DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS. VICTOR ORO MARTINEZ

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DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - VICTOR ORO MARTINEZ

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preguntando ¿y Bety?

      _Vengan los dos para acá, que esto ahora se pone bueno y dése un buche asere y desconecte hoy, que mañana tendremos que fajarnos duro con las yerbas ¡Arriba, venga, todos conmigo! y cantó: “mujer, si puedes tú con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez te he dejado de…mamar” y allí mismo estalló la carcajada colectiva.

      Al ver que Bety era una de la que con más fuerza reía la ocurrencia obscena me desinhibí y después del tercer trago saqué a relucir mis dotes de artista y le metimos mano a unas cuantas guarachas picantes, entonces contrario al efecto que esperaba ver, la muchacha se puso seria y como me olí que algo andaba mal me puse serio yo también.

      _ ¿No te gusta cómo canto?

      Negó con la cabeza mientras contraía los labios y ladeaba el rostro

      _No, no es eso.

      _ ¿Y entonces…?

      _Es que no me dejas escuchar el recital por el radio ¿No te gusta la Pequeña Compañía?

      De situaciones anteriores tenía el conocimiento y la experiencia de que no podía hacerme amigo de las mujeres. Cuando establecía una relación cordial sana con ellas, no había forma de que después pudiera conquistarlas, así que vi la oportunidad para comenzar mis insinuaciones antes de que la confianza con ella fuera mayor.

      _ ¿Tú sabes qué cosa me gusta más que la Pequeña Compañía? Tu pequeña y cercana compañía.

      Me miró recelosa, o más bien fingiendo recelo y con un brillo nuevo en la mirada

      _Te pareces a alguien que yo conozco.

      _Difícil, mi niña porque de los locos entre los locos yo soy el más loco.

      _ ¿Y músico y poeta?

      _De todo, por ti soy capaz de todo. Yo puedo decir los versos más tristes esta noche.

      _No es decir, es escribir.

      _No, ese fue Neruda. Yo te los digo, o los más alegres, los más originales, los que tú quieras escuchar.

      Me miraba con aire de incredulidad, sonriendo la ocurrencia y creía adivinar en sus ojos cierta aceptación cuando Luis nos interrumpió.

      _Guarde la Colt, compadre. Mira me contaron que aquí cerca hay una presa de lo más bacana. Vámonos todos a pecar.

      _ ¿A pescar a esta hora?_ me extrañé_. ¡Tú estás loco!

      _Loco no mi socio, tú eres el que estás sordo, dije a pecar, sin ese. Mira para acá, todavía queda una botéllula por los hómbrulos.

      Y en la presa fue el despelote, tragos, canciones, chistes, más tragos y después el embullo colectivo de bañarnos y ellas que si los caimanes y nosotros que aquí no hay nada de eso, después ellas que si las trusas y nosotros que las de Adán y Eva y ellas que no y nosotros que sí y con el otro trago, la noche y las aguas oscuras nos engulleron totalmente en cueros. Al inicio chapoteamos y reíamos, luego nos fuimos separando hasta conformar cinco minúsculas islas que cada vez reducían más su territorio a medida que nuestros cuerpos se pegaban, se fundían y vino entonces el alboroto de Amarilis corriendo desnuda por las piedras de la orilla y Luis detrás de ella tropezando mientras intentaba ponerse los pantalones.

      _Ese Plomo no es fácil_ se compadeció Bety.

      _ ¿Qué plomo?_ pregunté ingenuo

      _Luis, le dicen el Plomo y no es por lo pesado que es. Dicen que se manda mal, está más que bien dotado. Amarilis lo sabía y quería probarlo, alardeaba que ella sí se la disparaba completa y mírala ahora cómo va.

      Aquel comentario sobre dimensiones fálicas, el sobresalto, el efecto del alcohol y un poco de complejo de inferioridad hizo que se me enfriara hasta el alma. Las otras parejas también salían del agua y los imitamos. Nuestras mentes, ahora más lúcidas después del chapuzón nos forzaban a enfundarnos en los comunes pitusas descoloridos. Amarilis ni atrás ni alante quiso volverse a unir al grupo y las muchachas solidarias la acompañaron de vuelta, unos cincuenta metros delante de nosotros. Los varones acabamos de despachar la botella y empezamos a darle cuero al Plomo y cuero y cuero hasta que el tipo se decidió a hablar, que no, que no se la pudo meter, que cuando ella vio cómo era la cosa comenzó a recular y que no, que no. Ni siquiera la pinchó.

      Al otro día coincidí casualmente con él en el baño y al verme mirarle de soslayo su aparato me soltó.

      _Unos porque quieren tenerla más grande, y a mí porque me sobra un pedazo.

      Tenía el rabo más largo que jamás en mi vida vi, nueve pulgadas en reposo, catorce y media parado. Yo no lo medí, me lo contó él y por lo que se apreciaba no debía haberse equivocado.

      _Compadre, pero a usted hay que cambiarle el apellido, en lugar de Luis Maldonado eres Luis Biendonado.

      _ ¡Ah, no jodas, tú también me vas a dar cuero!_ me dijo desconsolado.

      _No mi herma, no es cuero. Alégrese de ser así, siempre es mejor que sobre y no que falte, además lo suyo tiene solución.

      _ ¿Verdad?_ en su rostro se notaba alegría y esperanza._ ¿Cuál es la solución?

      _Ponerte un pañuelo amarrado en el tronco del rabo como si fuera una arandela.

      Tuve que salir de allí a millón porque el muy degenerado me lanzó no un cubo de agua, sino el mismísimo cubo por la cabeza, y era de zinc galvanizado.

      Más tarde un sol juliano, tropicalísimo y achicharrador se ensañó en nuestras espaldas juveniles y trasnochadas mientras guataqueábamos unos interminables surcos de caña nueva. Con la resaca de la noche anterior y el cansancio del viaje parecíamos verdaderos zombis, los pesados azadones se levantaban arrítmicos y cansones, mientras nuestra ilusión se centraba en el remoto final del campo, donde un incitador y frondoso mamoncillo esparcía una sombra grande y fresca. Luis, Fidel y yo fuimos los primeros en llegar a él y a pesar de no haber hecho mucho hincapié en cumplir la faena con calidad sentía en las manos el escozor de las incipientes ampollas. A las muchachas las habían mandado a unos semilleros distantes de nuestro campo, por lo que nos sentíamos aún más abandonados y desalentados. Apoyamos las espaldas en el tronco rugoso, a lo lejos los otros sufrían aún bajo el sol.

      _Que lo aprovechen bien, porque en Diciembre y Enero cuando los coja el frío de la Sóviet van a llorar por un poquito de sol.

      El Plomo me miró sonriendo.

      _Algunos, porque yo voy para Alma Atá y allá dicen que se mete un calor de más de cuarenta grados. Peor que este.

      _Entonces vamos a solidarizarnos contigo y nos quedamos aquí a la sombra_ sugirió Fidel_, y hablando de sombra. Plomo, necesito que me tires un cabo. Tú sabes que estoy puesto de lleno para Olga, pero veo que le han disparado más de veinte tipos durante todo el curso y ninguno ha podido sacarle el sí. Tú eres socito de ella, ponme una piedra compadre, a ver si paso estos días como se merece.

      _ ¿Qué piedra ni un carajo? , bájale muela. Tú eres un tipo de jeta fácil y gracioso. Tienes quince días para ligarla.

      _El

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