Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez Frontera

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inferior a los aparatos que produce. Es lo que se ha llamado la «vergüenza prometeica». Será el momento en el cual la máquina llegará a ser preferida al ser humano. Entonces habrá llegado «la hipertrofia de la técnica» que Ortega y Gasset denunciaba ya en 1933.

      Desde este momento los seres humanos podrían perder definitivamente el control del futuro. Ya la dirección de la evolución se les escapará de sus manos. Quedará fuera del control humano. Máquinas y robots dispondrán de una total autonomía y serán capaces de tomar sus propias decisiones y de automejorarse y autorrectificarse. Naturalmente, la singularidad tecnológica tendrá repercusión inmediata en la singularidad social: producirá cambios radicales en la sociedad gracias al aporte de los nuevos cambios tecnológicos.

      La confianza y la seguridad de la plena realización de esta singularidad tecnológica se basa, para la mayoría de los autores, en el crecimiento exponencial de la tecnología informática sugerido por la Ley de Moore. Esta ley establece que el número de transistores en un microprocesador se duplica cada dos años: es decir, la capacidad de la computación progresa de forma exponencial. Este crecimiento exponencial señala la dirección y la velocidad del proceso hacia la singularidad.

      La «singularidad tecnológica» ha adquirido tal importancia entre algunos autores que ha dado nombre a una Universidad. En el año 2008 se creó en California la «Universidad de la Singularidad», con el patrocinio de Google y de la NASA. Los más entusiastas de esta teoría pronostican que esta singularidad tendrá lugar gradualmente. Pero algunos, como Ray Kurzweil, pronostican su pleno advenimiento entorno al año 2045.

      Naturalmente, no todo es optimismo sobre la propuesta de la «singularidad tecnológica». La teoría es ampliamente debatida entre los científicos. Las cuestiones más discutidas giran en torno a dos asuntos. En primer lugar, la viabilidad de los progresos científicos y los desarrollos tecnológicos que auguran sus defensores. Ya hay experiencia de algunos programas de investigación que se las prometían muy felices y, sin embargo, se han suspendido, por inviables o por inconvenientes. En segundo lugar, está el debate sobre las posibles consecuencias de esa singularidad tecnológica para la humanidad. En caso de que sea viable, ¿será conveniente éticamente? ¿Supondrá una verdadera mejora humana?

      Según los defensores de la teoría de la singularidad, el desarrollo de la ciencia y de la tecnología será tan veloz en un cierto momento que resultará imposible a la mente humana seguir su ritmo. Esto se convertiría en un verdadero problema psicológico para la humanidad. La velocidad es un rasgo esencial de la singularidad. Como consecuencia de esta singularidad tecnológica, aparece otra diferencia substancial entre la evolución natural y el progreso pronosticado por el transhumanismo. Es la diferencia en el ritmo de ambos procesos.

      Ch. Darwin definió la evolución como un proceso de «pasos lentos, cortos y seguros» (Ch. Darwin, On the Origin of Species by Means of Natural Selection, Londres 1859, p. 158). Cuando los científicos hablan de la evolución siempre nos hablan de millones y millones de años, hasta el punto de que a la mayoría de las personas nos resulta imposible imaginarnos esos períodos de tiempo tan largos. Por el contrario, el progreso científico-técnico pronosticado por el transhumanismo se caracteriza por la rapidez, la velocidad y, por consiguiente, una cierta inseguridad.

      A la mayoría de las personas hoy nos resulta prácticamente imposible seguir el ritmo de los descubrimientos científicos y de los desarrollos tecnológicos. A pesar de todos los medios de los que disponemos, no somos capaces de mantenernos al día en la información. Pero lo más grave de la situación no se refiere a la información, sino a la asimilación. La velocidad del desarrollo científico y técnico es tal que nos resulta imposible asimilar psicológicamente las posibles consecuencias del mismo. Mi padre, hombre de cultura absolutamente rural, lo solía decir de forma muy directa contemplando algunos programas de la televisión: «Nos vamos a volver locos con tantas máquinas».

      En este sentido el transhumanismo toma notable distancia de las teorías de la evolución. La evolución natural y el progreso científico-técnico se desenvuelven a muy distintas velocidades. Es como comparar la velocidad de las viejas carretas de bueyes con la velocidad de los aviones de última generación. Y quizá se trata de una comparación demasiado suave.

      El progreso científico-técnico es probablemente el factor más decisivo para esa cultura que hoy se denomina «cultura de la aceleración». La aceleración que fue siempre definida como un fenómeno físico es considerada hoy como un fenómeno cultural. Vivimos una cultura de la aceleración. La era digital es en buena parte responsable de esta aceleración que caracteriza nuestro vivir o nuestro sinvivir. Es un fenómeno paradójico. Las nuevas tecnologías parecen pensadas y diseñadas para facilitarnos la vida ahorrándonos tiempo y esfuerzo. Sin embargo, han terminado por robarnos nuestro tiempo y, como consecuencia, conducen nuestra vida cada vez a una mayor aceleración, sobre todo a una mayor aceleración psicológica. No tenemos tiempo ni sosiego, porque hay que estar pendientes del mensaje que nos llega y para el que se espera una respuesta inmediata.

      Vivimos en la cultura de la aceleración. Hoy todo tiene que ser rápido y al momento: la comida, el trabajo y hasta el descanso. Se trata de una aceleración tal que desborda el ritmo normal y la capacidad promedio de la psicología humana y de la ética disponible. Sin asimilarlo, nos vamos acostumbrando de forma inconsciente a un ritmo de vida acelerado. En un Congreso de Pastores se programó un desayuno lento para que los asistentes se ejercitaran en la comida lenta (slowfood), para que aprendieran a controlar ese ritmo acelerado que se refleja en las comidas rápidas (fastfood). El desayuno duró dos horas más o menos. Para la mayoría de las personas fue un ejercicio difícil de soportar, porque lo consideraban una pérdida de tiempo o, más probablemente, porque no soportaban psicológicamente un ejercicio de sosiego. La cultura de la aceleración está configurando nuestras vidas, con todas las consecuencias negativas que arrastra consigo la aceleración en la vida de las personas: desde el estrés hasta el atolondramiento, pasando por todos los errores que suelen ser producto de la precipitación.

      La ciencia y la técnica son actividades punteras en esta cultura de la aceleración. El progreso científico-técnico ha adquirido tal velocidad que no da tiempo suficiente para pensar, para discernir, para decidir. Si esto es ya un problema a nivel de las vidas individuales, lo es mucho más a nivel de la sociedad en general. Porque están en juego la orientación y el futuro de la humanidad e incluso el futuro de nuestro planeta Tierra. Esa orientación y ese futuro necesitan de científicos y técnicos, de economistas y políticos, de líderes en cualquier área de la vida social para pensar y discernir con sosiego y sensatez, para decidir responsablemente. La velocidad y la aceleración son el gran enemigo del discernimiento y de las decisiones sensatas y responsables.

      Hoy corremos el riesgo de que, debido a la velocidad y la aceleración, el progreso científico-técnico se nos escape de las manos. Ya no parece estar bajo nuestro control. La revolución tecnológica avanza más deprisa que los procesos políticos. Por eso los líderes políticos van perdiendo el control sobre los adelantos científicos y técnicos. El desarrollo se está volviendo autónomo y sin freno posible. Crece la sensación de que no podemos tirar del freno porque no sabemos dónde está y porque el parón haría colapsar la economía y la misma vida social. Sucede con el progreso científico-técnico lo que ocurre con la velocidad del coche cuando ha superado nuestra capacidad de control. Esta situación es nueva en la humanidad y no sabemos bien cómo enfrentarla. El control es totalmente necesario para que cualquier adelanto científico-técnico sea un camino hacia la mejora de la humanidad y no hacia su extinción. De este riesgo son conscientes incluso muchos partidarios del transhumanismo. Por eso alguien ha llegado a afirmar en un tono un tanto apocalíptico: Delante de nosotros está la omnipotencia y bajo nuestros pies está el abismo. Necesitamos la sabiduría capaz de juzgar y decidir qué se debe hacer con el saber.

      Por otra parte, el transhumanismo no solo se considera distante de la evolución natural en la búsqueda de una mejora de la humanidad. También se considera distante

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