Orantes. De la barraca al podio. Félix Sentmenat
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Manuel también había salido airoso en el enfrentamiento anterior al de Toronto, dos semanas antes de Roland Garros, cuando en las semifinales de Hamburgo disputaron un duelo tan reñido como indica el marcador final, 7-5 6-4 2-6 6-7 7-5. Pero antes de esas dos victorias consecutivas de 1975, Nastase había concatenado nada menos que nueve victorias, incluidas las finales del Trofeo Conde de Godó de 1973 y 1974 y las finales de Madrid y Valencia de ese año 1975. Si miramos el balance total hasta ese duelo de cuartos de final del US Open de 1975, Nastase mandaba con 12 victorias por solo 4 derrotas.
En definitiva, aunque se tratara de un rival contra el que tenía un escaso bagaje de una victoria cada cuatro encuentros, Orantes contaba con dos argumentos que invitaban a cierto optimismo: le había ganado los dos últimos duelos, y jugaban en tierra batida, algo decisivo teniendo en cuenta que, como recuerda Manuel, “Nastase sobre todo me ganaba más en pista rápida”.
En el US Open siempre trataron muy bien a Orantes. Si algo distingue al público norteamericano, como aclara Manuel, “es que aprecian el deporte y la técnica. No son tan nacionalistas como en Europa o España, donde se protege más lo nuestro y la furia. No, allí van a ver deporte, con espíritu deportivo, y es allí donde jugué mi mejor tenis. En ese sentido, notar que el público estaba conmigo y apreciaba mi manera de jugar me daba mucha moral”. Manuel se siente a gusto recordando aquella etapa luminosa en la que él, un granadino veinteañero de origen humilde, criado entre barracones en el barrio barcelonés del Carmel, triunfó contra todo pronóstico al otro lado del Atlántico: “Si miras mi historial verás que las mejores victorias de mi vida todas han sido allí: a parte del US Open, gané el Mundial de Miami, Indianápolis tres veces, Boston en dos ocasiones, Louisville, el Masters en Houston y la Orange Bowl”.
Pero, tal como aclara con su modestia habitual, no es que el público norteamericano le apoyara más a él:
A Nastase también le querían mucho, porque era un jugador con mucha técnica. Jugaba muy bien. Es decir que ellos apreciaban el partido. No es que se pusieran en contra de él o a favor mío. No, veías que apreciaban el partido, porque los dos éramos jugadores más técnicos que físicos, destacábamos por nuestro talento, y hacíamos buenas jugadas. Veían las estrategias, la lucha del uno contra el otro, cómo intentaba cada uno imponer su juego, su ritmo. Además, los puntos eran bonitos, hacíamos buenas dejadas, buenos lobs liftados, passing shots, y él como deportista era muy querido en todos lados por eso.
Como no puede ser de otro modo tras haber salido derrotado hasta en 17 ocasiones en sus duelos personales, Manuel confiesa abiertamente su admiración por Nastase:
Para mí, en esa época, como jugador global, Nastase era mucho mejor que todo el resto. Yo lo pondría entre los mejores de todos los tiempos, aunque por una cosa u otra al final solo ganó dos torneos del Grand Slam y cuatro Masters. No ganó más por la mentalidad. Si él hubiera sido más serio, con una cabeza mejor amueblada… Pero él se divertía, el tenis para él era para disfrutarlo. Y aunque ganó bastante, podría haber ganado mucho más si no llega a ser por errores tontos, por no hacer lo que tenía que hacer, por no ser profesional. De los que yo he conocido era el que tenía más talento natural. Y físicamente era muy fuerte, pero lo que le fallaba era la cabeza. Estaba más pendiente de las bromas, de divertirse.
Técnicamente era un poco como Federer. Te ponías frente a él y decías “¿cómo le voy a jugar?, ¿qué falla?, ¿qué golpe tiene malo?”. No, todo lo controlaba muy bien. Dependías un poco de él. Es decir tú podías jugar muy bien, pero si él jugaba bien, te ganaba. Tan solo esperabas que no le saliera todo, porque no tenía puntos flojos. Así como con Connors sabía que debía ponerle la bola rasa, o muy alta, para que no me pegara tan fuerte, para que no me contraatacara tanto, con él no. Con él se trataba de jugar tu mejor tenis, estar concentrado, y esperar que él bajara un poco su nivel porque si no no tenías nada que hacer.
Empecé jugando muy bien. Para mí ese partido fue el mejor de todo el torneo. Los dos primeros sets fueron increíbles.
De aquel día, además de lo inspirado que se sintió con la raqueta y lo mucho que disfrutó, Orantes recuerda que jugaron en unas condiciones climáticas extremas, bajo un sol abrasador. “A principios de septiembre, en Nueva York, el calor era increíble. Había mucha humedad, y había muchos abandonos por calor. Pero a mí el calor nunca me afectó tanto. Prefería jugar con calor porque mi musculatura era más cerrada y dura, y con el frío me costaba más”.
• Ilie Nastase conecta un drive en carrera durante su partido contra Orantes en los cuartos de final del US Open de 1975. | Tony Triolo / Sports Il.-Getty
Después de sumar un primer set inmaculado en el que solo cedió dos juegos, Orantes siguió destilando su mejor tenis. Las buenas sensaciones experimentadas en los partidos anteriores, que de hecho habían aparecido desde su regreso triunfal a la competición en marzo, con las victorias consecutivas en El Cairo y Montecarlo, seguían a flor de piel. La agradable sensación de golpear una y otra vez con acierto, de ver que la bola obedecía y viajaba allí donde él quería, ejecutara el golpe que ejecutara, iba acompañada esta vez por la estabilidad y la fortaleza física que había echado en falta en tantas finales los años anteriores. Ni siquiera el tremendo calor neoyorquino hizo mella en la resistencia física que con tanto esfuerzo había generado en las arduas sesiones de trabajo con el doctor Bestit. Así, el segundo set, con algo más de igualdad en el marcador, cayó también de su parte, 6-4.
“Vuelve a sacar y tiraré la pelota fuera”
“Luego, en el tercer set, se empezaron a igualar las cosas. Él subió un poco más su nivel, y yo no pude controlar tan bien el juego. Fue algo lógico, porque tampoco era normal que a un jugador tan bueno le ganara tan fácil”. Con ese cambio de tendencia, Nastase tomó la delantera en el marcador de ese tercer set hasta que se produjo otro de los episodios que quedó para el recuerdo. El rumano, con bola de set a favor, conectó un saque ganador a la línea, pero el árbitro la cantó fuera:
Nastase se enfadó mucho discutiendo con el árbitro, y yo le dije: “No, no, se ha equivocado, no te preocupes, repetimos el punto, vuelve a sacar y yo tiraré la pelota fuera”. Cuando él volvió a sacar yo tiré la pelota contra el suelo intencionadamente, para que él lo viera claramente porque yo no quería que él se pusiese nervioso. A mí me gustaba cómo jugaba, y si se ponía muy nervioso el partido podía acabar mal. De hecho, dos semanas antes, en el Open de Toronto, pasó algo parecido y no recuerdo exactamente pero él acabó histérico en la pista, gritándole al árbitro.
Un episodio así, en el que el árbitro aceptara la solicitud de un jugador de repetir el punto, resultaría inconcebible hoy en día. Pero aquellos eran otros tiempos. “Yo vi claro que había sido buena porque en tierra queda la marca. Se lo dije al árbitro, pero como no podía cambiar su decisión, sugerí que tirásemos dos más. El árbitro accedió, cosa que por entonces era normal. Si el árbitro veía que colaborabas con él había esta posibilidad de llegar a un acuerdo así. Entonces no había ni ojo de halcón, ni los árbitros eran tan profesionales, ni eran siempre los mismos que viajan por todo el mundo”. En el momento en que Orantes, con bola de set en contra, respondió el saque y, efectivamente, tal como acababa de prometer a su adversario, lanzó deliberadamente la bola