La leyenda negra en los personajes de la historia de España. Javier Leralta
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La leyenda negra en los personajes de la historia de España - Javier Leralta страница 10
“Por consiguiente, dado que el sobredicho Sancho nos causó impíamente las graves injurias indicadas y muchas otras que sería largo escribir y referir, sin temor alguno y olvidando de todo punto la reverencia paterna, lo maldecimos, como digno de la maldición paterna, como reprobado por Dios y como digno de ser vituperado por todos los hombres, y viva siempre en adelante víctima de esta maldición divina y humana, y lo desheredamos a él mismo como rebelde contra nosotros, como desobediente, contumaz, ingrato, más aún hijo ingratísimo y degenerado […]”.
Curiosamente, justo un año después, Alfonso X firmaba su testamento en Sevilla con su sello personal, un texto autobiográfico, literario, expresivo y muy duro contra su hijo que dejaba zanjada la discusión del heredero a la corona. Ni derecho tradicional ni nueva legislación, el testamento dejaba fuera de la línea de sucesión a todos sus hijos varones y apostaba por el mayor de sus nietos, es decir, por el infante Alfonso de la Cerda, decisión no deseada por el monarca pero única salida para solucionar el contencioso. No había más opciones aunque el rey, previsor como el que más, introdujo una cláusula inviable y alejada de toda lógica según la cual, en caso de fallecimiento del heredero –aún muy joven–, se haría cargo de Castilla el rey de Francia “porque viene derechamente de línea derecha de donde venimos”.
Poco antes de morir, Alfonso X retocó el testamento (10 de enero de 1284) con una segunda revisión o codicilio (disposición de última voluntad) conmovedora donde explicaba el destino de sus pertenencias. Sus restos mortales serían enterrados en la iglesia de Santa María la Real de Murcia y su corazón en el monte Calvario de Jerusalén, una voluntad no respetada pues su cuerpo fue trasladado a la catedral de Sevilla y su corazón a la de Murcia. El encargado para ejecutar los traslados fue el maestre del Temple Juan Fernández, beneficiado con el caballo y las armas del rey y una suma de mil marcos de plata para misas por su alma cantadas en el Santo Sepulcro. Sus libros y objetos personales más preciados serían enterrados con su cuerpo, entre ellos el Espejo Universal, las Tablas Alfonsíes, las Cantigas, el Setenario. Nada de ello se cumplió.
El 23 de marzo de 1284, poco antes de morir, el rey de Castilla envió al papa una carta comunicándole la intención de perdonar al infante Sancho como recoge su Crónica, aunque el documento en cuestión nunca apareció. El día 4 de abril fallecía en Sevilla y con él se cerraba uno de los periodos más gloriosos de la cultura española, sólo equiparable al Siglo de Oro de nuestras letras. Terminaba la Reconquista y el esfuerzo por alcanzar la integración de todos los pueblos peninsulares, judíos, moros y cristianos. No hay duda de que fue un gran rey, un rey desgraciado, sí; desacertado a veces, también; contradictorio, polifacético, pero un rey que ha pasado a la historia con letras mayúsculas que se adelantó a su tiempo en más de un siglo. En definitiva, un Rey Sabio. Como era de esperar, le sucedió en el trono su hijo Sancho con el apodo de Bravo.
Fernando IV, rey de Castilla. La leyenda del rey emplazado
“Y estos caballeros, cuando el Rey los mandó matar, viendo que los mataban con tuerto –injustamente–, dijeron que emplazaban al Rey, que compareciese ante Dios con ellos […] de aquel día que ellos morían a treinta días”.
Fernando IV (Sevilla, 1285-Jaén, 1312); rey de Castilla (1295-1312). Segundo hijo de Sancho IV y María de Molina, proclamado rey de Castilla con tan sólo nueve años por la temprana muerte de su padre. En los primeros años de su reinado, hasta la mayoría de edad (diciembre de 1301), estuvo tutelado por su madre y el infante Enrique, hermano de su abuelo Alfonso X. Se casó con la princesa Constanza, hija del rey de Portugal Dionís, con quien tuvo dos hijos: Leonor y el futuro Alfonso XI.
La prematura muerte de Sancho IV de Castilla dejó una triste herencia de guerras y ambiciones abriendo una profunda herida que tardaría mucho tiempo en cerrar. Nueve años de guerra civil alimentada por la poderosa nobleza, esa que tantos trastornos había provocado después de la muerte de Alfonso X por defender sus cuotas de poder y que aprovechó la aparente debilidad de la monarquía para acorralar a una familia real atacada por todos los frentes. Corrían tiempos caóticos para la Corona de Castilla, incapaz de sacudirse el asedio voraz e incesante de los ricos hombres del reino que vieron una oportunidad única para seguir acumulando más patrimonio para sus casas y más títulos para sus apellidos. Debieron pensar los poderosos que el gobierno no estaba en buenas manos, con un inocente y pequeño rey de nueve años, una madre débil ejerciendo labores de reina en funciones y un viejo tutor que había desembarcado en Castilla para morir apaciblemente en su tierra después de una larga vida aventurera.
El error de los grandes de Castilla fue que solo vieron en el trono a un niño y a una mujer, y no a un futuro rey y a una reina madre experta, fuerte, prudente, hábil y sagaz, fiel reflejo de Berenguela, madre de Fernando III y tatarabuela del pequeño Fernando. La personalidad de María de Molina, la reina regente, reina por segunda vez, fue lo suficientemente aguerrida como para enfrentarse a los ataques enviados desde la oposición, representada por nobles y reinos vecinos. El tercer personaje del triunvirato era el infante Enrique, hermano de Alfonso X, un anciano en aquellos tiempos medievales que estaba de vuelta de todo y que, debido a su ambición y falta de escrúpulos, decidió regresar a casa para aprovecharse de la situación y ayudar en lo que fuera necesario si con ello sacaba algún provecho.
María de Molina y la ingratitud del hijo
Hasta tres veces fue nombrada reina María de Molina. La primera como esposa de Sancho IV, la segunda como regente de su hijo Fernando IV, y la tercera como abuela de su nieto Alfonso XI, también elegido rey a temprana edad. María fue la artífice de la cohesión de Castilla en unos tiempos difíciles para la unidad peninsular que con tanto ahínco y ardor había defendido su esposo Sancho cuando le propusieron entregar una parte del reino a su sobrino Alfonso de la Cerda para zanjar el espinoso asunto de la sucesión de Castilla. María sacó la fuerza y energía suficientes para no ceder a las presiones de los nobles castellanos, solo preocupados en atender sus tierras en detrimento del bienestar del reino. La reina regente luchó contra todas las adversidades posibles por sacar adelante el gobierno del reino, contra sus propias enfermedades y debilidades, odios, traidores, poderosos y farsantes, enemigos y tiranos. Gracias a su inteligencia, se rodeó de gente fiel, amigos leales que nunca la abandonaron como Guzmán el Bueno o Juan Mathe de Luna. En momentos de apuros económicos, cuando los maravedís escaseaban y hacían falta para pagar a caballeros y militares, buscaba préstamos entre los orfebres y ricos mercaderes de Burgos y nunca la decepcionaron. Su vida fue una lucha constante contra los inconvenientes.
Uno de los peores momentos que le tocó vivir fue en 1302, poco después de recibir la buena noticia de la dispensa papal. Aquella bula pontificia hizo mucho daño en la Corte, especialmente a los más allegados como los infantes Juan y Enrique (tío y tío abuelo del joven monarca respectivamente). Los dos pretendían la tutela del joven rey y los dos buscaban un buen motivo para alejar a María de Molina del trono. Aprovechando un viaje de la reina a Vitoria y la debilidad de carácter del monarca, ambos infantes se pusieron de acuerdo para injuriar y calumniar a María con falsedades que el inocente Fernando creyó porque salían de bocas amigas que solo buscaban la adulación. Aquellas malas palabras provocaron un distanciamiento entre madre e hijo. La reina regente se sintió herida por la ingratitud del rey, pero como buena madre, intentó alejarle de las malas influencias de los parientes. Tuvo a su lado a los representantes del reino que solo confiaban en la reina madre, solo a ella obedecían y respetaban con honor; una popularidad que encendió los ánimos de los infantes y ratificó la idea de alejar a María del rey y de las tomas de decisión. Solo había un camino para alcanzar el objetivo: seguir llenando la cabeza del joven rey con mentiras sobre su madre.
Le dicen al rey que tiene la intención de acordar el matrimonio de Isabel –primogénita y hermana de Fernando– con Alfonso de la Cerda para que fuera nombrado rey de Castilla y hasta le insinúan que María había enajenado las sortijas de su padre e incluso que había estado desviando dinero de los caudales públicos durante el periodo de regencia. Nada de eso era cierto, pero el ingrato hijo le pide a