La leyenda negra en los personajes de la historia de España. Javier Leralta

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La leyenda negra en los personajes de la historia de España - Javier Leralta

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lo más cruelmente […] arrastrándolo, horcándolo o quemándolo o echándolo a las bestias bravas […] debiéndolo matar en otra manera así como haciéndolo sangrar o ahogándolo”.

      Por su parte, el Fuero Real no se quedaba corto en las penas y castigaba algunos hechos con la extracción de los ojos para “que haya siempre amargosa vida y penada”. Al parecer, en ambos casos, el rey sospechaba que tanto su hermano como el noble riojano –pariente de la familia real al estar casado con una hija de Fadrique– le habían traicionado organizando un plan para asesinarle, deducción que puede entenderse del lacónico comentario que leemos en su Crónica justificando las ejecuciones: “porque el rey supo algunas cosas”. Pero, ¿qué cosas llegó a saber el rey para firmar tamañas sentencias?

      Encontramos otros argumentos que explican aquella espeluznante decisión, impropia de un rey sereno y reflexivo, pero seguramente sujeto a los impulsos irrefrenables que los trastornos mentales y las manías persecutorias le provocaban. Entre las diferentes causas que la historia ha querido desvelar para explicar los episodios comentados, encontramos la derrota de las tropas castellanas ante las francesas por culpa de la traición de los familiares (Francia invadió Navarra al conocer la elección de Sancho al trono). Bueno es saber que Francia y Aragón eran favorables a la corriente hereditaria del infante Alfonso por razones de parentesco y estrategia política (Violante, abuela del infante, era hija de Jaime I y hermana de Pedro III, rey de Aragón, y Blanca, madre de los infantes de la Cerda, era hermana del rey francés).

      También se habla de la pérdida de confianza o paciencia del rey hacia su hermano, siempre metido en problemas e intrigas políticas que tantos disgustos le había ocasionado, especialmente en el asunto del imperio, al participar en alianzas con los enemigos de Aviñón, sede del papado en aquellos tiempos. Otra línea argumental, esta quizá menos consistente pero propia de una sociedad ignorante, fue la predicción astrológica –conocida por el rey– de que un miembro de la familia real le destronaría y qué mejor sospechoso que Fadrique, enemistado con el soberano por sus andanzas y correrías, culpado incluso de facilitar la huida de la reina Violante con sus nietos a tierras de Aragón por miedo a los desmanes del bravo Sancho, aunque esta acusación no se sostiene por incompatibilidad de fechas –la reina huyó un año después de la muerte del cuñado–. Claro que el vaticinio no anduvo desviado de la verdad porque fue un familiar cercano, el infante Sancho, quien le despojó de la corona. Misterios de la historia. Existe una corriente legendaria que asegura que la causa de la muerte del infante fue debido a las relaciones entre Fadrique y Juana de Pointhieu, segunda esposa de Fernando III y por consiguiente madrastra del rey, asunto muy mal visto en la corte alfonsina.

      Por último, dejamos abierta la posibilidad a otras conjeturas muy mal vistas en aquel mundo como la homosexualidad, la sodomía, la perversión sexual, la desviación religiosa o la herejía, asuntos siempre ocultados pero latentes en la sociedad y que la propia legislación alfonsí reconocía como temas tabúes. No se trata de hipótesis manejadas con poco rigor pues en el códice de Florencia se pueden ver seis ilustraciones alegóricas (Cantiga 235) que posiblemente representen los sucesos de los que hablo, entre ellos la quema del noble rebelde. En cambio, el miniaturista dejó en blanco la siguiente viñeta, la que debería representar el tormento de Fadrique, pero prefirió obviar el suceso al tratarse de un miembro de la familia real y de una obra destinada a la cámara regia, abierta a los ojos de la monarquía. Los versos 70-78 de las Cantigas se encargan de estos acontecimientos.

      Las ejecuciones se hicieron de forma simultánea, en diferentes lugares, bien coordinadas y en la clandestinidad como indica Salvador Martínez en su gran trabajo sobre Alfonso X. Por todo ello cabe pensar en un atentado contra la figura del rey, de ahí la premura de las ejecuciones; además, en ningún momento fueron justificadas ni aclaradas como si Alfonso hubiera querido ocultarlas a la opinión pública a pesar de la complicidad de Sancho quien, tiempo después, denunciaría los hechos e insultaría a su padre por los crímenes.

      Si importante fue la vida intelectual de Alfonso X, no menos trascendentales fueron sus últimos años de reinado. Su enfrentamiento con el infante Sancho dejaron una huella excepcional en las páginas de la crónica de la Edad Media española. Hasta ese momento no se conocía una guerra civil entre familiares ni que un hijo depusiera del trono a su padre; un padre de envergadura que había sido candidato al imperio alemán y que era célebre en el mundo cristiano por su labor intelectual. Una situación muy comprometida, aunque predecible, y que el monarca castellano podía esperar pues no era ajeno a los movimientos del infante buscando socios y aliados para su causa. En septiembre de 1281 se celebraron las Cortes de Sevilla donde padre e hijo se vieron las caras y pusieron las cartas sobre la mesa. Sancho no quiso aceptar la propuesta de Alfonso X de ceder el viejo reino de Murcia al infante Alfonso de la Cerda como pago por renunciar a la herencia de Castilla como primogénito del fallecido infante Fernando. Sancho se negó a una división del reino y el rey le debió amenazar con apartarle de sus derechos al trono si seguía manteniendo esa actitud hostil y nada conciliadora.

      Es posible que la entrevista fuera bastante tormentosa ya que padre e hijo rompieron cualquier relación. La situación económica de Castilla era muy delicada en ese momento por la fuerte presión fiscal; el descontento de las ciudades y de la Iglesia era patente y el infante Sancho quiso aprovecharse del estado de ánimo del pueblo para presentarse como el salvador de la unidad castellana y restaurador de los derechos populares y eclesiásticos que habían sido pisoteados por el fisco y la autoridad real durante tantos años. Unos meses después se celebraron en Valladolid (21 de abril de 1282) unas Cortes muy especiales, tanto, que fueron un acontecimiento único en la historia de España: el insólito nombramiento del infante Sancho como rey de Castilla ante la presencia de familiares, nobles, maestres, caballeros, procuradores y religiosos de alto copete. La Crónica de Alfonso X dejó registrado el momento del simulacro de Cortes con estas palabras:

      “Y acordaron todos que se llamase rey al infante don Sancho y que le diesen todos el poder de la tierra. Y él nunca lo quiso consentir que en vida de su padre se llamase él rey de sus reinos […]”.

      Aquella decisión, pronunciada por el infante Juan Manuel, sobrino del monarca (hijo de su hermano Manuel) y uno de los personajes más relevantes de las Cortes, supuso una suspensión indefinida de los poderes del rey, una deposición técnica o mejor dicho, un golpe de estado en toda regla con la participación de una parte de los representantes del reino. En la cita de Valladolid se oyeron muchos testimonios y varias sentencias para justificar la deposición de Alfonso X, entre ellos las muertes de su hermano Fadrique y del señor de Cameros, ejecutados “escondidamente” por orden del monarca, la mala política fiscal con las alteraciones de la moneda, el exceso de gastos por el tema del imperio y los desafueros, los fueros y privilegios tradicionales de villas y ciudades que habían sido anulados. Verdades a medias o exageraciones de los rebeldes que sirvieron para conseguir el suficiente apoyo mediático.

      Hasta ese momento, la guerra civil se libraba dentro de la más exquisita diplomacia, utilizando los mecanismos del Estado y los pronunciamientos de unos y otros. Fue una guerra civil de despachos y reuniones, sin sangre ni muertes, de negociaciones y promesas. Y todo este episodio lo sufrió el Rey Sabio convaleciente de una grave enfermedad, una más, que le había impedido moverse de sus aposentos. La recuperación física del soberano y la inesperada y sorprendente ayuda recibida de su enemigo Abu Yusuf, el sultán de los benimerines, dieron un vuelco al panorama político con la dura declaración real de desheredamiento y pública maldición de Sancho. Como vemos, las recuperaciones del rey eran terribles para la salud de los demás. La leyenda negra de Alfonso X seguía creciendo.

      Las graves acusaciones que había vertido Sancho contra su padre, justificando su incapacidad para gobernar, fueron respondidas convenientemente por Alfonso X. No olvidemos que el infante había comentado “que el rey está demente y leproso, que es falso y perjuro en muchas cosas, que mata a los hombres

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