Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez Frontera

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transhumanismo o posthumanismo es H+. El símbolo aparece en la portada del Manifiesto transhumanista.

      Las aspiraciones del transhumanismo evocan el lema olímpico, pronunciado por el barón P. de Coubertin en las primeras olimpíadas modernas celebradas en Atenas e ideado por el fraile dominico Henri Didon: «Citius, altius, fortius» ( más rápido, más alto, más fuerte). El transhumanismo apunta a unas metas más rápidas, más altas, más fuertes. Más, más, más...; no cabe el menos, no cabe la marcha atrás. O quizá ya ni siquiera es posible el stop. Sucede con el progreso científicotécnico lo mismo que está sucediendo hoy en día con los récords deportivos o con toda clase de récords Guinness. No hay lugar para el stop, para establecer una meta, para declarar un final. E. Fromm llamó a esta carrera de las marcas y los récords la búsqueda del predominio de la cantidad sobre la calidad. El ideal de la cantidad parece haberse impuesto al ideal de la calidad. Por el contrario, Stuart Mill pedía que se perfeccionara «el Arte de la vida» y se abandonara o se dejara de estar absorbidos por «el Arte de ponerse a la delantera».

      Quizá se está volviendo realidad el conocido cuento del «aprendiz de brujo». Un mago aconseja a un perezoso y atolondrado ayudante que cuide su castillo y su laboratorio. El muchacho, impulsado por la pereza y la curiosidad, pronuncia las palabras mágicas y da vida a la escoba y al balde, para que le ahorren el trabajo de barrer y fregar. La escoba y el balde comienzan a moverse. El aprendiz de brujo pierde el control de la situación. No encuentra la fórmula para parar a la escoba y al balde y se produce el gran desastre, ya el agua le llega hasta el cuello. Menos mal que el mago llegó a tiempo de parar el desastre y salvar la situación. La reprimenda fue fuerte, porque la irresponsabilidad había sido grande y el peligro, mortal. Esta fue la recomendación del mago maestro: «Antes de aprender magia y hechicería deberías aprender a ser responsable».

      Ya no se trata de la confrontación entre la magia y la responsabilidad. La ciencia y la tecnología no entienden de magia y superstición. Se mueven con unos criterios muy prácticos y muy utilitarios. El verdadero problema que plantea el desarrollo científico y tecnológico actual es de otro tipo. Se trata, sobre todo, de confrontar y armonizar las posibilidades científico-técnicas y las exigencias de la ética. Se trata de armonizar posibilidad y conveniencia.

      Un gran desafío para la humanidad en este momento es armonizar el progreso científico-técnico con las exigencias de la ética. Este es un problema que hoy tiene planteado la humanidad: si dispone de ética suficiente para gestionar y controlar las posibilidades científicas y técnicas, para manejar el progreso de forma que pueda garantizar una humanidad siempre mejor. Si la responsabilidad y la ética no son suficientes para mantener bajo control el progreso científico y tecnológico, el desastre puede ser muy grande, el agua nos llegará al cuello y es posible que no aparezca ningún mago maestro a tiempo para salvarnos. Porque ya no bastarán los gritos del aprendiz pidiendo auxilio. Ni bastará la voluntad de un maestro decidido a parar el progreso, a parar la escoba y el balde. Sencillamente ni los gritos de auxilio serán oídos, ni el maestro mago podrá parar el progreso.

      Pero, ¿tan copernicano es este giro? Lo es ciertamente desde el punto de vista de las posibilidades de la ciencia y la técnica. ¿En tal punto de inflexión estamos? Depende, en buena medida, de la responsabilidad ética de científicos y técnicos. Pero para enfrentar tamaños desafíos no basta la responsabilidad de científicos y técnicos. Se necesita también la responsabilidad política de los líderes mundiales. Se necesita el concurso de pensadores, educadores, líderes políticos y económicos... y de toda persona que pueda ayudar a clarificar y sostener esa responsabilidad ética. Se necesita lúcido discernimiento, porque es preciso tomar decisiones de hondo calado teniendo en cuenta todos los aspectos de la vida humana.

      Vistas las dimensiones de esta problemática, conviene hacer una reflexión previa sobre las actitudes a adoptar ante este «giro copernicano» que supone la propuesta del transhumanismo.

      Conviene partir del supuesto de inocencia tanto en los defensores como en los críticos de dicha propuesta transhumanista. Unos y otros buscan lo mejor para la humanidad, una verdadera mejora de la humanidad. Asunto distinto es quién esté más acertado y en qué medida. En todo caso, no es poco adentrarse en la meditación sobre el transhumanismo partiendo del supuesto de inocencia o de buena voluntad.

      El Manifiesto transhumanista insiste en este propósito bienintencionado de contribuir a la mejora de la humanidad. Promete luchar contra el envejecimiento y las limitaciones humanas, contra la psicología indeseable y el sufrimiento. Promete utilizar las nuevas tecnologías en provecho de la humanidad, para ampliar las capacidades mentales y físicas, para mejorar la vida de las personas. Augura potenciales beneficios para la humanidad. Advierte contra el peligro del mal uso de las nuevas tecnologías. Defiende el bienestar de toda conciencia y asume muchos principios del humanismo laico moderno. Todos estos propósitos hablan en favor de la recta intención de poner la ciencia y la técnica al servicio de la humanidad. Desde estos propósitos es normal que denuncien la «tecnofobia» de quienes se oponen sistemáticamente a todo progreso científico-técnico.

      El supuesto de inocencia significa, en primer lugar, que los defensores del transhumanismo están verdaderamente interesados por la mejora de la humanidad, como repiten sin cesar al señalar el objetivo del transhumanismo. Se da por supuesto esta buena intención y buena voluntad en todos o en la casi totalidad de los investigadores y especialistas de las nuevas tecnologías. En general, solo pretenden inventar para mejorar, hacer nuevos descubrimientos para mejorar las condiciones de la vida humana. Este propósito tiene ya un gran valor ético y merece reconocimiento y gratitud.

      Es cierto que algunas aplicaciones del progreso científicotécnico pueden ser discutibles de entrada. Todo desarrollo tecnológico padece cierta ambigüedad. Los mismos instrumentos que permiten identificar y eliminar nuevas enfermedades pueden ser utilizados por ejércitos o por terroristas para provocar enfermedades terroríficas. Por ejemplo, en el ámbito de la defensa, algunas investigaciones están destinadas a la destrucción del enemigo. Algunas de las tecnologías punta de la última generación se han desarrollado precisamente en el ámbito militar. El desarrollo de la nanotecnología puede permitir enviar moscas biónicas espías a cualquier rincón, cueva o campamento enemigo. O puede crear escáneres capaces de leer el pensamiento de la persona escaneada. Muchas de las aplicaciones de los nuevos descubrimientos científicos y de las nuevas tecnologías aireadas por el transhumanismo están destinadas a la defensa. DAPRA son las siglas para designar la Agencia de Proyectos avanzados de investigación para la defensa. Se trata de un organismo militar destinado a la defensa que tiene muy en cuenta y recurre a los nuevos descubrimientos de la ciencia y las nuevas posibilidades tecnológicas.

      En este caso el uso de la ciencia y de la técnica tiene como propósito la defensa y la mejora humana de algunos, con el riesgo del deterioro de las condiciones de vida de otros o incluso con el riesgo de su destrucción. Es lo que está sucediendo en las permanentes guerras, declaradas y no declaradas, que continúan justificándose con el mito de la defensa y que siguen produciendo infinidad de víctimas y enorme sufrimiento.

      Pero estas aplicaciones bélicas no son necesariamente responsabilidad de los científicos o los técnicos. La gran mayoría de los investigadores no esperan que sus descubrimientos sean utilizados para estos fines. Son más bien responsabilidad de quienes hacen uso de la ciencia y la técnica para un propósito belicista. Lo que está en juego aquí en un primer plano no es, pues, la ética de los científicos y técnicos, sino la responsabilidad ética de quienes usan la ciencia y la tecnología con propósitos bélicos. El uso del progreso científico y tecnológico con estos propósitos agranda el tradicional o eterno problema de la ética de la guerra. El asunto de la guerra ha sido desafío eterno y central para la ética.

      No es cierto que la tecnología sea éticamente neutral, como pretenden algunos transhumanistas. Desde su propósito inicial tiene motivaciones y objetivos que la califican éticamente. Pero no se debe demonizar y condenar la ciencia y la técnica pensando en la

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