DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS. VICTOR ORO MARTINEZ

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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - VICTOR ORO MARTINEZ

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buen provecho. En fin tranzamos en que iba a recortarme un poco el chivo y alborotar mis cabellos, cosa que no sería difícil dada su naturaleza ondulada.

      Me pidió prestados treinta pesos para invitar a cenar a la profe esa noche y me repitió que de ninguna manera fuera a pensar que con ello me estaba cobrando el alquiler del hospedaje. Me dejó además la tarjeta del comedor universitario para que la utilizara en el desayuno y la comida y me presentó a varios de sus amigos, que pronto lo fueron míos también, pues escasamente les llevaba tres o cuatro años de edad y compartíamos gustos y aspiraciones similares.

      Trabajo me costó sentirme otra vez propio como era. Con tal de ganar la confianza de mis nuevos conocidos mandé a comprar una botella de ron y entre tragos y canciones inauguramos la noche, luego vendría otra botella hija de una ponina colectiva y más tarde otra más salida de mis fondos, las que bebimos hasta caer rendidos por el alcohol. El fruto más amargo de aquella noche fue que tuve que deshacerme de mi entrañable compañera, la guitarra.

      Cuando en la mañana me vi con sólo diez pesos en el bolsillo me horroricé. Maquinalmente conté los cigarrillos que me quedaban, seis, estaba en la ruina. Mi vista se detuvo en la sensual cintura de la guitarra, le pedí perdón a las cuerdas y clavijas por lo que pensaba hacer y salí con ella a venderla al mejor postor. No tuve que averiguar mucho, uno de los estudiantes de Bangladesh, nombrado Layanta Palipana, me la compró en ciento veinte pesos sin chistar. Cuando descendía las escaleras de su cuarto acerté a escuchar el tintineo triste de una canción asiática que brotaba de sus cuerdas y el corazón se me encogió de pena. Para aliviarla me disparé un par de buches que habían quedado en la última botella y salí en busca de Ricardo.

      Ahora necesitaba hacer cálculos estrictos de mis finanzas pues ninguna de mis otras pertenencias valía una peseta. Previsoramente decidí reservar el pasaje en ómnibus hacia la Habana para finales de julio y quitarme esa preocupación de encima. Los albergues, por otra parte, dentro de unos días cerraban por las vacaciones, así que pedí a Ricardo su apoyo inmediato en la solución de mi hospedaje en esos quince días que se avecinaban. Rápido de mente y sagaz como era me ofreció una oportunidad, según él única, de esa forma yo le tiraba un cabo y él me tiraba otro. Como no tenía otra alternativa tuve que aceptar su plan, que consistía ni más ni menos que en suplantarlo físicamente en la Brigada Estudiantil Universitaria que durante dos semanas y de forma voluntaria iría a trabajar en la agricultura en un municipio de la provincia. Enriqueció mi mochila con un mosquitero, una frazada, jarro de aluminio, pasta de dientes, dos latas de leche condensada y una bolsa de galletas de sal, habló con el jefe de la brigada, socito suyo, para que guardara el secreto y de esa manera, con sombrero de yarey y todo me vi viajando dos días después en un ómnibus atestado hasta Vertientes, rodeado de gente extraña y bulliciosa.

      El “himno nacional” en esos días era la canción “My World” de Bee Gee y la cantábamos a coro con tremendo entusiasmo y mayor desafinación, intercalándola con los viejos bolerones reverdecidos por los Pasteles Verdes.

      Dos chicas sentadas frente a mí no cesaban de cuchichear y sonreír mientras me observaban en detalle. Imaginé que ellas como tantos otros, a pesar de haberme desensilviado, todavía distinguían en mí rastros del plagiado y en un inicio no les hice mucho caso, pero al ver su insistencia les pregunté si tenía monos en la cara.

      _No chico, no y no te pongas bravo, sólo comentábamos que para ser primos tú y Richar no se parecen en nada.

      _ ¿Y quién les dijo que éramos primos?

      _Bueno, es lo que se comenta, ¿son primos o no?

      _Somos más que eso, somos primos y hermanos de crianza, lo que pasa es que Ricardo salió bonitillo y yo soy, por así decirlo, el patico feo de la familia.

      Enseguida me di cuenta que había metido la pata con eso del patico feo, porque las dos zorras comenzaron a reírse como si les estuvieran dando cuerda. Ríe que te ríe y ríe.

      _ ¿Dónde está la gracia que no se la veo?

      Y más risas y ahogos y toses y todo el mundo puestos para nosotros. Por suerte la rubita, mejor dicho rubiota, que después supe se llamaba Bety, tuvo la elegancia de darme la explicación al oído. Explicación cargada de insinuaciones por supuesto.

      _Cuidado con eso del patico_ me cuchicheo_, tú no tienes tipo de eso ¿O es que eres un gallo tapado?

      _Ni tengo tipo ni lo soy, y el que tenga dudas que venga a probar.

      La otra, más feíta y desparpajada, se moría visiblemente de las ganas de saber qué hablábamos. De aquel incidente surgió una maravillosa relación que me hizo pasar días espléndidos

      En cuanto llegamos al campamento, unas viejas naves largas y despintadas de paredes de madera y techo de zinc, Luis Maldonado, amigo cercano de Ricardo se me acercó.

      _Tú no pierdes tiempo compay.

      _ ¿Con qué? _ le pregunté extrañado.

      _Vamos, no te hagas el bobo, que ya te vi disparándole a Bety.

      _No chico, no, lo que pasa es que se quiso hacer la graciosa y tuve que pararla como era debido.

      _La graciosa no, ella es así, mi socio, salsosa y camina, ¡para que lo sepas, camina!..

      _Entonces es fácil, ¿tú crees que si le disparo la tumbe?

      _No es que sea fácil, pero camina. En la Prepa sólo tuvo dos novios, el último fue Ricardo ¿Él no te lo dijo?

      _ ¡No jodas compadre que esa chiquita fue jeba de Ricar!

      _Uhm.

      _ ¿Y cómo soltó esa prenda?, porque está buenísima.

      _Na’, la profe Berta se le metió entre ceja y ceja y como él es un barco para los estudios con esa relación vio aseguradas las notas del curso y se enganchó con ella.

      _Pues mira que voy a probar a ver si de verdad camina. Gracias mi hermanito por la información.

      Por la noche, después que nos acabamos de acomodar en los albergues, en la plazoleta frente a ellos se formaron espontáneamente cuatro o cinco grupos de jóvenes. Unos hacían chistes, otros jugaban a las cartas o al dominó, aquellos por allá cantaban rumbas acompañándose del toqueteo de las maletas de madera, los de más allá, los romanticones, se complacían oyendo un recital de la Pequeña Compañía y entre ellos distinguí a Bety, que al verme se me acercó con un brillo pícaro en la mirada.

      _Ven para acá, patico_ me dijo bajito.

      _Deja la gracia, ¿me oíste?, ¡deja la gracia!

      Me tomó muy suavemente por el brazo.

      _No te sulfures mi chiquitico, es una broma entre tú y yo. Ven que te voy a presentar al grupo.

      _ ¿Estás loca?_ cuchicheé_, si me doy mucha publicidad va y algún chivato se va de lengua y se descubre que Ricardo no vino al trabajo y a lo mejor por eso le tumban el viaje a la URSS.

      _No tengas miedo que aquí los que estamos somos de la pandilla, además, lo de la ausencia de Richard lo conoce todo el mundo, con nosotros no hay escache. Ven.

      A muchos ya los conocía, a los varones sobre todo, a las hembras les di la mano mientras sonreía.

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