Salud del Anciano. José Fernando Gomez Montes

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Salud del Anciano - José Fernando Gomez Montes LIBROS DE TEXTO

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del calor y la humedad, a la vejez, en la cual se impondría el dominio de la sequedad y la frialdad.

      En la vejez el cuerpo se seca, se enfría y se vuelve rígido como resultado de la disminución del combustible para mantener el calor natural y el espíritu. Según Galeno, no existe ninguna enfermedad que pudiera catalogarse como “natural”, para él la vejez es una etapa de toda vida que sobrepasa la madurez. Galeno en su Gerocomica da recomendaciones para el cuidado de la salud del anciano y para retrasar el deterioro orgánico provocado por el envejecimiento: el cuerpo viejo debe ser calentado y humedecido. Los ancianos deben tomar baños calientes, hacer dietas específicas, beber vino y permanecer activos.

      El concepto del calor inne o innato, con el cual nace todo ser viviente, se mantiene durante mucho tiempo y evoluciona hacia el concepto de pérdida de la energía vital. A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, todo el mundo estaba de acuerdo en que el envejecimiento era el reflejo del consumo de un principio activo que se llamaba energía vital o fermento vital. La aceptación de esta explicación por parte de la medicina griega justifica que Galeno se mostrara contrario a la identificación que sostuvo Aristóteles de la vejez como enfermedad; la vejez, para la medicina griega, sería un estado natural, pues, en palabras de Galeno, “no es otra cosa que la constitución seca y fría del cuerpo, resultado de una larga vida”. Este es el origen de la metáfora que se ha usado durante mucho tiempo y que compara la vida con la llama de una lámpara de aceite que se acaba con el paso de los años. Esta explicación fue asimilada por la medicina árabe, recogida por los médicos medievales y reafirmada por los médicos humanistas del Renacimiento y su vigencia se prolongó hasta bien avanzado del siglo XIX.

      Los médicos griegos no hicieron distinción en los modos de enfermar de adultos y ancianos, designando a estos últimos como ‘enfermos de edad avanzada’. La vejez, edad final de la vida según Aristóteles, era en sí misma una enfermedad, una dolencia incurable. Como ya se dijo, esta suposición mantuvo su vigencia durante mucho tiempo en la medicina europea, de hecho, algunos médicos buscaron ampliar su contenido incorporando a las recomendaciones dietéticas e higiénicas, la descripción de enfermedades observadas en los ancianos, y así figuran en los libros de David de Pomis, que publica finalizando el siglo XVI, y Aurelio Anselmi, que se imprime iniciada la siguiente centuria. El doble intento atestigua su incapacidad para dar forma a una patología particular al anciano, y la razón del fracaso, según algunos, estriba en que la experiencia clínica se limita al ámbito social en el que ejercieron y no pudo contrastarse con una práctica hospitalaria, la única que podía permitir estudiar enfermos adultos y ancianos que padecieran idénticas dolencias y descubrir diferencias tanto en la clínica como en el pronóstico.

      En la sociedad medieval, se conservó la tradición grecorromana, el conocimiento y los textos relacionados con el envejecimiento y la vejez mantuvieron los preceptos galénicos que buscaban preservar la salud y retardar la aparición de los signos de decrepitud propios de la vejez. Fue la cultura árabe, especialmente a través del Canon de Avicena, la que sirvió como texto de enseñanza en las universidades occidentales. Avicena mantuvo el legado griego y romano sobre el concepto de ancianidad, tomó los planteamientos de Galeno e insistió en la influencia del clima, del régimen alimenticio, de la bebida de las excreciones (urinaria y fecal) y del ejercicio físico en el proceso de envejecimiento. Los principios dietéticos e higiénicos de la obra galénica reaparecieron en un Régimen de los ancianos de Avicena y en los regimina medievales, textos de literatura médica que tratan especialmente la importancia de la dietética en la salud. Moisés Maimónides quien vivió en el siglo XII, considerado por algunos como el padre de la geriatría, recomendaba a las personas viejas evitar los excesos, mantenerse limpias, beber vino y buscar cuidado médico en forma regular. En la Edad Media, aún se conservaba la concepción de la vejez como seca y fría, también evidente en los textos San Isidoro de Sevilla y Arnold de Vilanova en Francia, quienes además buscaron el elixir de la eterna juventud.

      En general, en la Alta Edad Media se aceptaba y generalizaba la equiparación de enfermedad y ancianidad, ya postulada por Hipócrates. Una de las primeras publicaciones que sobre esta materia se reconoce, fue editada en 1236 por Roger Bacon, con el título de La cura de la vejez y la preservación de la juventud. Otros autores también se destacaron por sus estudios y publicaciones sobre el tema: Zerbi (1468), Cornaro (1467), Ficher (1685) y Canstatt (1807).

      En la sociedad renacentista, y de modo más acentuado en los siglos que le siguen, el mundo de los señores, el único que tuvo a su servicio el conocimiento de los médicos, amplió su base social con el ascenso de los mercaderes enriquecidos y fue este sector social el que siguió solicitando la ayuda médica para sus ancianos, con lo cual se compuso lo que ofrece la literatura denominada gerocómica. Libros que actualizan las recomendaciones galénicas, a las que nada añaden realmente. Sin embargo, no fueron únicamente médicos los que ofrecieron su consejo para retrasar la aparición de los deterioros de la vejez. El tema interesó más a eruditos y moralistas. Quien mejores logros obtuvo en este empeño fue Luigi Cornaro, noble veneciano ya octogenario cuando escribió el libro, muy leído en toda Europa, Discorsi della vita sobria en el que explica el secreto de su vejez saludable cumpliendo el precepto de la sobriedad postulado por Galeno.

      Dado que en el Renacimiento la vejez era la enemiga número uno, se retomó el estudio de sus causas. Todas las teorías fueron tenidas en cuenta: medicina, alquimia, filosofía y religión, mezclaron sus esfuerzos para resolver el enigma de la muerte y la vejez, consideradas hermanas gemelas. Encontrar las causas del envejecimiento permitiría eliminarlo y retardarlo. Sin embargo, nada se añadieron a las teorías de Galeno ni se aumentó la longevidad.

      En el Renacimiento y en la Edad Moderna, apareció la literatura de lo que hoy se llamarían geriatría y gerontología, con obras escritas por Gabriele Zerbi, Marsilio Ficino y Luigi Cornaro, impresas entre finales del siglo XV y XVI, son tratados de higiene que describen los cuidados que se deben tener con el anciano. A partir de allí y durante los siglos XVII al XVIII es copiosa la literatura sobre estos temas y se aumenta la atención médica al anciano.

      Sin embargo, en el siglo XVI persistieron las explicaciones o las ignorancias medievales en cuanto a la vejez, aunque creció el interés en su estudio. Ambrosio Paré, el cirujano, tomó de nuevo los postulados de Galileo y dividió la vida en periodos exactos, más por características morales que por aspectos fisiológicos. La Escuela de Montpelier reprodujo la teoría de la evolución de los humores, la Escuela de Padua habló de transpiraciones insensibles que causan las enfermedades y, en ausencia de comprensiones o explicaciones acerca de la vejez y el envejecimiento, los médicos se dedicaron a buscar recetas que protegieran contra esos humores. En consecuencia, los regímenes de salud se popularizaron y entraron en boga, por ejemplo, el Tratado de la vida escrito por Cornaro en 1558.

      Otra reconocida teoría del envejecimiento data del siglo XVI cuando Sartorio planteó la hipótesis de la pérdida del poder de regeneración, para explicar el envejecimiento. En su libro De la médicine chifrée, publicado en Venecia en 1614, plantea que la explicación de las diferentes enfermedades que aquejan a los ancianos se debe buscar en la incapacidad del cuerpo para reparar los daños que sufre, en la lentificación del metabolismo y en la disminución de la sudoración. Posteriormente Francis Bacon retomó este concepto en muchas de sus obras.

      Existen otras teorías que atribuyen el envejecimiento al ataque de ciertos órganos específicos. La involución del sistema cardiovascular ha sido mencionada por muchos, pero fue Laurens quien desde 1597 se dedicó a desmentirla. El citaba la hipótesis de autores griegos y egipcios que pensaban que el envejecimiento se debía a un adelgazamiento del corazón, órgano mítico que contenía la “energía vital” del ser. Esta hipótesis fue rechazada por sus trabajos de necropsia que mostraban que el peso del corazón estaba aumentado en una gran cantidad de individuos después de la muerte. En el siglo XIX ya no se consideraba que el corazón fuera responsable del envejecimiento, sino que se creía que este hecho se debía a las arterias.

      En

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