El sexo entre hombres. Norberto Chaves

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El sexo entre hombres - Norberto Chaves страница 2

El sexo entre hombres - Norberto Chaves

Скачать книгу

pero no del todo: a poco de comenzar comprendí que estudiar no era lo mío. Emigré en 1976 huyendo de la dictadura y vivo en Barcelona desde 1977. Integrado social y laboralmente en España, el país me abrió un nuevo horizonte profesional: la asesoría en imagen y comunicación. Técnicamente, soy un subproducto de la transición democrática española. Desarrollo desde entonces una intensa actividad docente y he publicado varios libros relacionados con mi temática profesional (ver www.norbertochaves.com). Paralelamente, persevero en la escritura no técnica: la reflexión cultural, la crítica social, la evasión poética. He publicado un libro de aforismos (“DESAFUEROS. Literatura de emergencia para una época sin tiempo”, Ed. Gustavo Gili, Barcelona), uno de prosa poética (“INSTANTES”, Ed Pigmalión, Madrid), y un ensayo sobre la homosexualidad (“La homosexualidad imaginada. Vigencia y ocaso de un tabú”, Ed. Maia, Madrid). La presente es una versión corregida y ampliada de éste último, con un título más transparente y frontal.

      A Daniel…

      y a aquellos en cuyos brazos

      voy aprendiendo a ser yo

      ESTE LIBRO

      En una conversación sobre la vida literaria del París de principios del XX, un amigo recordó cierto comportamiento desleal de un célebre escritor hacia un no menos célebre colega. Y atribuyó tal comportamiento a la homosexualidad de aquel intelectual. La anécdota despertó mi interés, motivando un primer texto acerca de esa característica supuestamente inherente a la «personalidad homosexual»: la perfidia.

      En aquella lectura espontánea de mi amigo afloraba un difundido clisé: esa especie de «mala leche» que se ha popularizado como característica de la homosexualidad, hasta el punto de transformarse en una de las acepciones de «maricón»: «no seas maricón» significa, en cierto contexto, «no seas egoísta o desleal».

      En cierto modo, aquel comentario me tocaba de cerca: yo daba el tipo. ¿Sería yo también uno de esos maricones inexorablemente pérfidos, compelidos por su condición a las conductas de mala fe? Esta «duda metódica», fácilmente superable, me sirvió en cambio para que me interrogara sobre el grado de existencia real de esa presunta «personalidad homosexual». La duda se desplazó, así, hacia el propio clisé, hacia su dudosa objetividad, hacia su probable carácter de prejuicio o mera figura mítica del imaginario colectivo.

      En esa reflexión surgieron muchos otros temas asociados y ello me animó a extender aquel texto inicial y formular mi posición general sobre la idea de homosexualidad y sobre el discurso socialmente predominante acerca de ella. Para ello tuve que retroceder a asuntos previos, más generales, y situarme en el espacio que media entre sexualidad e ideología sexual. Y, a través de la escritura, he ido aclarándome las ideas sobre la relación que se entabla entre las manifestaciones reales de la pulsión erótica y sus significaciones y sanciones sociales. He ido descubriendo, así, su cambiante modo de articulación y, básicamente, sus desfases y antagonismos. Pues los primeros estupores eróticos de la adolescencia, al aflorar, se encuentran con sus nombres ya acuñados y estos nombres no necesariamente coinciden con las fantasías que, en el joven, se van despertando.

      En los albores de la sexualidad, desde antes de la pubertad, los significados sociales del deseo esperan al acecho la aparición de sus primeros significantes; y los escasos instantes de clandestinidad inicial no dan tiempo a que el deseo construya su propio sentido: nace prácticamente marcado por lo social y esa marca la llevará de por vida. La sexualidad, ignorante de sí misma, confundida, vivirá confrontada con un discurso en el que se verá reflejada parcial y distorsionadamente. Sólo verá, en ese discurso, una máscara de sí misma; una máscara que no podrá asumir plenamente y que quizá tampoco querrá ya arrancarse. De triunfar ese discurso, la muerte nos sorprenderá sin que hayamos oído jamás los mensajes de nuestro deseo, sofocados por la voz estentórea de la convención social.

      El deseo homosexual es el que provoca más trabajo de represión, más energía orientada a evitar que la convención social fracase en su misión.

      O sea, el que más posibilidades tiene de poner esa convención en entredicho. La homosexualidad es la mensajera de la discordia entre sexualidad y sociedad. Y, si no cae en la trampa de la tolerancia, el desplegamiento de su sentido necesariamente disolverá no sólo los propios dilemas sino incluso los de toda manifestación de la sexualidad.

      En esa tarea se inscribe este libro, que recopila las frases sueltas de mi deseo, acumuladas durante su larga disputa con lo social; un esfuerzo por completar un mensaje cuyos fragmentos llegué a oír por las grietas de un estereotipo inaceptable, negado desde siempre por mis propias erecciones. Las ideas aquí reunidas son producto de la obediencia de mi consciencia a los imperativos de una pulsión que ha venido desoyendo toda razón que no fuera la propia. No considero que esas ideas sean señales de valentía de mi parte sino de la tenacidad de mi deseo, de la cual no soy en absoluto responsable. Esas ideas no son, por lo tanto, más que mi sexualidad vuelta palabra, abriéndose paso entre los párrafos de una verdad pública inverosímil; mi erotismo luchando contra el mito de una homosexualidad imaginada por otros.

      La decisión de escribir este libro y el haber podido hacerlo termina de convencerme de una vieja sospecha: todos mis combates ideológicos, que se remontan a mi adolescencia, no han sido, en el fondo, más que formas metafóricas de este texto; y mi propia inteligencia se me revela hoy como el producto del largo ejercicio de una venganza.

      En tanto esta reflexión nace exclusivamente de mi experiencia, se ha tenido que limitar a la homosexualidad masculina y, más aún, a una determinada manera de vivirla. Nada puedo decir de la experiencia de un travesti, un transexual o un bisexual y, mucho menos, de una lesbiana: nadie puede hacer la guerra por el otro. En ese sentido, no aspiro en ningún momento a que mis hipótesis excedan aquel reducido espacio. Pues está en el propio núcleo de mi argumentación la lucha contra las generalizaciones abusivas y la defensa de la diversidad, aún dentro de lo diverso. Escribo contra la petrificación de la sexualidad, o sea, contra su masacre.

      Este trabajo no agota – desde ya – el tema; pues se ciñe exclusivamente a los aspectos ideológicos y culturales, incidiendo básicamente sobre tres hechos: el carácter históricamente condicionado de las ideas que la sociedad desarrolla acerca de la homosexualidad; la articulación de estas ideas con tabúes y mandatos sustentados en condiciones socio-económicas determinadas; y la progresiva pérdida de vigencia de esas ideas debido a los cambios estructurales que han puesto en crisis aquellos tabúes.

      Como no soy psicólogo, no me he propuesto un abordaje psicológico del tema – que suele ser considerado el pertinente -; pero, además, he desdeñado dicho abordaje sencillamente porque no lo considero el pertinente. Antes que un fenómeno psicológico, la homosexualidad es una construcción ideológica. Omitido ese origen, todo análisis psicológico conducirá a conclusiones erróneas.

      El discurso acerca de la homosexualidad, hegemonizado por quienes jamás la han vivido, en boca de extraños, ajenos a la experiencia, cualquiera fuera su actitud ante ella, se ha ido enrareciendo. Unos pocos poetas y algunos críticos apenas han podido ser tomados en cuenta. Sólo el amor, a solas, ha venido insistiendo, irrefrenable, imponiendo su verdad en silencio. Y conquistando, poco a poco, la comprensión de quienes han prestado más oído a su voz que al parloteo de una sociedad enferma que miente hasta cuando dice la verdad.

      La ideología homofóbica dominante, el oportunismo y baratura de la opinión periodística, las vulgaridades de la imaginería popular, el vouyerismo impúdico de los científicos y los delirios especulativos del ocio filosófico vienen manoseando irrespetuosa e impunemente al amor homosexual. Frente a tanta estupidez, entre represora e ignorante, hay que aprender a oír la voz de la vida, la verdad serena e inapelable de la experiencia de amar. Que es una sola y cuya tragedia reside en que carece de límites.

      Hablo

Скачать книгу