La leyenda negra en los personajes de la historia de España. Javier Leralta
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Las enfermedades del rey y sus empresas culturales
Pueden parecer consideraciones independientes y no relacionadas, dos situaciones más de su vida, quizá inconexos, pero me ha llamado la atención que las etapas en que sufría graves enfermedades coincidían con momentos de intensa labor literaria. El carácter creador de Alfonso se manifestaba de manera gloriosa cuando se apartaba de la corte por razones de salud y dedicaba todo su tiempo a la producción cultural. Solo desde la soledad y alejado de las responsabilidades de gobierno se puede entender la magna obra del Rey Sabio. Son varios los estudios que sostienen que su carácter errático, que su posible desequilibrio mental, que sus enfermedades y males, que sus crisis de dolor sirvieron, no solo para deponerle del reino ante la incapacidad de reinar con equilibrio y razón, sino para fortalecer sus inquietudes literarias, científicas y legislativas.
Quizá desde este argumento se puede entender cómo un rey de Castilla pudiera disponer de tiempo para sacar adelante sus extensos proyectos culturales. En cambio, también he advertido lo poco conocidas que resultaron las enfermedades del rey, aún así, en las Cantigas, uno de los mejores trabajos directos de Alfonso, encontramos algunas citas (Cantigas 200, 209, 235, 279, 366 y 367) que hablan de las desdichas del rey, de sus males físicos y de los malos momentos sufridos que el monarca quiso trasladarlos a su obra más ambiciosa, más autobiográfica. Para muchos investigadores, este maravilloso documento literario es más fehaciente y real que cualquier otro testimonio escrito legado por los cronistas de la época. El rey padeció varias enfermedades que fueron agravándose con el paso de los años, desde una hidropesía, que le afectó a las funciones renales, hasta fiebres generales, descompensaciones cardiacas, trastornos mentales y un cáncer maxilar que le produjo la pérdida de un ojo. Un empeoramiento general que le obligó a ceder a su hijo Sancho una parte de sus responsabilidades.
El dilema de la sucesión
Cuando Alfonso X estableció en su obra Espéculo y luego en las Partidas el “derecho de representación” que otorgaba a los hijos del heredero al trono el derecho a la corona, no sabía muy bien en qué enredo se estaba metiendo, ni se lo imaginaba. Este principio hereditario alteraba notablemente la costumbre castellana según la cual, el hijo primogénito, nacido de un matrimonio legal, sucedía al padre y, en caso de ausencia por fallecimiento, era sustituido por el segundogénito y así sucesivamente. Después de la muerte del príncipe Fernando (Ciudad Real, 1275), primer varón del rey castellano, la nueva norma alfonsina dejaba el trono de Castilla en manos del nieto de Alfonso X, el infante Alfonso de la Cerda, para más señas sobrino de Felipe III, rey de Francia, hermano de su madre.
Algunos estudiosos entienden que una de las condiciones para la celebración de la boda entre el príncipe Fernando y su futura mujer Blanca, hija de san Luis IX de Francia, tío de Alfonso X, fue que los descendientes del matrimonio gobernaran en Castilla, cláusula renovada por el nuevo rey francés Felipe III que subió al trono en 1270. Según parece, todos los implicados en los derechos hereditarios estaban de acuerdo, sobre todo el Rey Sabio que sabía de la importancia de tener como aliado al país vecino y de hacer cumplir la legalidad vigente sobre los derechos de sucesión. Al hilo de esta declaración de intenciones entre Castilla y Francia, sabemos que unos años antes, en 1255, ambos monarcas hablaron de la posibilidad de unir los dos reinos casando a la infanta Berenguela con Luis, primogénito del soberano francés, un ambicioso e histórico proyecto que no salió adelante al nacer el infante Fernando ese mismo año, y morir prematuramente el heredero de Luis IX. Pero tanta negociación hereditaria no fue cosa fácil en aquellos tiempos de luchas terribles entre corona y nobleza.
De hecho, la historiografía nos ha dejado una lectura política del conflicto que se avecinaba entre Alfonso X y su hijo Sancho. Al parecer, el heredero Fernando, poco antes de morir, exigió a Juan Núñez de Lara que jurase defender los derechos de su pequeño Alfonso a la corona del reino. Por otro lado, existía un acuerdo de amistad y lealtad entre el infante Sancho y Lope Díaz de Haro para que el noble defendiera los derechos de sucesión ante su sobrino Alfonso. Así las cosas, al margen de cuestiones de procedimiento jurídico que solo podía decidir el monarca, aunque la norma era clara, comenzaba una lucha nobiliaria por el gobierno real entre las dos familias más poderosas de Castilla, los Lara y los Haro.
Aunque el rey estaba por encima de casi todo, ciertas decisiones debían contar con el apoyo y el visto bueno de sus consejeros por que al fin y al cabo eran los encargados de gobernar en la sombra con sus sabias decisiones y propuestas. La buena gestión realizada por Sancho en Castilla durante la ausencia de su padre en Beaucaire y la habilidad mostrada en la negociación con los musulmanes para pactar una tregua, debieron ser motivos suficientes para cambiar de opinión. Al final, los partidarios de Sancho presionaron para que la solución política predominara sobre la norma legal e hicieron todo lo posible para que así fuera, hasta el punto de presentarse una importante delegación de ricos hombres en Toledo para disuadir al rey.
Detrás de la campaña estaba Lope de Haro, fiel a su compromiso de apoyar al infante Sancho en todo lo que fuera necesario para alcanzar el objetivo, pero el rey, haciendo honor a su futuro apodo, no quiso desvelar su decisión, probablemente porque el conflicto que vivía en su interior, como persona y como rey, como padre y como legislador, no le dejaba aplicar la razón a un asunto con muchas aristas. Parece ser que el tiempo y los hechos –las hazañas bélicas de Sancho contra los moros– le hicieron reflexionar sobre la conveniencia de que su hijo era la mejor opción para ocuparse del trono de Castilla, eso es al menos lo que sucedió en las Cortes de Burgos (mayo-julio de 1276) en donde la figura del infante salió reforzada con la designación de “hijo mayor y heredero”. Pero fue en las Cortes de Segovia (mayo de 1278) cuando el infante juró ante los procuradores del reino el nombramiento de príncipe, dando carácter oficial a una elección que ya había sido aceptada en todos los mentideros y plazas públicas de Castilla y León. Con la designación se debía poner fin a tanta polémica y angustia sucesoria y a tanta duda e incertidumbre por parte del rey, pero las cosas se torcieron unos años después. De momento Violante empezó a preparar su salida porque su sentido de madre y abuela le avisaba de posibles riesgos para la vida de sus nietos.
La leyenda negra de las misteriosas ejecuciones de los nobles
Uno de los episodios de enfermedad que padeció Alfonso X tuvo lugar en el invierno de 1276-1277. Durante varios meses estuvo recluido en su residencia de Vitoria y una vez recuperado hizo una reaparición pública brutal: ordenó ajusticiar a su hermano Fadrique y al caballero Simón Ruiz de Cameros, uno de los señores más ilustres de Castilla. La orden salió de su puño y letra pero uno de los brazos ejecutores fue el del infante Sancho, obediente por intereses ante la decisión paterna de la elección de heredero. Esto es lo que cuenta la Crónica de Alfonso X:
“el Rey mandó al infante don Sancho que fuese prender a Simón Ruiz de Cameros, y que le hiciese matar. Y don Sancho salió luego de Burgos y fue a Logroño y halló a don Simón Ruiz y prendióle, y este mismo día que los prendieron prendió Diego López de Salcedo en Burgos a don Fadrique, por mandato del rey. Y don Sancho fue a Treviño y mandó quemar allí a don Simón Ruiz, y el rey mandó ahogar (estrangular) a don Fadrique”.
En cambio, otro documento de la época, los anónimos Anales del reinado de Alfonso X, indican que Fadrique fue apresado en un castillo y metido en un arca llena de hierros agudos donde murió. Atroz muerte para un pariente del rey. La misma fuente añade que el cuerpo de Fadrique fue arrojado a un sucio e “indigno lugar”, seguramente a una letrina o estercolero. Años más tarde, el cadáver sería trasladado al templo de la Trinidad de Burgos y después al monasterio de las Huelgas de la misma ciudad una vez derribada la iglesia. Así empezó a escribirse la leyenda negra del Rey Sabio.
La legislación del momento establecía castigos de pena de muerte o ceguera para determinados