Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez Frontera

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tarde. Ya no habría sujeto para hacer «el examen de conciencia». Hay que adelantarse a los acontecimientos. Hoy es necesaria una ética preventiva o profiláctica para evitar las catástrofes antes de que sucedan.

      Esta ética preventiva debe tomar muy en serio las advertencias hechas por pensadores muy reconocidos. U. Beck ha definido en este sentido la sociedad actual como la «sociedad del riesgo» y ha calificado este riesgo como «riesgo global o generalizado». Ya no se trata de algunos puntos negros en la autovía. Es toda la autovía la que está minada y supone un riesgo permanente. Y H. Jonas ha invocado el «principio de responsabilidad» para enfrentar la amenaza que suponen las posibilidades de la técnica moderna. J. Habermas ha ido más allá hasta hablar de la necesidad de una «ética de la especie» para enfrentar el riesgo de una virtual lesión a la misma dignidad humana.

      La ética preventiva o profiláctica obligaría a suspender la investigación cuando hay seguridad de que algún descubrimiento puede tener efectos catastróficos para la especie humana. Está claro que este criterio no sirve para aquellos transhumanistas que aspiran a dejar atrás cualquier humanismo y a implantar el posthumanismo. Aquí comienza el disenso entre los mismos científicos. Pero incluso aquellos que no están dispuestos a frenar la investigación lo hacen por convicción y con la mejor intención. No hemos de pensar que los científicos buscan y disfrutan las consecuencias perversas de sus descubrimientos. La gran mayoría de ellos solo desean que esas consecuencias nunca tengan lugar y que nadie use sus descubrimientos para dañar a esta humanidad. De nuevo hay que partir del supuesto de inocencia para no demonizar la ciencia ni la técnica, para no demonizar de entrada a los defensores del transhumanismo y del posthumanismo. La tecnofobia por sistema es una patología.

      Pero tampoco se debe demonizar a los críticos del transhumanismo por el simple hecho de que cuestionen algunas de sus propuestas. También aquí hay que partir del supuesto de inocencia. También los críticos del transhumanismo desean y procuran la mejora de la humanidad. También los defensores de una ética preventiva y profiláctica están interesados en las mejoras de la humanidad. Tienen derecho a denunciar una «tecnofilia» desproporcionada, una confianza absoluta en la ciencia y en la técnica. Hasta el mismo Manifiesto transhumanista advierte sobre este peligro: «Por otra parte –afirma–, también sería trágico que se extinguiera la vida inteligente a causa de algún desastre o guerra ocasionados por las tecnologías avanzadas».

      La ciencia y la técnica, como cualquier actividad humana, necesitan control y disciplina para mantenerse al servicio de objetivos y propósitos legítimos, convenientes, beneficiosos para la humanidad. Más que nunca, dado su enorme poderío, hoy la ciencia y la técnica necesitan ser controladas y orientadas por la ética. Quienes ponen las exigencias éticas por encima de las posibilidades científicas y técnicas no deben ser demonizados. Están en su derecho. Les acredita la recta intención de buscar el bien de la humanidad y prevenir contra cualquier daño a la humanidad.

      Entre los mismos científicos algunos de reconocida autoridad expresan mucha precaución sobre algunos proyectos de investigación y sobre un uso demasiado alegre de sus resultados. Se trata de personas que conocen bien los niveles actuales del progreso científico y tecnológico y precisamente por eso expresan esa precaución. No comparten el exagerado entusiasmo que manifiestan algunos representantes del transhumanismo en relación con algunas propuestas transhumanistas. No desautorizan de raíz todas las propuestas transhumanistas, pero sí recelan de algunas de ellas o porque las consideran inviables e imposibles de realizar o porque prevén que acarrearán consecuencias perversas para la humanidad.

      Fuera del ámbito de las ciencias experimentales hay pensadores de notable autoridad que también se mantienen críticos frente a algunas propuestas del transhumanismo. Son pensadores del área de la antropología, de la psicología, de la sociología y las ciencias afines. Y también autores dedicados al estudio de la filosofía, de la teología, de las ciencias de la religión. Es decir, se trata preferentemente de personas dedicadas con ahínco a reflexionar sobre la identidad del ser humano, sobre el sentido y el destino de la existencia humana. Es decir, se trata de personas que se mueven en ese ámbito tan extraño para muchos científicos y técnicos como es el ámbito de la sabiduría, en el que el ser humano se juega el mundo del sentido. El salto de la ciencia a la sabiduría es para muchas personas un salto mortal, pero para otras es un verdadero salto vital. Nada vale la pena si no tiene sentido.

      Pensadores muy autorizados de estas áreas del saber se muestran a veces sumamente críticos con el transhumanismo. Dos nombres muy significativos de esta postura crítica frente a algunas propuestas posthumanistas son actualmente F. Fukuyama y Jürgen Habermas. Estos autores y otros muchos plantean serias cuestiones antropológicas sobre la conveniencia de llevar adelante algunas propuestas del transhumanismo. ¿Garantizarían la supervivencia de la humanidad y su mejora o supondrían, por el contrario, la extinción de la humanidad? ¿Sería el posthumanismo una mejora radical de la especie humana, un salto cualitativo en la evolución procurado por la ciencia y la técnica o supondría la desaparición de lo que actualmente entendemos por humanidad? ¿Cómo sería una inteligencia sin consciencia? ¿Qué puesto tendría la libertad en los posthumanos? ¿Se mantendría la autonomía moral del individuo o este quedaría sometido a intereses sociales, políticos y económicos ajenos? ¿Son viables y convenientes las propuestas que conducirían al posthumanismo?

      J. Habermas denuncia con insistencia y fuerza el intento transhumanista de cruzar «la frontera entre la naturaleza de lo que somos y la dotación orgánica que nos damos». Con este criterio no tiene inconveniente en aceptar y defender las intervenciones terapéuticas e incluso la eugenesia negativa. Pero condena absolutamente la eugenesia positiva, porque compromete la autonomía, la libertad, la igualdad, la democracia... y pone en peligro valores irrenunciables de la dignidad humana. Defiende de forma incondicional la obligación de proteger el dato humano original y evitar la modificación del patrimonio genético.

      Estos críticos del transhumanismo plantean severas cuestiones éticas en relación con las propuestas transhumanistas. Supuesto que se tratara de propuestas viables, ¿sería legítima su realización? ¿Tiene derecho la actual generación a condicionar radicalmente la vida de la siguiente generación? ¿Se deben imponer transformaciones radicales de la especie humana sin el consentimiento de las siguientes generaciones? ¿Se deben considerar mejores todas las transformaciones que son hoy posibles para la ciencia y la técnica? A estos críticos del transhumanismo les preocupa especialmente todo lo referente a la ingeniería genética.

      ¿Cómo calificar a estos críticos del transhumanismo? ¿Se les debe demonizar simplemente porque cuestionan algunos aspectos del desarrollo científico y tecnológico? ¿No tienen derecho a pensar críticamente desde otros presupuestos y cuestionar lo que otras personas consideran acríticamente progreso y desarrollo? ¿No son razonables muchos de sus planteamientos? El cambio climático está generando crecientes preocupaciones sobre el futuro de la humanidad y de las demás especies. Las actuales preocupaciones ecológicas son una buena prueba de que en lo que llamamos progreso y desarrollo no es oro todo lo que reluce. Estamos pagando un precio demasiado alto por lo que alegremente llamamos progreso y desarrollo.

      También aquí es preciso partir del supuesto de inocencia. Tan legítimas son las posturas de quienes hacen estos cuestionamientos como lo son las de aquellas personas que las defienden. Unos y otros están ejerciendo el legítimo derecho a la libre opinión y a la libre expresión. Son posiciones razonables y legítimas siempre que no haya motivaciones perversas envueltas en falsas promesas de mejora humana. De entrada, hay que partir del supuesto de inocencia en los partidarios del transhumanismo y en los críticos del mismo.

      Es cierto que algunos autores hacen cuestionamientos muy radicales a las propuestas del transhumanismo. En este sentido se hace referencia con frecuencia a la postura de F. Fukuyama. Los editores de Política exterior plantearon a varios intelectuales la siguiente pregunta: «¿Qué idea representaría la mayor amenaza para el bienestar de la humanidad?». Parece ser que su respuesta fue: el transhumanismo. Y la respuesta se ha

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