Al-Andalus. Ángel Luis Vera Aranda

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Al-Andalus - Ángel Luis Vera Aranda

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se encontraba cerca del mismo, de ahí que se pudiera identificar un lugar con el otro.

      Atlantidus se transcribe en árabe aproximadamente como al-lanlidus, al convertirse la T en L en la pronunciación. Los árabes al traducir las obras de los antiguos griegos utilizaron esa palabra para denominar el territorio al que llegaron a comienzos del siglo VIII. En cualquier caso, es una teoría bastante reciente que no tiene de momento demasiada aceptación, aunque abre una nueva posibilidad a la explicación de por qué los árabes llamaron de esta forma a un territorio que hasta ese momento era conocido como la Bética en todo el mundo antiguo.

      Y aún dando por sentado que desconocemos cuál el significado exacto de ese nombre, existe un problema mucho mayor y de una índole mucho más práctica y de difícil solución, y es ¿cómo transcribir las palabras escritas en lengua árabe?

      Las dificultades que esto presenta son importantes por dos motivos principales. En primer lugar porque el árabe y nuestra escritura de origen latino son dos tipos de grafías completamente distintas, lo que hace que no sea posible transcribir literalmente una a otra, esto es, pasar de una lengua a otra, palabra por palabra o letra por letra.

      Pero obviando esa dificultad, aparece otra que es todavía mayor, la pronunciación. Determinadas letras tienen distintas formas de pronunciarse en árabe y en el castellano actual. Así, por ejemplo, existen diferentes formas de pronunciación para la letra A, y eso conlleva que a la hora de escribir las palabras en nuestro alfabeto los autores opten por distintos tipos de posibilidades, y que no haya un modelo uniforme.

      Además debe añadirse que las transcripciones también varían según en qué lengua se realicen. De este modo, un inglés o un francés transcribirán un determinada palabra de forma distinta a alguien que hable español, para adaptarla a la forma específica de pronunciación que exista para esa lengua.

      Y no solo eso, sino que en un mismo idioma pueden existir distintos criterios de transcripción, ya que en ocasiones estos pueden ir evolucionando a lo largo del tiempo, como ha sucedido en el español. Hasta hace no muchas décadas, los filólogos empleaban formas de transcripción distintas a las actuales. Es lo que sucede por ejemplo en el caso del nombre de al-Hakem, que actualmente se escribe como al-Hakam, que es mucho más parecido a su pronunciación en lengua árabe.

      Todo esto representa un evidente problema a la hora de elegir qué sistema emplear. Probablemente, lo más correcto sea quizás el sistema más reciente. Pero esto también presenta muchas dificultades.

      Habitualmente estamos acostumbrados a leer, por ejemplo, Abderramán y no Abd-al-Rahman, y no digamos ya en el caso de aquellas palabras de empleo más tradicional y que se encuentran totalmente arraigadas en el uso de la lengua actual. Nadie pronuncia o escribe Qurtuba o Isbilia o Isbiliya, que son sus nombres árabes, sino que empleamos Córdoba o Sevilla. Tampoco nadie utiliza la palabra Muhammad para referirse al profeta, sino que todas las personas se refieren a él como Mahoma.

      Ante esta situación, cabe preguntarse por tanto, qué hacer. La respuesta no es sencilla, por consiguiente hay que adoptar una decisión salomónica y un tanto subjetiva. Utilizaremos en consecuencia aquellas palabras que a nuestro modo de ver, resulten más frecuentes en la grafía habitual. Ello supone que no seguiremos siempre el mismo sistema de transcripción fonética, sino el que más conocido y habitual nos resulte.

      Hay otros problemas previos que abordar, y entre ellos se encuentran los referidos al planteamiento de determinados conceptos que presentan dificultades en cuanto a su debate historiográfico, e incluso en lo referido al empleo erróneo en su utilización.

      Es el caso, por ejemplo, del concepto que conocemos como Reconquista, entendido tradicionalmente como aquel proceso histórico durante el cual, a lo largo de casi ocho siglos, los reinos cristianos del norte peninsular recuperaron el territorio que se había perdido a manos de los musulmanes a partir del 711, cuando estos derrotaron a los visigodos.

      En nuestra opinión, no es ese el término más adecuado precisamente, pero es tal su aceptación tradicional a lo largo de la historia, que a él tendremos que hacer referencia cuando tengamos la ocasión de hacerlo.

      No será la misma situación que la de otras expresiones que son claramente erróneas y que están fuera de lugar, como son las de mahometanos y moros.

      La primera es incorrecta desde un punto de vista religioso. Mientras que el término cristiano sí es empleado con propiedad, ya que hace referencia a aquellas personas que creen en la divinidad de Jesús de Nazaret, el de mahometano no puede serlo, ya que no existe esa misma creencia divina en la religión islámica con respecto a Mahoma. Este solo se consideró a sí mismo como el profeta que predicó la nueva religión revelada por Alá, o Allah, palabra que en lengua árabe significa igualmente ‘Dios’. De este modo emplearemos el término adecuado, que es el de musulmanes o islámicos, para las personas que profesan esta religión.

      De igual forma no se empleará el término de moros, salvo cuando su uso sea moneda corriente en determinadas expresiones como “el moro Rasis”, “Santiago Matamoros”, etc. La palabra moro deriva de Mauri, que era el nombre que los romanos daban genéricamente a los habitantes del Magreb que vivían en el norte de África y que ya en aquella lejana época, hacia los siglos II y III de nuestra era, invadieron varias veces la península Ibérica.

      Pero este no resulta un término adecuado. Es más, frecuentemente suele ser utilizado con un carácter despectivo y peyorativo para referirse a las personas procedentes de Marruecos, Argelia y Túnez, independientemente de su nacionalidad actual, pues se aplica indistintamente a la población que vive en el norte del África mediterránea.

      Es también preciso aclarar la utilización del concepto árabe, que debe ser empleado fundamentalmente en dos tipos de acepciones. Por un lado, para denominar de esa forma a las personas procedentes de la península Arábiga, es decir, a los habitantes del territorio en el que Mahoma predicó en el siglo VII la nueva religión del islam.

      En segundo lugar ha de utilizarse esa palabra para referirse al idioma predominante entre los invasores de la Península, aunque como ya veremos, el árabe no fue la única lengua que hablaban los pueblos que llegaron a Hispania, y ni siquiera fue la más hablada en ella durante el período de al-Andalus, aunque sí fue la más importante.

      Independientemente de lo que desde un punto de vista etimológico signifique la palabra al-Andalus, para nosotros debe quedar claro que con ese nombre se designa a todo el territorio de la península Ibérica que durante la Edad Media estuvo controlado por los musulmanes, como mínimo hasta el siglo XIII, aunque también puede hacerse extensible al posterior reino nazarí de Granada.

      A lo largo de esta obra desarrollaremos la historia de una de las civilizaciones más importantes que hubo en el mundo medieval, y ¿por qué no decirlo también? una de las más interesantes que ha habido a lo largo de la historia.

      Desgraciadamente para al-Andalus, la evolución histórica posterior no ha jugado a favor del mantenimiento de su memoria como debería haberlo hecho. La historiografía española, y con mucho mayor motivo la europea, la juzgó a partir del siglo XVI como una especie de paréntesis histórico, como si hubiera sido la llegada a España y Portugal de un pueblo extranjero, incómodo, al que había que expulsar cuanto antes de un territorio que no le correspondía, ya que no se le consideraba como algo propio de la historia de esos países.

      Mal que les pese, no han sido los pueblos y naciones musulmanas las que han escrito la historia posterior que todos conocemos hoy día. Esa historia procede básicamente de historiadores de religión cristiana que vivían en los países de Europa occidental, y estos, aún reconociendo la originalidad de la cultura andalusí, han tratado a esta casi siempre desde una perspectiva secundaria e incluso en ocasiones

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