Tendencias organizacionales y democracia interna en los partidos políticos en México. Alberto Espejel Espinoza
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Mariela Díaz Sandoval
Doctora en Ciencias Sociales por la FLACSO México. Ha impartido cursos en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, la Universidad de la Ciénega de Michoacán de Ocampo, así como en la Universidad Abierta y a Distancia de México (2013-2019). Actualmente es Profesora-Investigadora del Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados de la Universidad Autónoma de Guerrero. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel 1, desde 2019. Integrante de la Red Latinoamericana de Estudios Subnacionales (RELADES).
Líneas de investigación: asociaciones público-privadas, corrupción, partidos políticos.
Introducción
En México, los partidos políticos han tenido un papel fundamental a lo largo del siglo XX y lo que va del presente; contaron formalmente con el monopolio de la representación política de 1946 al 2014, por ende, todos los candidatos a algún puesto de elección debían emanar de las organizaciones partidistas en dicho periodo. Así pues, el partido político se configuró como actor clave del sistema político mexicano, ya que en los tiempos de la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), conocido como el “partido del presidente” o el “partido de Estado”, era la organización partidista quien normalmente “se llevaba el carro completo”, es decir obtenía la presidencia la República, así como la mayoría en el Congreso la Unión. Al mismo tiempo, era una poderosa herramienta de transmisión de la disciplina de la clase política hacia el titular del Poder Ejecutivo. Por su parte, la oposición, encabezada por el Partido Acción Nacional (PAN), se dedicó a externar la voz crítica al sistema y concientizar ciudadanos.
Empero, el proceso de liberalización, emprendido en México a partir de 1977, gradualmente incidió en el aumento de la competitividad. En primera instancia, algunas organizaciones de izquierda se volcaron a la arena política, como fue el caso del caso del Partido Comunista Mexicano o el Partido Socialista de los Trabajadores, mismas que participaron por primera ocasión en el proceso electoral de 1979. En segundo lugar, el PAN logró gradualmente un ascenso electoral importante, el cual tuvo momentos fundamentales (algunos ejemplos son la obtención de su primera gubernatura, en 1989, así como su rol protagónico en la alternancia política del año 2000, coyuntura electoral en la cual esta fuerza partidista se hizo de la titularidad del Poder Ejecutivo). En tercer lugar, en 1989, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) irrumpió en la escena electoral, no obstante su antecedente electoral, el Frente Democrático Nacional, marcó la emergencia de un sistema de partidos pluralista moderado que se mantuvo en pie, plenamente, hasta 2012. Ahora bien, la emergencia del Movimiento Regeneración Nacional (MORENA) (2014) y su triunfo en la elección de 2018 han variado completamente el tablero político en México.
A pesar de su lugar privilegiado en la representación política institucional, así como de su importante papel en la democratización del país, previo a la contienda electoral de 2018, los partidos no gozan de buena reputación ante la sociedad. Según la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental, los mexicanos confían más en sus familiares (87.3%) y en las universidades públicas (76.8%) que en los partidos políticos (17.8%), ambas cámaras del Congreso de la Unión (20.6%) o el Instituto Nacional Electoral (33.3%) (INEGI, 2018). Algo cercano fue lo retratado por el Latinobarómetro 2018, pues los partidos políticos en México cuentan solamente con mucho o algo de confianza del 11% de la población. Lo anterior significa que el 89% tiene poca o ninguna confianza en dichas instituciones (Corporación Latinobarómetro, 2018).
Indudablemente, mucho tienen que ver los pésimos resultados en materia de corrupción, inseguridad y desigualdad en México. Por ejemplo, en el Índice de Percepción de la Corrupción 2018 de Transparencia Internacional (2018), nuestro país se ubicó en el lugar 138 de 180 países analizados, retrocediendo tres lugares respecto al informe del 2017. Respecto a la inseguridad, la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana de 2018, levantada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, muestra que el 76.8% de los mexicanos considera que vivir en su ciudad es inseguro (INEGI, 2018a). Finalmente, el informe Desigualdades en México 2018, editado por el Colegio de México, resalta que la movilidad intergeneracional ascendente de ingreso ha empeorado sustancialmente en las últimas décadas (El Colegio de México, 2018).
Para un sistema de partidos, pluralista moderado, en el cual tres organizaciones partidistas (PRI, PAN y PRD) obtuvieron arriba del 80% (1988 a 2012), la insatisfacción de las principales demandas de la sociedad les ha cobrado factura. Además, ello explica, en parte, el éxito de MORENA, partido creado en 2014 y la vertiginosa caída que tuvieron los otrora llamados “partidos mayoritarios” (PRI, PAN y PRD) en 2018.
Ahora bien, pese a estos cambios vertiginosos que ha tenido la vida política en México en los últimos años, poco se sabe sobre las transformaciones o continuidades partidistas internas. En esa tesitura, la pregunta fundamental que guía la presente obra es ¿por qué, en la actualidad, los partidos políticos en México poseen ciertos rasgos organizativos y no otros?
Sin duda, se trata de un asunto de gran importancia, debido al papel de los partidos políticos en el engranaje democrático actual. Y es que lo que se decide al interior de un partido político no es un asunto menor, por ejemplo: seleccionar candidatos a puestos de elección popular, quienes serán la voz del partido en una justa electoral; configurar plataformas electorales para materializar un conjunto de ideas, valores e intereses perseguidos por la organización partidista; seleccionar dirigentes nacionales que dispongan de la representación de la organización. Son decisiones de gran alcance que invitan a interesarnos por lo que ocurre al interior de los partidos políticos.
Sobre todo, vale la pena reformular el objetivo inicial de evitar la afirmación común de que “todos son iguales”, aduciendo que “algunos son más iguales que otros”, en cuanto respecta a la democracia interna.
Por otro lado, la idea del trabajo es llenar un vacío parcial en la literatura sobre partidos en México, ya que la gran mayoría de los trabajos publicados en torno a la democracia interna no han logrado conciliar el alcance temporal del trabajo y la profundidad, más allá del ámbito estatutario. Así, como se consignará en el primer capítulo de la obra, han predominado dos tipos de estudio: 1) los estatutarios, que fallan al no observar lo que sucede, a veces, a pesar de las reglas del juego formales, y 2) los empíricos, que tienden a ser coyunturales, descuidando la influencia del origen, así como la posibilidad de cambio o profundización de la (ausencia/presencia de) democracia interna.
Para lograr lo anterior se recurrió a una lección clásica que en su momento anotaran Duverger y Panebianco: mirar el origen nos permite comprender el presente. Sin pensar que el origen condiciona la vida organizativa del partido, se asume que la génesis partidaria es un buen momento para apreciar los desafíos en términos de la (ausencia/presencia de) democracia interna. Dicho sea de paso, tal derrotero no siempre es concordante con lo que marcan las reglas formales, ni en todos los casos es inamovible de una vez y para siempre, pues los partidos deben sortear constantemente retos endógenos y exógenos que pueden variar su acontecer interno, como ocurrió en el caso del PAN, PRI y PRD, o profundizarlo, como se observa en los casos del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), el Partido del Trabajo (PT) y Movimiento Ciudadano (MC).
Por consiguiente, en primer lugar, se ofrece una discusión en torno a las herramientas teórico-metodológicas empleadas en los estudios de caso. Por ende, se inicia con una breve discusión sobre los pros y contras de la democracia interna, así como la historia del uso del concepto en México. Y enseguida cierra con la simbiosis entre la democracia interna y la tendencia organizacional que permite apreciar el nexo entre el origen partidario, la articulación de sus ingredientes originarios y la huella en torno a la (ausencia/presencia de) democracia interna (participación, competitividad y control político). No sin dedicar un pequeño