Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez Frontera

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para científicos y técnicos adelantarse a las consecuencias de sus inventos y sus prácticas preguntándose si son verdaderamente convenientes para la mejora de la humanidad. Está en juego la sabiduría humana y en algunos casos hasta la misma supervivencia de la humanidad.

      Son tres preguntas fundamentales para meditar sobre las propuestas transhumanistas: si son viables, si son lícitas y si son convenientes. No todo lo propuesto es viable. No todo lo viable es éticamente lícito, incluso aunque sea legítimo. Y no todo lo que es lícito es conveniente. Lo decía san Pablo en sus cartas ya en el siglo primero: «Todo es lícito, mas no todo es conveniente. Todo es lícito, mas no todo edifica» (1Cor 10,23). Lo subrayó con fuerza Erich Fromm en su libro La revolución de la esperanza. Hacia una tecnología humanizada, en pleno siglo XX, cuando aún no se hablaba de transhumanismo.

      Es quizá este último punto el que resulta más difícil de asimilar a algunos científicos y técnicos. La curiosidad en el campo de la investigación y de la experimentación es una tentación demasiado grande para ellos. La carrera del progreso científico y técnico empuja cada vez con más fuerza hacia delante. Una vez iniciada la carrera, es muy complicado echar el freno. A la curiosidad cuasi connatural del ser humano se añade la competición. Nadie quiere quedarse atrás. Todo el mundo pretende hoy ser puntero en ciencia y tecnología. Por aquello que desde Bacon se repite sin cesar: «El conocimiento es poder». Y nadie quiere quedarse atrás en el poder. El hombre moderno renuncia con frecuencia al sentido con tal de conquistar el poder.

      Pero el problema ético adquiere hoy una nueva dimensión ante las nuevas propuestas hechas por el transhumanismo. Como hemos advertido ya, no basta la ética individual, la reacción ética a nivel individual para afrontar los grandes retos que presentan las propuestas más atrevidas del transhumanismo. Un científico o un técnico puede oponerse a determinados experimentos científicos y proyectos tecnológicos aduciendo objeción de conciencia. Un médico puede oponerse a determinados experimentos y programas relativos a la salud. Pero las instituciones son más poderosas que los individuos. Los intereses de las multinacionales farmacéuticas pueden más que la ética individual de los farmacéuticos. Los intereses políticos y económicos se imponen con frecuencia sobre la conciencia individual, orillando los valores éticos. Resuena aquí la severa pregunta de E. Fromm pensando en una sociedad cuyos fines son producir y consumir: «¿Hemos de producir gente enferma para tener una economía sana?». Los experimentos científicos y las prácticas tecnológicas son hoy de tal calibre y sus consecuencias de tal trascendencia que la ética individual ya no es suficiente para gestionarlos.

      Las propuestas transhumanistas están reclamando una ética política. Aquí cobra especial importancia la ética de las instituciones políticas, económicas, sociales, educativas... Los líderes de estas instituciones tienen hoy la especial responsabilidad de mantener un diálogo permanente con científicos y técnicos y un diálogo entre ellos para tomar decisiones firmes sobre lo que es lícito y lo que es conveniente para la humanidad en el ámbito de la ciencia y la tecnología. Si este diálogo ha de estar respaldado verdaderamente por una ética política, debe situarse por encima de intereses meramente económicos o de simple poder. No les resulta fácil a los líderes mundiales acudir al diálogo despojados de intereses partidistas, de criterios prioritariamente económicos o de políticas de corto alcance. Las luces cortas de los propios intereses prevalecen sobre las luces largas de la ética política.

      Termina aquí esta primera meditación sobre los distintos caminos que han precedido al transhumanismo en la búsqueda de la mejora humana, sobre las propuestas de mejora humana hechas por el transhumanismo y sus consecuencias y sobre los desafíos que estas propuestas presentan a la humanidad.

      2

      Ni tecnofilia ni tecnofobia

      El punto número cinco del Manifiesto transhumanista denuncia los riesgos de la tecnofobia y de la tecnofilia. Dice así: «De cara al futuro, es obligatorio tener en cuenta la posibilidad de un progreso tecnológico dramático. Sería trágico si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una tecnofobia injustificada y prohibiciones innecesarias. Por otra parte, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas». Son advertencias muy sensatas que invitan a adoptar una postura ecuánime y prudente sobre el progreso científico y el desarrollo tecnológico.

      Ni la tecnofilia exagerada ni la tecnofobia apocalíptica son buenas para la mejora de la humanidad, que es lo que todos deseamos, transhumanistas y no transhumanistas. La tecnofilia puede convertirse en una idolatría o una fe absoluta en la ciencia y la técnica, cual si fueran la única vía de salvación para la humanidad. Paradójicamente E. Fromm considera que la fascinación por lo mecánico es una especie de necrofilia, de aprecio por la muerte. Por su parte, la tecnofobia puede convertirse en un rechazo absoluto de todo progreso científico-técnico, renunciando a mejoras legítimas, necesarias y convenientes para la humanidad. Refiriéndose concretamente a las propuestas transhumanistas, Luc Ferry cuestiona por igual el miedo apocalíptico y el optimismo exagerado. Escribe: «Hablar de la pesadilla transhumanista es tan profundamente estúpido como hablar de la salvación transhumanista».

      El transhumanismo ofrece, a través de la ciencia y la tecnología, mejoras de la vida humana que otras tradiciones culturales y religiosas han ofrecido con otros medios y otros criterios. Un ejemplo singular es la oferta de una inmortalidad terrena. Esta propuesta transhumanista evoca la permanente búsqueda de la planta de la eterna juventud o de la inmortalidad. Evoca el esfuerzo de diversos sistemas filosóficos por diseñar un paraíso terreno. Evoca, por supuesto, la promesa de inmortalidad hecha por la mayoría de las religiones en forma de inmortalidad del alma, reencarnación, resurrección...

      De alguna forma el transhumanismo promete solventar los fallos de la modernidad. Ciertamente esta ha dejado cuentas pendientes. Desde Descartes prometió un conocimiento basado en la certeza y la evidencia absoluta, pero a la larga ha ido creciendo el relativismo. Prometió igualdad y paz basadas en la democracia y ha cosechado profundas desigualdades y dramáticas violencias. Prometió progreso científico y técnico y ha cosechado un peligroso cambio climático, entre otros riesgos mayores. La lógica del mercado y los intereses políticos tienen mucho que ver con estos fallos. Pero, ¿se podrán solventar solo a golpe de ciencia y técnica?

      Como he indicado en el capítulo anterior, hace algunos años publiqué un libro titulado Creer en el ser humano, vivir humanamente. Antropología en los evangelios. Allí se hablaba, por supuesto, de la propuesta de mejora humana que hace la antropología cristiana. Lo escribí sin referencia alguna a las propuestas posthumanistas. Me pregunto qué habrán pensado algunos posthumanistas si han tenido la paciencia de leerlo. Yo, por mi parte, tras varios meses dedicado a leer sobre el posthumanismo, podría añadir algunas reflexiones a lo que entonces escribí, pero no cambiaría demasiado lo escrito. Ciertamente, tendría que relacionar muchos de los temas allí tratados con las propuestas transhumanistas.

      Hace apenas un año elaboraba un ensayo sobre la salvación desde la teología cristiana. Ha sido publicado con el escueto título La salvación (San Pablo, 2020). Al escribir estas meditaciones con motivo del transhumanismo no puedo menos de comparar aquel ensayo sobre la salvación cristiana con las propuestas del transhumanismo sobre la mejora de la humanidad. En cierto modo, ambos ensayos giran en torno a la categoría salvación, aunque sea con diferentes lenguajes. Ambos ensayos intentan apurar el tema de la mejora de la humanidad, uno desde la perspectiva religiosa, el otro desde la perspectiva científico-técnica. Se trata de dos perspectivas muy distintas sobre la salvación: la perspectiva religiosa y la perspectiva secular.

      De entrada, ambos ensayos parten en una dirección similar y tienen un objetivo análogo: la mejora humana, la búsqueda de la plenitud. Ambos discurren en un principio por vías paralelas buscando la mejora de la salud física, psíquica e incluso espiritual

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