Inspiración y talento. Inmaculada de la Fuente
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Donde sus compañeros veían privilegios ella solo encontraba trabajo y desdoblamiento: enseñanza, periodismo, traducciones, viajes, libros. Los límites los ponían los otros, no ella. En 1908 publicó Cuentos de Colombine y abordó el ambicioso proyecto de Revista Crítica, lo que implicaba intensas reuniones los domingos en su casa madrileña con colaboradores y amigos. Trató de involucrar a Pérez Galdós, Juan Ramón o Giner de los Ríos. Pero contaba, sobre todo, con el grupo de jóvenes poetas que asistían a su tertulia, tras trasladarse de la calle Eguilaz, a un piso más amplio en San Bernardo. Además de Cansinos Assens, Hoyos, Gálvez y otros asiduos, se sumaban jóvenes literatos llegados a la capital que querían conocer a Colombine y recibir sus consejos. Uno de ellos fue el poeta canario Tomás Morelos, con el que la escritora tuvo una breve relación sentimental solo conocida por los más íntimos. Tan breve que Colombine pidió al joven poeta, que durante un tiempo había alojado en su casa, que volviera a Canarias con sus padres a acabar la carrera.
En el grupo de jóvenes de su tertulia apareció Ramón Gómez de la Serna y destacó en seguida: veinte años más joven que ella, fue su amante y compañero de letras durante veinte años. Desde 1906 Carmen de Burgos era oficialmente viuda, al fallecer Arturo Álvarez, pero un segundo matrimonio no entraba en sus planes, ni tampoco en los de su compañero. La literatura y la estética modernista les unía, pero Gómez de la Serna, para muchos de sus amigos, «un niño grande», curioso y escéptico, no compartía la pasión política de la escritora.
En la segunda década del siglo XX, Carmen de Burgos fue prácticamente la mujer de letras más popular en la capital. Pardo Bazán ocupaba el trono literario, pero Colombine, en ascenso, era más accesible. Revista Crítica, no obstante, fue un sueño efímero: no era rentable y hubo de cerrar. Ramón Gómez de la Serna contaba por entonces con su propia revista, Prometeo, financiada por su padre, correligionario de Canalejas y afín al Bloque de Izquierda. El padre buscaba influir en la opinión pública con la revista y cedió al hijo la parte literaria. Fueron proyectos paralelos y Colombine no formó parte del núcleo inicial de Prometeo, pero colaboró con un texto literario de título provocador, Las mujeres de Blasco Ibáñez, una forma simbólica de dejar atrás una etapa de su vida. En 1909, con motivo del centenario de Larra, Prometeo organizó un banquete en homenaje al escritor, presidido por la silla vacía de Fígaro. Colombine y Gómez de la Serna actuaron como anfitriones del ágape, dejando traslucir ante los amigos que les rodeaban los primeros signos de su relación.
Corresponsal de guerra en Marruecos
En el verano de 1909 se convirtió en la primera corresponsal de guerra. La matanza de soldados españoles en el Barranco del Lobo, próximo a Melilla, generó una cadena de protestas en el país que llevó a la periodista a los orígenes del foco informativo. Estaba de vacaciones como profesora y viajó a Málaga para escribir crónicas sobre los heridos, la acción humanitaria de Cruz Roja y la escasez de agua que sufría Melilla. Le acompañaba su hermana Ketty. Posteriormente, se desplazó a Almería para cubrir el conflicto desde otro ángulo y consiguió pasar a Melilla, adelantándose por propia iniciativa a las indicaciones de El Heraldo. No era fácil para una mujer acceder a Melilla. Desde Málaga ni ella ni las damas de la Cruz Roja podían hacerlo. Pero buscó la manera de acercarse al centro del conflicto y contarlo.
Sus crónicas llegaron con regularidad a El Heraldo. Ella regresó a la península para incorporarse a sus clases de Toledo en unos días en que el conflicto con Marruecos ocupaba el centro de la política nacional y El Heraldo difundía la protesta de la prensa por la censura militar. Más adelante, en Guerra a la guerra, dejaría aflorar las ideas antibelicistas que no había podido expresar en sus crónicas. Y En la guerra (Episodios de Melilla), un texto más elaborado que publicó en El Cuento Semanal. La autora encontró en las diversas publicaciones semanales que proliferaron esos años y que abarataban costes (El Libro Popular, La Novela Corta, la Novela de Hoy, Los Contemporáneos) un filón para dar a conocer una obra narrativa de rasgos melodramáticos y efectistas. Eran obras escritas desde la inmediatez y la experiencia en las que a menudo lograba pergeñar personajes más interesantes y complejos que la propia trama.
Pronto vivirá una primera separación de Ramón Gómez de la Serna, al ser nombrado este Secretario de la Junta de Pensiones de París. Su padre deseaba apartar a su hijo de Madrid y del influjo de Carmen de Burgos y, gracias a sus contactos, no fue ajeno a esta designación. París no era, sin embargo, un destino extraño para Ramón, que ya había viajado a la capital francesa a los 15 años, al finalizar el bachillerato. La lejanía servirá de acicate y excusa para que esa viajera vocacional que era Carmen de Burgos fuera a visitarle y a pasar la Navidad y Año Nuevo de 1910 con él en el Hotel Suez, además de compartir juntos una escapada a Nápoles y a Londres. En ese París compartido, el joven Gómez de la Serna le habló de Colette o Rachilde, contrapunto de otras devociones literarias que De Burgos seguía con pasión, como el naturalismo de Émile Zola.
¡A viajar!
El primer consejo que daba la cronista a sus admiradores era claro: «¡A viajar!». Así que se lo aplicó a sí misma y volvió a París en el verano de 1910. En esta nueva estancia en París, el crítico y diplomático Enrique Gómez Carrillo, casado con la escritora Aurora Cáceres (y más tarde con Raquel Meller), propuso a Rubén Darío que Colombine colaborara en Mundial Magazine y se encargara de la edición de Elegancias, una revista destinada a la mujer que necesitaba introducir artículos de mayor calado. Gómez Carrillo y Aurora Cáceres solían ser sus anfitriones en la capital francesa y Carmen de Burgos empezó a colaborar en Mundial Magazine, pero no hubo tiempo de concretar su participación en Elegancias. Además de hacer acopio de material para futuros libros, sus crónicas parisinas no faltaron en su cita en El Heraldo. A sus colaboraciones habituales sumó, desde 1911, una nueva columna en Nuevo Mundo: en ella, bajo el título de Mundo Femenino, volcaría sus impresiones viajeras y el estilo de vida de los países que visitaba. Con razón Gómez de la Serna escribiría de ella en el número XXXV de Prometeo: «Carmen de Burgos, esa admirable mujer que trabaja a todas horas». Y la evocaría en sus memorias como el complemento perfecto de una soledad enclaustrada y productiva: «Ella de un lado y yo del otro de la mesa estrecha escribíamos y escribíamos largas horas y nos leíamos capítulos, crónicas, cuentos, poemas de la prosa». Hasta que finalmente, tras el enclaustramiento compartido, «iban cayendo las cuartillas en los cajones de la mesa».
Sus vivencias en Bélgica, Holanda y Luxemburgo quedaron plasmadas en Cartas sin destinatario (1912). Pero alimentaron también su vuelta a la narrativa en Siempre en tierra (sobre un París ahíto de novedades en el que los primeros vuelos de aviones concitaban numeroso público) y La indecisa, centrada en una mujer abocada a elegir entre un gran amor ideal y su propia carrera, un dilema que la escritora vivía en carne propia. «¿Libros? Muchas traducciones, muchos prólogos, muchos arreglos… muchos… trabajo de hojarasca para ganar el sustento», se sincera en la autobiografía enviada a Ramón Gómez de la Serna para el número X de Prometeo. «Baste decir solo que hasta que he recibido todas las lecciones de la vida y llevo tantos años de escritora no me he atrevido