Humanos, sencillamente humanos. Felicísimo Martínez Díez

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Humanos, sencillamente humanos - Felicísimo Martínez Díez Frontera

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mediante intervenciones tecnológicas. El transhumanismo pronostica intervenciones tecnológicas para mejorar y elevar las capacidades de conocimiento y de memoria. La terminal de esta carrera será una «inteligencia artificial» –una inteligencia posthumana– que supere la inteligencia humana. Será la máquina capaz de vencer al ser humano. El triunfo de la supercomputadora de IBM llamada Deep Blue sobre el gran campeón de ajedrez Garry Kaspárov supuso un serio aviso. A medida que se vayan consiguiendo esos estadios, el transhumanismo estará dando paso al posthumanismo.

      La farmacología será un factor importante para la consecución de los objetivos transhumanistas. Potentes fármacos se han venido usando ya, sobre todo en el campo del deporte, para mejorar el desempeño físico de las personas. Pero también la psicología y la psiquiatría han recurrido cada vez más a los fármacos para la terapia y la mejora de la psique y de los estados de ánimo de las personas. Por este camino el transhumanismo promete garantizar a las personas una felicidad cada vez más plena, pues la ciencia y la tecnología estarán en condiciones de moldear la psicología humana hasta el punto de eliminar «toda psicología indeseable y el sufrimiento», en expresión del Manifiesto transhumanista.

      Hoy existen fármacos muy potentes capaces de provocar cambios profundos en la psicología humana. Se trata sobre todo de drogas utilizadas para proporcionar a las personas estados anímicos de felicidad y satisfacción personal. Cuadran bien con una cultura en la que prevalece la aspiración a «sentirse bien». Lo importante son las sensaciones placenteras, confortables. Se ha llegado a hablar del nuevo «sentimentalismo químico». Se consideran fármacos legítimos y convenientes en la medida que contribuyen a facilitar estas sensaciones placenteras. Porque lo que importa es sentirse bien. Importa menos la bondad o la maldad intrínseca de las vivencias, de las acciones. Las emociones y los estados de bienestar cuentan más que los grandes valores de la bondad, la verdad y la belleza. Pero suele suceder que muchos fármacos disuelven los problemas de la existencia humana; no los resuelven. Aquí late una versión muy rebajada de la ética utilitarista. Stuart Mill tenía una idea mucho más exigente de la felicidad humana.

      El transhumanismo no solo promete eliminar el envejecimiento y garantizar una supervida e incluso una inmortalidad terrena. También promete garantizar calidad de esa vida tan prolongada. Gracias al desarrollo científico y tecnológico promete prácticamente asegurar la felicidad total eliminando todos los recuerdos negativos y dolorosos. Resulta paradójico ese doble intento: por una parte, ampliar la memoria; por otra, eliminar los recuerdos dolorosos. ¿Cómo conseguirá discernir y separar los recuerdos positivos y negativos? Mediante fármacos asegura también controlar todos los sentimientos, pasiones y emociones que pueden perturbar el bienestar psicológico de las personas: la ira, la rabia, el pesimismo, la desesperanza, la nostalgia, la tristeza, la depresión...

      Esta es la mejora que, según los humanistas, conducirá a la felicidad plena. A esto lo llama el Manifiesto transhumanista «rediseñar la condición humana». Estos objetivos recuerdan la famosa novela de Aldous Huxley, Un mundo feliz. Allí se describe un mundo en el que la felicidad se consigue mediante un fármaco llamado «soma». Que el fármaco se llame «soma» (cuerpo) es un dato significativo. Aldous Huxley, por cierto, era hermano de Julian Huxley, uno de los precursores y representantes del transhumanismo. Aquí está en juego un interrogante trascendental para la persona humana: ¿En qué consiste la verdadera y duradera felicidad?

      Tenemos pues enfrentadas dos formas de procurar la mejora de la humanidad: mediante la educación y mediante el progreso científico-técnico, mediante la modulación del alma humana y mediante la intervención en el cuerpo (soma). Queda pendiente una meditación sobre la gran pregunta: ¿Qué camino es más directo y más eficaz para llegar al núcleo de la identidad de la persona? ¿Cuál ofrece una felicidad más certera y auténtica? Para llegar a la raíz de la identidad humana, al hondón de la conciencia, a la fuente de los sentimientos y las emociones, a la raíz de las pasiones y las virtudes, ¿basta la educación o hay que acudir a la tecnología?, ¿es suficiente la tecnología o se necesita la educación de las personas?

      El transhumanismo marca otro punto de inflexión en el intento de mejora de la humanidad. Este punto consiste en el enorme poderío de la ciencia y la tecnología. La aceleración y el poderío son los dos rasgos más destacados del progreso científico-tecnológico. Cada nuevo descubrimiento en la historia de la humanidad significó un paso hacia delante en la búsqueda de la mejora humana. Cada nueva herramienta o nueva técnica descubierta supuso también un avance en la mejora de la humanidad. Ahorró trabajo humano o hizo más eficaz el esfuerzo de las personas. Pero nunca se consiguieron descubrimientos tan trascendentales como los descubrimientos científicos que están teniendo lugar en este momento. Basta pensar en la nanotecnología, la ingeniería genética, la informática... Nunca tuvieron lugar tecnologías tan poderosas como las que se están desarrollando en este momento en todos los ámbitos de la vida.

      Pero la aceleración y el poderío del progreso científicotécnico plantean nuevos problemas a la humanidad.

      La aceleración del progreso desborda nuestra capacidad psicológica, nuestro ritmo personal. A sus 95 años contemplaba mi padre una máquina escalando la montaña más alta de su pueblo, a la que no llegaban carreteras de asfalto ni caminos de tierra. Se trata de una pendiente que él había escalado muchas veces con sudor y fatiga. Este fue su comentario: «Este mundo se está volviendo loco, no hay quien lo entienda». El cambio ciertamente en las últimas décadas ha sido tan radical que a las personas no les resulta fácil asimilar tantas transformaciones, tan profundas y tan aceleradas.

      Por su parte, el poderío de las nuevas tecnologías no conoce precedentes en la historia. Es como si encontrara a la humanidad sin preparación ni recursos para controlar tanto poderío. El progreso científico y el poderío tecnológico parecen haberse vuelto autónomos o haber escapado al control humano. Científicos y técnicos se consideran sujetos del desarrollo, pero ya no están seguros de mantener el control sobre las consecuencias de sus inventos y sus experimentos. Se escucha con frecuencia este lamento: «No tenemos ética para tanta técnica». Es como si en una competición a toda velocidad la ciencia y la técnica hubieran adelantado a la ética. De esta forma la ciencia y la técnica se quedan sin dirección. Y la ética se queda sin capacidad de orientar y dirigir la historia humana.

      La innata tendencia de la ciencia y la técnica hacia la desmesura hace más necesaria la ética en nuestro tiempo. Y ya no basta la mera ética personal; es necesaria la ética política y ecológica. Para potenciar esta ética es importante tomar en cuenta el terror creciente que invade a la humanidad y promover la cultura de la austeridad y la moderación. H. Jonas advierte que la renuncia a la libertad absoluta se hará necesaria en proporción al crecimiento del poder científico y tecnológico. Científicos y técnicos han de ser los primeros en el ejercicio de la autocensura en nombre de la responsabilidad.

      En semejante situación las propuestas del transhumanismo plantean serias preguntas sobre el futuro de la humanidad e invitan a una seria meditación sobre el sentido y las consecuencias del actual progreso científico y del desarrollo tecnológico. Tales preguntas y tal meditación deben prestar especial atención a las cuestiones éticas. Es preciso recuperar unos valores y unos criterios éticos suficientes para orientar y mantener bajo control el acelerado y poderoso progreso científico-tecnológico.

      Ante este fenómeno del desarrollo científico-técnico, en muchos científicos y técnicos e incluso en algunos representantes destacados del transhumanismo va apareciendo la preocupación por responder a tres preguntas fundamentales. En primer lugar, si todos los avances científico-técnicos que pronostica el transhumanismo a corto y medio plazo son viables. Algunos ya han dejado de pertenecer a la ciencia ficción, pero otros quizá aún pertenezcan al mundo de la ficción. Está en juego el importante asunto de la verdad. En el campo de la ciencia y de la técnica es exigencia ética no ocultar la verdad, no engañar al público. En segundo lugar, es importante plantearse la cuestión ética sobre su licitud, si verdaderamente son lícitos y justificados los proyectos

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