El príncipe. Nicolás Maquiavelo

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El príncipe - Nicolás Maquiavelo

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tiempos son el Turco y el rey de Francia. Toda la monarquía del Turco es gobernada por un solo señor; los demás son sus siervos y, distinguiendo su reino en sangiachi (provincias), envía a ellas diferentes administradores y los muda y los varía como a él le parece. El rey de Francia, en cambio, se encuentra en el centro de una multitud de señores antiguos, reconocidos en ese estado por sus súbditos y amados por ellos, los cuales tienen sus preeminencias que el rey no puede quitarles sin peligro. Quien considere, pues, uno y otro de esos estados, hallará dificultad para conquistar el estado del Turco, pero gran facilidad para conservarlo una vez conquistado. Inversamente, encontrareis en algunos aspectos más fácil ocupar el estado de Francia, pero muy difícil conservarlo.

      Las causas de las dificultades para poder ocupar el reino del Turco consisten en no poder ser llamado por los príncipes de aquel reino, ni tener esperanza de facilitar la empresa con la rebelión de los que lo rodean, cosa que nace de las razones antes dichas. Porque como todos son esclavos suyos y están obligados con él, es más difícil corromperlos; y aun cuando se corrompieran, no se puede esperar mucho beneficio porque por las razones antes dichas no pueden arrastrar al pueblo tras ellos. Por lo tanto, quien ataque al Turco tiene que pensar que lo encontrará unido, y debe confiar en sus propias fuerzas antes que en los desórdenes ajenos. Pero si llegara a vencerlo y derrotarlo en batalla de manera que no pueda rehacer sus ejércitos, nada tiene que temer más que la sangre del príncipe y, extinguida ésta, de nada más hay que preocuparse porque los demás no tienen crédito con los pueblos; y así como antes de la victoria el vencedor no podía esperar nada de ellos, después no tiene nada que temer.

      Lo contrario ocurre en los reinos gobernados como el de Francia; porque con facilidad puedes penetrar en ellos, ganándote a algún barón del reino, porque siempre hay algunos descontentos y algunos que desean innovar. Estos, por las razones antes dichas, te pueden abrir el camino hacia ese estado y facilitarte la victoria, la cual después, si quieres mantenerte, trae consigo infinitas dificultades tanto con los que te ayudaron como con los que ofendiste. Y no te basta con extinguir la sangre del príncipe, porque subsisten los señores, que ahora se hacen cabeza de las nuevas alteraciones, y como no puedes ni contentarlos ni extinguirlos, pierdes ese estado a la primera ocasión que se presente.

      Ahora, si se considera de qué naturaleza era el gobierno de Darío, se hallará que era similar al reino del Turco, y por eso Alejandro necesitó primero chocarlo de frente y quitarle la campaña y después de esa victoria, muerto Darío, le quedó a Alejandro ese estado seguro por las razones antes examinadas. Y sus sucesores, si hubieran estado unidos, podrían haberlo gozado ociosos, pues no nacieron en aquel reino otros tumultos que los que ellos mismos suscitaron. Pero los estados ordenados como el de Francia imposible poseerlos con tanta tranquilidad. De ahí nacen las frecuentes rebeliones de España, Francia y Grecia contra los romanos, por los muchos principados que había en aquellos estados; porque mientras duró la memoria de ellos siempre estuvieron los romanos inciertos en su posesión, pero una vez extinguido su recuerdo con la potencia y la persistencia del imperio, llegaron a ser poseedores seguros de esos territorios. Y también, al combatir después entre ellos, pudieron arrastrar tras de sí cada uno una parte de aquellas provincias, según la autoridad que en ellas habían adquirido; y las provincias, por haberse extinguido la sangre de su antiguo señor, no reconocían más que a los romanos. Considerando pues todas estas cosas, nadie se maravillará de la facilidad con que Alejandro conservó el estado de Asia ni de las dificultades que han tenido otros para conservar sus conquistas, como Pirro y muchos otros. Lo cual no nació de la mucha o poca virtud del vencedor, sino de la distinta calidad de la materia.

      Quando quelli stati che si acquistano, come è detto, sono consueti a vivere con le loro leggi e in libertà, a volerli tenere ci sono tre modi; el primo, ruinarle; l’altro, andarvi ad abitare personalmente; el terzo, lasciarle vivere con le sue leggi, traendone una pensione e creandovi drento uno stato di pochi che te le conservino amiche. Perché, sendo quello stato creato da quello principe, sa che non può stare sanza l’amicizia e potenzia sua, e ha a fare tutto per mantenerlo; e piú facilmente si tiene una città usa a vivere libera con il mezzo de’ suoi cittadini, che in alcuno altro modo, volendola preservare.

      In exemplis, ci sono gli Spartani e li Romani. Li Spartani tennono Atene e Tebe creandovi uno stato di pochi, tamen le riperderno. Li Romani, per tenere Capua, Cartagine e Numanzia, le disfeciono, e non le perderono; volsero tenere la Grecia quasi come tennono li Spartani, faccendola libera e lasciandoli le sue leggi, e non successe loro: in modo che furono costretti disfare di molte città di quella provincia, per tenerla. Perché, in verità, non ci è modo securo a possederle, altro che la ruina. E chi diviene patrone di una città consueta a vivere libera, e non la disfaccia, aspetti di essere disfatto da quella; perché sempre ha per refugio, nella rebellione, el nome della libertà e gli ordini antichi suoi; li quali né per la lunghezza dei tempi né per benefizii mai si dimenticano. E per cosa che si faccia o si provvegga, se non si disuniscono o dissipano li abitatori, e’ non dimenticano quel nome né quegli ordini, e subito in ogni accidente vi ricorrono; come fè Pisa dopo cento anni che ella era suta posta in servitú da’ Fiorentini. Ma quando le città o le provincie sono use a vivere sotto uno principe, e quel sangue sia spento, sendo da uno canto usi ad obbedire, dall’altro non avendo el principe vecchio, farne uno infra loro non si accordano, vivere liberi non sanno: di modo che sono piú tardi a pigliare le armi, e con piú facilità se li può uno principe guadagnare e assicurarsi di loro. Ma nelle republiche è maggiore vita, maggiore odio, piú desiderio di vendetta; né li lascia, né può lasciare riposare la memoria della antiqua libertà: tale che la piú sicura via è spegnerle o abitarvi.

       V DE QUÉ MODO DEBEN GOBERNARSE LAS CIUDADES O LOS PRINCIPADOS QUE ANTES DE SER OCUPADOS VIVÍAN CON SUS LEYES

      Cuando los estados que se adquieren1, como se ha dicho, están habituados a vivir con sus leyes y su libertad, si se desea mantenerlos hay tres modos: el primero es destruirlos; el segundo, ir a residir personalmente en ellos; el tercero, dejarlos vivir con sus leyes, exigiéndoles un tributo y creando en ellos un estado de pocos que te los mantenga amigos. Porque ese estado, habiendo sido creado por ese príncipe, sabe que no puede estar sin su amistad y su potencia y tiene que hacer todo para mantenerlo. Y es más fácil mantener una ciudad acostumbrada a vivir libre por medio de sus ciudadanos que de ninguna otra manera, si se desea conservarla.

      Como ejemplos tenemos a los espartanos y los romanos.2 Los espartanos tuvieron dominadas a Atenas y a Tebas creando en ellas un estado de pocos, y las perdieron. Los romanos para conservar Capua, Cartago y Numancia las destruyeron, y no las perdieron. Quisieron tener a Grecia casi como la tuvieron los espartanos, haciéndola libre y dejándole sus leyes, y no tuvieron éxito, de modo que se vieron obligados a destruir muchas ciudades de esa provincia, para conservarla. Porque en realidad no hay modo seguro de poseerla, fuera de la ruina. Y quien se hace señor3 de una ciudad habituada a vivir libre y no la destruye, que espere ser destruido por ella, porque en la rebelión siempre tiene por refugio el nombre de la libertad y sus propios órdenes antiguos, los cuales no se olvidan jamás, ni por el transcurso del tiempo ni por beneficios. Y por cosa que se haga y se provea, si no se desune y dispersan los habitantes, nunca olvidan aquel nombre ni aquellos órdenes y en cualquier accidente inmediatamente vuelven a ellos, como hizo Pisa después de cien años que llevaba sometida a la servidumbre por los florentinos. Pero cuando las ciudades4 o las provincias están acostumbradas a vivir bajo un príncipe y esa sangre se extingue, estando por un lado acostumbrados a obedecer, y por el otro no teniendo al príncipe antiguo, para hacer otro entre ellos no se ponen de acuerdo, vivir libres no saben, de modo que son más lentos para tomar las armas y con más facilidad puede un príncipe ganárselos y asegurarse de ellos. Pero en

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