedad de la vejez, sus miserias y su grandeza.

      A lo largo de la edad Media se transmitieron y acentuaron ciertos estereotipos asumidos de las tradiciones culturales precedentes. Se destaca San Agustín, puesto que es quien dignifica la visión cristiana de la persona mayor, ya que de ella se espera un equilibrio emocional y la liberación de las ataduras de los deleites mundanos. San Agustín habla de seis edades y según él la vejez comienza a los 60 años, igual que entre los romanos, y puede durar hasta los 120. De otro lado, Santo Tomás de Aquino afianzó el estereotipo aristotélico de la vejez como decadencia física y moral. Los autores cristianos también utilizan la imagen de la vejez en el campo moral, de manera alegórica. La decrepitud y la fealdad constituyen una excelente imagen del pecado, pues de hecho son su consecuencia, incluso la vejez simboliza el castigo divino a los pecados de los hombres, los ancianos virtuosos son la excepción.

      En una época en que la cristianización era aún superficial, la pobreza era testimonio del pecado y de la decadencia del hombre, se habla de una vejez como el tiempo en el cual faltan las fuerzas, y aumentan la cantidad y gravedad de los vicios. El anciano es un ser débil que no se diferencia de los mendigos o de los enfermos. Los ancianos existen como individuos solamente entre las clases altas, así, no faltan en las listas de reyes, cardenales, señores o burgueses, no en los medios humildes en los cuales la mortalidad es más alta, a pesar de ello se dice que entre el 10 y el 11% eran mayores de 60 años. De forma paradójica, también es posible encontrar en esta época que la vejez física se niega en beneficio de una vejez abstracta y sin relación con la edad, sinónimo de virtud y de sabiduría, que se aplica especialmente a los hombres de la iglesia. La civilización cristiana inscribe el tiempo en la eternidad en la cual la vida no es más que un fragmento y la vejez un momento sin edad.

      En la Alta Edad Media, no se encuentran muchas referencias a los ancianos. En general, no es que no existieran, es que no contaban. Su papel no fue muy importante, eran hombres, dependientes y una carga para la familia. Entre los merovingios y los carolingios, la longevidad era parecida a la actual, de hecho, tal como en la Baja Edad Media, en el seno de la iglesia los ancianos eran particularmente numerosos y muy activos.

      En esta época prevaleció la ley del más fuerte, ley en la cual los ancianos rara vez eran ganadores, sin embargo, contrastes y contradicciones también caracterizan esta época y en ella continuaron las grandes diferencias, especialmente entre ricos y pobres: envejecer en el siglo XIII no era dramático con la condición de poder mantener el estatus o de poder pagarse un retiro. Los ancianos ricos entraban a un monasterio a fin de asegurarse el cuidado de la salud. Esta práctica nació en el siglo VI, se amplificó en el siglo VIII y creció aún más, especialmente en el XI, con la multiplicación de los monasterios e implicó dos cosas importantes: de un lado, la vejez empezó a ser sinónimo de retiro y de ruptura con el mundo y, a la vez, de segregación. Sin embargo, el retiro es privilegio de unos pocos, entre los pobres no hay retiro, si la familia no lo acoge, el anciano entra a formar parte del grupo de mendigos, enfermos, locos, huérfanos, es decir, entre la masa de “pobres”, no se diferencia de ellos: los pobres no tienen edad. Aunque la edad caracteriza ciertas situaciones, no es un criterio determinante, fuera de la incapacidad física, la noción de vejez es aún confusa en el espíritu medieval. El concilio de Maguncia en 1261 instauró que cada monasterio debía estar equipado de una enfermería para recoger a los ancianos pobres.

      A partir del siglo XI los documentos empezaron nuevamente a hablar de la vejez como parte de la vida, a describirla, a buscar sus causas y sus remedios, aunque los textos están marcados por la abstracción y el pesimismo. Este resurgimiento puede deberse en parte a que en los siglos XIV y XV la proporción de ancianos aumentó porque la peste se encargó especialmente de los niños y de los adultos jóvenes y las mujeres aún morían de condiciones asociadas al embarazo y al parto. Esta resistencia de los ancianos modificó ciertas estructuras y representaciones, por ejemplo, la vejez empezó a encarnar la duración, la permanencia. El poder y la autoridad, la riqueza y los negocios se concentran en los ancianos porque ellos están allí, permanecen. Se ha establecido que a finales del siglo XIV y principios del XV los ancianos representaban el 15% de la población, aunque, por ejemplo, en Inglaterra en ese momento la esperanza de vida era de 20 años y un hombre de 40 años era considerado viejo.

      En la época del Renacimiento se rechazó lo “senil” y lo “viejo”, se evadió el tema de la muerte, se dio una imagen melancólica de la persona mayor e incluso se le atribuyeron artimañas, brujerías y enredos. El Renacimiento libró una batalla encarnizada contra la vejez. El envejecimiento era el enemigo por excelencia, mínimamente contrarrestado por la permanencia del estereotipo de la sabiduría.

      La vejez, invencible absoluta, se consideraba detestable y fascinante. En consecuencia, se utilizaron todos los medios disponibles para prolongar la juventud: medicina, magia, brujería, fuente de la juventud, utopía. El hombre oscilaba entre la lamentación y la inventiva. Vejez y muerte eran escandalosas, las dos van de la mano, la una anuncia la otra. A partir de aquí, la cara del anciano empezó a percibirse, ante todo, como la máscara de la muerte. Con la vejez se pierden todas las virtudes del hombre ideal: belleza, fuerza, espíritu de decisión, capacidad intelectual. La vejez priva del amor y de los place-res terrestres, es sufrimiento y debilidad, es el mal que todos sueñan suprimir.

      Mas tarde, durante el período Barroco adquirieron la máxima actualidad y cultivo los temas del control de los vicios y pasiones, el perfeccionamiento constante en la vida y, en la vejez, el problema de la muerte.

      En el siglo XVI aún no se comprendían ni la vejez ni el envejecimiento, y médicos y científicos se dedicaron a encontrar recetas que protegieran del envejecimiento. Los regímenes saludables, los elixires alquímicos y toda suerte de consideraciones mágicas y religiosas entraron en boga, muchas de estas recetas perduran aún.

      En cuanto a la vejez, para Montaigne un destino personal que el hombre debe aceptar, ya no hay armonía entre cuerpo y espíritu, el primero domina el segundo impidiéndole sus proyectos y grandes perspectivas. Así el hombre debe reducir su papel, hacerse discreto y prepararse para la muerte con estoicismo y sin remordimientos inútiles. Por su parte Shakespeare, da a la vejez una dimensión intemporal y universal. Es la culminación de la vida, pero una culminación trágica: fealdad, sufrimiento, enfermedad y regreso a la infancia.

      Estas consideraciones llevan a afirmar que, contrariamente a lo que se pensaba en la Edad Media, en el Renacimiento la edad y el envejecimiento son temas que preocupan más allá de consideraciones abstractas, cósmicas o naturales y se intenta dar una definición precisa de vejez no relacionada con la edad. La academia francesa en 1680 juzgó necesario rodear

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