La observación del desarrollo infantil. Rosa Julia Guzmán

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La observación del desarrollo infantil - Rosa Julia Guzmán Estudios

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se plantea se encuentra en coherencia con lo planteado por Amar-Amar y Rodríguez-González (2014, p. 3) cuando mencionan que pensar en el desarrollo infantil implica, entonces, estudiar la relación que existe entre el sentido del desarrollo humano y la forma como se llevan a cabo los procesos que la determinan. Todo proceso de desarrollo está inserto en una cultura cuyos símbolos, valores y experiencias definirán su sentido. Así, el concepto de desarrollo infantil lo entendemos como una propuesta abierta, inacabada, en un continuo movimiento hacia su propia realización. Se refiere a unas cualidades que están siempre en construcción. Por esto, sin negar la realidad biológica, el desarrollo infantil es un concepto social e históricamente determinado. Es la síntesis resultante de las condiciones biopsicológicas del niño inmersas en la dinámica de los procesos culturales y sociales que lo enmarcan.

      Así, desde la visión integral que se asume actualmente –como también lo señalan Omi et al. (2014)– el desarrollo infantil se concibe como un proceso abierto e influido por las múltiples interacciones entre sistemas, instituciones y agentes, y no como el simple resultado de etapas regulares que son superadas a medida que pasa el tiempo (Preiss y Peña, 2011; Valsiner, 2012).

      Desde esta perspectiva, la cotidianidad y sus prácticas son determinantes en la generación de oportunidades de desarrollo en entornos de vida compartida y en las formas en las que se da el desarrollo, quiénes participan en este y de qué manera, cuáles son los aspectos que se deben potenciar y cómo hacerlo desde distintos actores y sectores (Omi et al., 2014; Valsiner, 2013). Es decir, aunque el papel de la biología es claro y debe ser estudiado para estar en capacidad de comprender las características del desarrollo en todas sus dimensiones, el papel del ambiente (como interacción entre sociedades, culturas, políticas, economías y ecología, entre otros) ha de ser rescatado, en la medida en que el individuo no se desarrolla de manera aislada, sino dentro de entornos socioculturales específicos y, por tanto, su estudio e intervención deben darse dentro de dichos escenarios, considerando la participación de los múltiples agentes involucrados.

      En la misma línea de estos planteamientos, Almonte-Vyhmeister y Montt-Steffens (2013) conciben el desarrollo como una epigénesis interaccional; esta es una visión con base en la cual las estructuras y las funciones propias del organismo tienen origen a partir de la interacción que se da entre factores tanto genéticos como no genéticos. Es decir, dicho desarrollo se traduce en un proceso de inducción recíproca entre elementos de diversos sistemas y contempla una serie de principios que se van evidenciando a partir de periodos específicos caracterizados por ciertos hitos esperados pero que no son universales, sino que se encuentran influidos por una diversidad de factores y condiciones propias de los contextos y las culturas.

      Precisamente, un elemento determinante dentro del estudio del desarrollo es la consideración de los periodos en los que tiene lugar dentro de los diferentes momentos del ciclo vital. Es decir, no desde una mirada de etapas con procesos específicos que se deben dar de manera exacta en determinada edad y no en otra; el desarrollo no se considera un proceso lineal y predeterminado, sino un proceso de periodos o etapas del ciclo vital en el que se suelen presentar ciertas características e indicadores de desarrollo típico. El conocimiento de los periodos mencionados se señala, ya que orienta procesos de observación adecuada de los procesos y factores implicados, para detectar rumbos distintos que toman los desarrollos, así como contextos desfavorables o características atípicas que requieren intervenciones oportunas y concretas.

      Es claro que, aun siendo conscientes de las influencias de las nuevas tendencias del desarrollo, tales periodos son en sí mismos constructos sociales y culturales que se han consolidado desde la literatura a través de consensos científicos y que facilitan tanto el estudio como el diseño de procesos y procedimientos desde los diferentes sistemas y entidades. Esto, considerando que tanto el desarrollo como el aprendizaje se dan durante toda la vida, pero ciertas características generalmente se acentúan más en ciertos periodos que otros y su conocimiento se hace especialmente relevante en aras de brindar una atención adecuada con respecto a diferentes aspectos.

      Desde el estudio del desarrollo se han definido ciertos núcleos: el físico (asociado con el crecimiento del cuerpo y el cerebro, así como “las capacidades sensoriales, habilidades motoras y la salud”); el cognitivo (involucrado en procesos como la atención, la memoria, el aprendizaje, el lenguaje, el pensamiento, la creatividad y el razonamiento, entre otros); y el psicosocial (vinculado con las relaciones sociales, el desarrollo emocional y de la personalidad). Estos no actúan por separado, sino que su desarrollo se interrelaciona permanentemente no solo entre sí, sino también con las características de los contextos socioculturales en los que se encuentra el individuo.

      Los núcleos permean una serie de periodos de desarrollo típico, con rasgos y secuencias evolutivas esperadas, que se van dando a lo largo del ciclo vital, pero sin olvidar las diferencias que puedan existir en su ritmo a causa de características de los contextos y las culturas. Desde los planteamientos de Santrock (2004), Papalia et al. (2013), estos son: el periodo prenatal (desde la concepción hasta el nacimiento), la infancia (del nacimiento hasta los tres años), la niñez temprana o edad preescolar (que va desde el final de la infancia hasta los cinco o seis años), la niñez intermedia y tardía (de los seis a los once años, aproximadamente), la adolescencia (enmarcada como la transición de la niñez a la adultez temprana, es decir, de los diez a los once años a los dieciocho a veintidós). Después de estas, continúan las demás etapas del ciclo vital como lo son la adultez temprana (de los veinte a los cuarenta años), la adultez media (de los cuarenta a los sesenta y cinco) y la adultez tardía (de los sesenta y cinco años en adelante).

      No obstante, nos centramos en los periodos iniciales del desarrollo, por ser estos considerados los periodos más críticos o sensibles del desarrollo al demostrarse que “el desarrollo cerebral durante la infancia tiene un rol central en el aprendizaje, la conducta y la salud tanto física como mental” (Mustard, 2003, p. 85).

      Respecto a la etapa prenatal, es el periodo del desarrollo humano que comprende todo el proceso de gestación, es decir, desde el momento de la concepción hasta el nacimiento del niño. En este periodo interactúan tanto la dotación genética como los factores ambientales y se forman las estructuras y órganos básicos para el funcionamiento adecuado del cuerpo y del cerebro. Es un periodo caracterizado por el crecimiento acelerado de estos, las influencias ambientales actúan como un factor esencial, ya sea protector o de riesgo (Almonte-Vyhmeister y Montt-Steffens, 2013). En relación con el aspecto cognitivo, en esta etapa se desarrollan las capacidades para responder a la estimulación de los sentidos para prestar atención, recordar y asociar elementos y comienzan a generarse procesos de aprendizaje. Además, es el periodo en que se empieza a formar el vínculo afectivo entre el bebé y la madre en tanto el feto responde a su voz y se manifiesta una preferencia hacia ella.

      Después del nacimiento, llega el periodo de la infancia en el que comienzan a operar en armonía todos los sentidos y sistemas del organismo, y se aumenta progresiva y rápidamente la complejidad del cerebro humano (recordando la gran influencia del medio o contexto en dicho proceso). Igualmente, el crecimiento físico y desarrollo de habilidades motoras se da de manera muy rápida (Papalia et al., 2013).

      El desarrollo cognitivo se manifiesta en las capacidades crecientes para aprender y recordar, así como en el desarrollo de la capacidad de reconocer, utilizar símbolos y resolver problemas que se da de manera clara hacia el final del segundo año. Entre el segundo y tercer año la adquisición del lenguaje cobra un valor esencial y el desarrollo corporal comienza a tener un mayor énfasis en las habilidades motoras finas (a diferencia de los primeros años en que eran, principalmente, gruesas). En términos del desarrollo psicosocial, se evidencia un gran apego a los padres o cuidadores, aunque con un mayor desarrollo de la autoconciencia y un aumento del interés hacia otros niños, de modo que se da el paso de la dependencia a la autonomía (Pérez-Pérez

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