Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente

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Inspiración y talento - Inmaculada de la Fuente

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cuando el diario madrileño El Fígaro propuso a sus lectores que votaran a las diez mujeres que en su opinión deberían ser diputadas (la legislación aún no lo permitía), Sofía Casanova apareció en tercer lugar en la lista de las elegidas. Delante de ella figuraban Emilia Pardo Bazán y Carmen de Burgos. Detrás, mujeres tan relevantes como Margarita Nelken, María de Maeztu, María Guerrero, María Lejárraga o Margarita Xirgu.

      Pacifista, conservadora, humanista, Sofía Casanova (A Coruña, España, 1861-Poznan, Polonia, 1958) fue reportera de guerra en un tiempo en que las mujeres o eran pioneras y transgresoras o estaban abocadas a vivir como simples espectadoras. Ella no se resistió a contar lo que veían sus ojos. Mujer inclasificable, era conservadora de ideas e innovadora en la acción. Sus crónicas de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de Octubre para ABC la convirtieron en la segunda española corresponsal de guerra. La primera, como se ha indicado, fue Carmen de Burgos.

      La Gran Guerra supuso para ella, paradójicamente, una oportunidad para labrarse una merecida fama como reportera. En parte porque estaba allí, en el escenario bélico. Pero, sobre todo, porque era escritora y articulista, hablaba cinco idiomas y ante el estallido de la Gran Guerra no se limitó a cuidar heridos. Sabiendo que se encontraba en Polonia, ABC le encargó que narrara su experiencia sobre el terreno, por lo que su testimonio tiene el valor añadido de contar la guerra que ella misma vivía.

      Sofía Guadalupe Pérez Casanova (su nombre completo) dejó a los catorce años su tierra gallega para estudiar música y declamación en Madrid y ser presentada en la Corte, siguiendo los deseos de su abuelo. Cumplió las expectativas familiares y se casó a los veinticinco años con el escritor y filósofo polaco Wincenty Lutoslawaski. Un matrimonio que cambió su destino y que le uniría para siempre a Polonia, desmembrada y repartida desde 1795 entre Alemania, Austria y Rusia. De joven fue actriz, pero luego optó por la poesía y las tertulias literarias donde conoció a Emilia Pardo Bazán y a Blanca de los Ríos. En esas tertulias se sentía en territorio propio. Había nacido en una familia atípica: su madre, Rosa Casanova Estomper, se casó, pese a la oposición paterna, con Vicente Pérez Eguía, de quien estaba embarazada. Sofía fue la primogénita, pero a la llegada del tercer hijo, el padre se marchó a hacer las «Américas» y no volvió. La madre de Sofía tuvo que volver al redil paterno para sacar adelante a sus hijos y fue así como el abuelo, de clase media, pero de economía desahogada, tomó las riendas de la educación de los nietos y decidió que Sofía obtendría en Madrid el progreso social que merecía. Para conseguirlo la familia se instaló en un barrio popular de la capital y removió influencias para que la joven fuera recibida en los salones de la aristocracia. Aunque ella prefiriera la bohemia a la Corte. Al firmar sus poemas y artículos, prescindió del apellido paterno, anodino y tal vez poco añorado, y optó por el más sonoro y breve nombre de Sofía Casanova.

      Ramón de Campoamor, que la había introducido en las tertulias literarias, fue también quien le presentó a su marido, un noble terrateniente polaco, diplomático y filósofo, que había venido a Madrid a estudiar el pesimismo en la literatura española. Campoamor los presentó por sus afinidades poéticas, pero Wincenty Lutoskawaski se fijó en la mujer y apostó por un matrimonio que, para Sofía Casanova, supuso una ruptura con su mundo anterior. Un reciente documental sobre su vida lleva el acertado título de A maleta de Sofía. Había pasado a ser una viajera y una nómada.

      En 1887, recién casada, se trasladó a Polonia con su marido, acompañada de su criada Pepa, una gallega que se convirtió en su sombra y hasta en su compañera de aventuras periodísticas. Su marido, unas veces en calidad de diplomático y otras como profesor y conferenciante, se desplazaba a menudo tanto por los territorios polacos como por otros Estados europeos. La vida no era igual en las regiones polacas bajo control ruso, alemán o austriaco. Mientras que en la parte rusa se alentaba la asimilación, en la zona austriaca se gozaba de más autonomía política y de una mayor vitalidad cultural. Así ocurría en la región de Galitzia (curiosamente, su fonética, Galicja, recordaba a la Galicia natal de Casanova). En 1889 su marido comenzó a trabajar en la Universidad Jaguellónica de Cracovia, «así que Sofía pudo ver y comprender de cerca el fenómeno cultural de Galitzia, de la “otra Galicia”», escribe el profesor Grzegorz Bak en «La atormentada Polonia de Sofía Casanova», texto incluido en el libro Vida e tempo de Sofía Casanova (1861-1958), coordinado por Antón M. Pazos.

      Wincenty Lutoskawaski tuvo otros destinos, uno de ellos en la universidad de Kazán, en la Tártara Rusa, un apartado lugar al que el matrimonio llegó en época invernal y en trineo. Casanova relató esta odisea en Sobre el Volga helado.

      La patria polaca

      Los constantes viajes —de los que la escritora daba cuenta en sus cartas o en sus libros— hicieron que los primeros tiempos de casada estuvieran marcados por el exotismo, los escenarios insólitos y una visión del mundo cosmopolita. Su marido, mezclando ciertas dosis de fantasía con su interés por el cálculo de probabilidades y las matemáticas, estaba persuadido de que el salvador de Polonia sería hijo de una mujer extranjera, lo que le hizo deducir al conocerla que Casanova tenía muchas papeletas para encarnar ese papel. Al margen de los espejismos de él, ella se identificó con Polonia, un país que necesitaba liberarse del yugo de los Estados vecinos para recuperar su estatus nacional. Amó al país y se hizo nacionalista polaca, pero no pudo cumplir los sueños de grandeza de su marido. La realidad sería distinta y Sofía Casanova tendría que apearse del inicial cuento de hadas, afrontar las grietas de su matrimonio y ganarse la vida como reportera.

      Cultivó la novela y escribió teatro, pero fue conocida, sobre todo, por sus crónicas, sus traducciones y su correspondencia. Gracias a la ramificación de sus contactos, sus textos se publicaban en Francia, Polonia y Suecia, además de en España. Articulista en ABC, El Liberal, La Época y El Imparcial, colaboraba también en el The New York Times o en la Gazeta Polska.

      No cabe duda de que desde el punto de vista social hizo un buen matrimonio. Pero la relación con su marido estuvo trufada de altibajos y más de un desencuentro. De temperamento depresivo, él le reprochaba que solo le hubiera dado hijas (deseaba un varón para asegurarse la continuidad de su apellido) y quiso abandonarla. Sofía Casanova se negó a concederle el divorcio, aunque aceptara separarse y que él rehiciera su vida. Su obsesión era proteger a sus cuatro hijas. Estas tensiones hicieron que enmudeciera su musa poética, reconoció. A cambio nacería su nuevo registro de corresponsal compasiva y aventurera. Su dedicación al periodismo, alternando periodos álgidos con otros menos intensos, le permitió alejarse de sus demonios matrimoniales y solventar sus necesidades económicas.

      Entre dos siglos

      Una de las contradicciones cruciales de Sofía Casanova fue que, a pesar de vivir entre dos siglos, estuvo siempre más cerca del XIX que del XX. Educada con una impronta liberal, pero con un poso católico y tradicional, el matrimonio y la maternidad le impusieron unas obligaciones que acentuaron su conservadurismo. Mientras otras coetáneas suyas pedían más derechos, ella se replegaba. El mundo cambiaba mientras ella mantenía sus posiciones. Europa ensanchó sus horizontes y su actividad viajera imprimió una mayor amplitud a sus ideas, pero no por eso se acercó al progresismo ni se produjo brecha alguna en sus creencias religiosas. Pero sí acabó siendo una dama culta y distinguida, poco convencional y con cierto toque extravagante. Esa excentricidad intelectual le llevaba no solo a hacer turismo por Varsovia, sino a adentrarse en la parte menos conocida de la ciudad y, como consecuencia, a interesarse por la comunidad judía y sus condiciones de vida. La misma curiosidad que le impulsaba en sus viajes por el mundo anglosajón a interesarse por las sufragistas, aunque no compartiera sus objetivos. Un difícil equilibrio entre el acontecer exterior y su particular universo de escritora.

      En cierto modo, esta gallega que pasó gran parte de su vida fuera de España, aunque visitara casi todos los veranos su tierra, aprendió a relativizar. Su gran empeño fue adaptarse a las circunstancias sin dejar fuera sus convicciones. Su apuesta por

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