Orantes. De la barraca al podio. Félix Sentmenat

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Orantes. De la barraca al podio - Félix Sentmenat

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importaba tanto perder. Pero cuando no me llevaba bien era distinto”.

      Puestos a analizar esos cinco match-balls salvados, vale la pena reflexionar antes sobre la inusual y exclusiva forma de contar en el tenis. Desde que a finales del siglo XIX los ingleses inventaron este deporte, se ha convertido en uno de los más célebres del mundo. Cuenta con millones de practicantes y también se cuentan por millones los apasionados seguidores de los circuitos profesionales. Y si en fútbol, por citar a su primo hermano más poderoso, todo el mundo sabe a las claras lo que quiere decir 1 a 0, 0 a 3 o 12 a 1 (¡qué alegría aquella victoria agónica de España contra Malta para entrar en la Eurocopa de 1984!), la inmensa mayoría de los practicantes o aficionados al tenis no saben por qué se dice 15 a 0, 30 iguales o 40 a 30.

      Este modo de contar proviene del sistema sexagesimal. Antiguamente el tanteo de cada juego se llevaba con la esfera redonda de un reloj, de modo que por cada punto obtenido se movía la aguja un cuarto de vuelta. Así, con el primer punto la aguja se desplazaba al 15, con el segundo al 30, con el tercero al 45 y con el cuarto se cerraba el círculo y se concluía el juego. Con el tiempo, por mera economía de lenguaje, el parcial 45 se convirtió en 40, propiciando la actual secuencia de 15, 30, 40 y juego. Esa puntuación para completar un juego y la consiguiente de los seis juegos que completan un set procede de la astronomía antigua, en la que se usaba un sextante para medir la elevación del Sol.

      El sextante es un instrumento que permite medir la separación angular entre dos objetos, tales como dos puntos de una costa o un astro, generalmente el Sol, y el horizonte. Es un instrumento común en la navegación clásica. El nombre sextante proviene de la escala del instrumento, que abarca un ángulo de 60º, o sea una sexta parte de un círculo completo. En resumen, cada sextante se divide en cuatro partes (15º-30º-45º-60º equivalentes al tanteo 15-30-40-juego), y a su vez es la sexta parte de una circunferencia de 360º: si cada juego son 60º, con seis juegos se completa la circunferencia de 360º, es decir el set. Esta forma de puntuar corresponde a unas mediciones que a finales del siglo XIX eran tan usuales como para nosotros ahora el sistema decimal.

      Llevado a la práctica del tenis, lo que este tipo de tanteo permite es que sea un deporte justo. Hay partidos de fútbol, por seguir con el ejemplo anterior, que se ganan con un gol en propia puerta en el tiempo añadido, con un penalti simulado o por un fuera de juego equivocado. En el tenis la compartimentación progresiva entre juego, set y partido contribuye a la justicia del juego. Cada escalón hay que ganarlo a pulso. Cada etapa hay que concluirla y derribar la puerta de entrada a la siguiente con un último golpe de gracia. Eso requiere valor, esfuerzo, creer en uno mismo. Este mecanismo propicia que los partidos de tenis puedan tener desenlaces tan imprevisibles como, a la postre, justos.

      El hecho de requerir tres sets para ganar un partido de un torneo del Grand Slam, como es el caso que nos ocupa, ofrece siempre una opción nítida de remontar al que, tras perder un set, va por detrás. Si uno se entretiene en observar resultados del circuito profesional, se lleva la sorpresa de ver la cantidad de veces que a un 6-1 le sucede un 2-6, a un 6-2 un 1-6, a un 6-0 un 1-6…. Cada nuevo set es un borrón y cuenta nueva. Una etapa distinta que mide desde cero, de nuevo, las energías y propósitos de los contendientes. Y, al margen de la técnica, cada vez que se aborda un nuevo set, el físico y sobre todo la cabeza van siendo más y más importantes.

      En el tenis el elemento suerte queda minimizado por el sistema compartimentado del tanteo. Porque no se cierra un juego sin sumar cuatro puntos, o más si se llega al deuce y las ventajas. No se gana un set sin ganar seis o siete o 70 juegos (caso del John Isner-Nicolas Mahut de primera ronda de Wimbledon 2010, el partido más largo de la historia del tenis, que duró 11 horas y seis minutos jugadas a lo largo de tres días y cayó del lado del norteamericano por 6-4 3-6 6-7(7) 7-6(3) 70-68. Ni se gana un partido sin anotarse dos o tres sets. Sucede también en cualquier proyecto que se acometa en la vida. Si no se llega hasta el final, si algo queda inconcluso, no sirve.

      Eso llevado a la situación que nos compete, la semifinal del US Open de 1975 contra Vilas y el marcador de 0-5 15-40 en el cuarto set que desemboca en el primero de los cinco match-balls, da la dimensión de la hazaña de Orantes: todo lo que debía remar para ganar, y de hecho remó, al lado del breve pasito que le quedaba a Vilas, un solo punto en cinco ocasiones distintas, para presentarse en la final. Si contamos aproximadamente los puntos que se jugaron hasta el final tendremos la proporción de la hazaña. Suponiendo que disputaran una media de seis puntos en los 17 juegos restantes, salen 102 puntos. Orantes levantó cinco match-balls, esquivó cinco guillotinazos que amenazaban con apearle del torneo, para seguir peleando otros cien puntos hasta ser él, entonces ya definitivamente, finalista del US Open.

      Parte de la belleza del tenis es que plantea una lucha despiadada. Dos energías opuestas pelean por un mismo objetivo. Es una guerra. La vida es un conflicto constante. Está llena de confrontaciones sin medias tintas. Lo vemos entre los animales en las violentas persecuciones de los depredadores a sus presas: el guepardo que avanza sigiloso, escondido entre la maleza, hasta arrancar explosivo y devorar a la gacela débil de la manada; o el pez grande que, sin más, engulle al pez chico con una amplia y fugaz apertura de la boca. Gana el más fuerte, el que sobrevive.

      En el tenis se lleva el partido el más entero. El que más puede a nivel técnico, físico y, sobre todo, mental. El que más se lo cree en esta lucha constante entre dos fuerzas: la desafección que te aleja de la victoria y el entusiasmo que actúa como un imán cuando te acercas a ella. Sin embargo, ese imán está custodiado por un celador implacable, el punto de partido. La frontera entre la vida y la muerte está en el match-ball, el instante crucial que define el destino de los tenistas.

      Más de cuatro décadas son mucho tiempo, pero Manuel sigue conservando recuerdos nítidos de aquellos instantes decisivos de su carrera. Eso, sin la ayuda de las cámaras porque, como él mismo confiesa, “intenté conseguir la película y no lo logré”. Aún así, la memoria selectiva, especialista en retener con precisión los momentos definitivos de nuestras biografías, le permite hablar de aquello como si hubiera ocurrido semanas antes: “Los dos primeros match-balls, con el marcador en 6-4, 6-1, 2-6, 5-0 y 15-40, fueron dos puntos muy buenos. Recuerdo que en el primero le sorprendí subiendo a la red con el segundo servicio y, como no se lo esperaba, pude acabar el punto con una volea sencilla. En el segundo match-ball también finalicé el punto en la red. Y aún tuvo otro más en ese juego del 5-0, que salvé con un smash”.

      • Orantes espera la bola colocándose de revés, en una foto publicitaria para promocionar el polo Fred Perry y la raqueta Wilson (1970). | Cortesía de Manuel Orantes

      Orantes revive aquellos momentos sin disimular la satisfacción que todavía le producen: “En el siguiente juego también tuvo otros dos puntos de partido, sacando él. Recuerdo que uno lo gané con una dejada y otro con un approach a la línea. La mayoría de los match-balls fueron puntos muy disputados y los jugué muy bien, asumiendo riesgos y siendo valiente. Se los gané y eso me animó para decirme, ‘te voy a hacer trabajar’. Y en efecto le remonté ese cuarto set desde el 0-5 hasta el 7-5”. Levantar cinco match-balls en dos juegos consecutivos es algo insólito. Más aún si sucede en una semifinal de un torneo grande. Pero el hecho de que fueran, además, puntos de mucho nivel hizo que el logro fuera aún más meritorio. Resultó, por ello, aun más determinante para decantar la balanza psicológica a favor de Manuel.

      El tenis ofrece un duelo entre dos personas que se encuentran solas en la pista, aisladas de toda ayuda exterior y expuestas únicamente al torrente de emociones y pensamientos que les asaltan. Dos personas cuyo rendimiento final depende en gran medida de su fortaleza mental. Se parece mucho, en ese sentido, al ajedrez. Al mostrar tanta entereza en los puntos de partido, al domar con tanto temple los nervios y mantenerse impecable ante el vértigo de la derrota, Manuel se impuso en la mayor de las batallas, la psicológica. Sobrepasado ese instante de crisis, todo lo que sucediera en aquella semifinal había de suceder ya,

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