Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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de la Plata y la generación del 27. Pero se encontraba en la madurez profesional cuando los jóvenes del 27 empezaron a darse a conocer. Su trayectoria intelectual hunde sus raíces en el regeneracionismo del 98, pero su insobornable vocación de pionera la lanza al siglo XX. Su figura fue una fuente de inspiración para las relevantes mujeres de la Segunda República, pero vivió su emancipación personal y social en solitario, sin apenas contar con modelos en los que mirarse en el espejo. La gran Emilia Pardo Bazán, su maestra en muchos aspectos, era ya una escritora consagrada; Sofía Casanova o Blanca de los Ríos, con las que coincidía en tertulias o en el Ateneo, no siempre compartían sus teorías.

      Sus primeros años en Madrid no carecieron de cierta improvisación. Sus cambios de domicilio fueron frecuentes. En 1903 consiguió un puesto fijo de redactora en el recién creado Diario Universal y una columna diaria, «Lecturas para la mujer», en la que alternaba temas de opinión, como el sufragio femenino, con cuestiones de moda y perfumes. Décadas después Josefina Carabias sería la primera mujer en incorporarse a una Redacción con funciones similares a las de sus compañeros y sin otra dedicación que el periodismo. Pero antes que ella Carmen de Burgos ya obtuvo el carné de periodista (sin abandonar la enseñanza). Fue el director de Diario Universal, Augusto Suárez de Figueroa, quien apostó por el seudónimo de Colombine. Sonaba bien y tenía cierto aire europeo, pero más de un observador comentó que era sorprendente que una mujer de aspecto recio y de carácter nada frágil tuviera un nombre tan volátil. Aun así, Colombine acabó siendo para ella una segunda identidad intercambiable, tanto para citarla en otras publicaciones como para invitarla a actos sociales.

      Muy pronto publicó Alucinación, un volumen de cuentos, y empezó a formar parte de la tribu cultural. Había dejado de ser una advenediza. De forma simultánea, se lanzó a promover iniciativas a favor de la educación de la mujer a través de la Unión Ibero-Americana, organización a la que pertenecía también Pardo Bazán. O a manifestarse contra la pena de muerte y otras causas sociales, como la reivindicación de los judíos sefarditas. De Burgos buscaba crear opinión con sus artículos y encarnaba un periodismo comprometido. Bastantes años antes de que un grupo de mujeres notables creara en 1926 el Lyceum Club Femenino en Madrid, ya mantenía contacto con las dirigentes de foros europeos similares. Aunque al principio eludió identificarse como feminista. Tal vez porque pensó que más que hablar de feminismo urgía llevar a cabo sus ideas.

      El 20 de diciembre de 1903 inició una audaz campaña en favor del divorcio, al anunciar en su columna:

      Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un «Club de matrimonios mal avenidos», con el objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras.

      Un reclamo para reconocer días después que el anuncio había desencadenado «una tempestad» entre hombres y mujeres y lanzar la pregunta sobre la conveniencia del divorcio en España a lectores, intelectuales y políticos. Unamuno, Azorín, Baroja, Pérez Galdós, Giner de los Ríos, Pardo Bazán (que se excusó de contestar arguyendo que no había estudiado el tema), Blasco Ibáñez, Antonio Maura o Francisco Silvela fueron interpelados y dieron su opinión. Un caudal de respuestas con un apoyo todavía minoritario al divorcio que la autora convertiría en libro. Ese órdago al matrimonio de por vida le valió la crítica de los medios conservadores. Como ella misma contó al periodista de La Esfera, E. González Fiol, en 1922, el periódico ultraconservador (de signo carlista) El Siglo Futuro «se metió conmigo en forma muy desabrida». Indignada por su tono, se presentó en la redacción de El Siglo. «Pregunté por el director. Salió el redactor jefe, y como se negó a darme explicaciones y a rectificar, le di de bofetadas. Dimos el mitin, como se dice ahora». Lejos de dar por zanjado el tema, De Burgos escribió al director asegurándole que, si El Siglo no rectificaba, le esperaría en la puerta de la Redacción con una zapatilla y le correría por la calle a zapatillazos. Hubo rectificación.

      En sus inicios frecuentaba la tertulia de Marqués de Riscal, convocada por Antonio de Hoyos, en la que coincidía con personajes de la aristocracia y la farándula, aunque de vez en cuando asistieran figuras de peso como Pardo Bazán o Blanca de los Ríos. Años después ella misma inauguró en su casa de la calle Eguilaz las tertulias de Colombine a la que acudían jóvenes poetas y promesas de la literatura. La anfitriona ejercía sobre ellos un suave magisterio cultural y vital.

      Primer viaje a Europa

      En 1905 solicitó ampliar estudios en el extranjero tras obtener el correspondiente permiso de la directora de la Escuela Normal Central. La experiencia de vivir cerca de un año fuera (con estancias en Francia, Italia y Suiza) le cambió la perspectiva. Podría decirse que De Burgos fue una de las primeras españolas con vocación europeísta. Le acompañó su hija María y, aunque era un viaje «de estudios», no se podía obviar su carácter versátil. El Heraldo de Madrid le publicó crónicas y entrevistas que recogieron sus paisajes humanos y literarios predilectos: Nápoles, Roma… De su encuentro con Leopardi surgió el reto de preparar una biografía del poeta. En Roma, con el apoyo del corresponsal de Heraldo de Madrid en la capital, dio una conferencia sobre la situación de la mujer en España. Entre el público se encontraban amigos influyentes, como Concepción Jimeno de Flaquer, otra española defensora de la equiparación femenina. El texto de esta conferencia lo publicaría en Sempere (1907), la editorial valenciana próxima a Vicente Blasco Ibáñez que daría a conocer sus primeros títulos.

      A su vuelta, en 1906, se afianza en el Heraldo de Madrid con una columna en la línea de «Lecturas para la mujer». Firma como Claudine inicialmente, pero poco después recupera el ya clásico seudónimo de Colombine. En esta columna combinó de nuevo la temática «femenina» que le demandaban los periódicos con artículos en los que introducía su propio discurso. Esa flexibilidad le permitió plantear en el periódico una encuesta sobre el voto femenino. No la ganó, a pesar de que evitó dar una imagen radical. Quedaba mucho camino por delante y ella lo sabía.

      Vicente Blasco Ibáñez fue uno de sus principales amigos y referentes en sus comienzos. Aunque algunos le dieron un carácter sentimental, en su relación pesaba, ante todo, la amistad y la complicidad literaria y política. De Burgos compartió el ideario radical de Blasco antes de acercarse al Partido Socialista, al que se afilió en 1910. Lo abandonó en 1920 y, al proclamarse la República, se afilió al Partido Republicano Radical-Socialista (escindido de Izquierda Republicana) en el que también militó Victoria Kent. Carmen de Burgos, sin embargo, defendía el derecho al voto de la mujer sin dilaciones, al igual que Clara Campoamor.

      La periodista hubiera sido una heroína de haber tenido que compaginar sola su infatigable quehacer profesional y su papel de madre, pero contó con la ayuda y compañía de su hermana Catalina, Ketty, que vivió en Madrid con ella muchos años. Y, en ocasiones, con la de su hermano Lorenzo. Rafael Cansinos Assens cuenta en La novela de un literato que en su primera visita a la casa de la escritora la encontró dictando una crónica a su hermano Lorenzo en la cocina mientras tenía la sartén en la mano para freír patatas. A Cansinos Assens le habían comentado que Colombine quería encargarle una traducción del alemán para la editorial Sempere y, sin avisar, se acercó a su domicilio con el poeta José Luis Fernández. Pero esa tarde no había tertulia y Carmen de Burgos se vio sorprendida con el delantal puesto y la preparación de la cena. Su hija María interrumpió la visita: quería llamar la atención y formar parte de los amigos de su madre, esos escritores que visitaban su casa sin interesarse por ella y su mundo. En pocos minutos la escritora acabó y firmó la crónica para que su hermano la llevara a El Heraldo, mandó a la niña a su cuarto y asignó a Cansinos Assens la traducción de Max Nordau para la editorial vinculada a Blasco Ibáñez. Este apareció en la casa cuando los visitantes se iban. Venía del Congreso, estaba cansado y le pareció bien que Colombine hubiera encargado la traducción. Ella también traducía libros. Pero solo del francés, solía puntualizar, para atajar las insinuaciones de quienes decían que se atrevía a traducir todo con tal de ganarse unas pesetas. Colombine era sinónimo de éxito. Es decir, era

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