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El derecho ya no es lo que era - Группа авторов Estructuras y Procesos. Derecho

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se hundieron hasta los 60 000 millones, que eran menos de una sexta parte de los obtenidos en 2006 y que representaban únicamente un 6 % del total de los rendimientos de las empresas norteamericanas. Pero ya en 2009 los beneficios del sector financiero se incrementaron hasta 315 000 millones, acaparando un 28 % del total de las ganancias empresariales. Esa capacidad de recuperación tras la crisis pone de manifiesto el inusitado poder de las finanzas en el mundo contemporáneo. De acuerdo con las últimas cifras publicadas por el BEA (Bureau of Economic Analysis), el sector financiero estadounidense obtuvo 367 000 millones de dólares de beneficios en 2019, cantidad equivalente al porcentaje de 2006: 24 %23.

      3.2. Las bases del poder financiero

      Tres de los elementos en los que se basa el incremento de poder del sector financiero son los procesos de desregulación, informatización y cientifización que ha experimentado el mundo de las finanzas.

      La actividad de los bancos y demás instituciones financieras se ha desregulado durante el proceso de globalización, es decir, han disminuido las restricciones que les imponía la ley y se han relajado o vuelto inoperantes los mecanismos de control de su actividad. Esta relajación de la regulación ha aumentado el margen de maniobra de las entidades financieras y ha facilitado la circulación de capitales por todo lo largo y ancho del mundo. Es especialmente relevante la difuminación de la distinción entre la banca de depósitos y la de inversión, así como la aparición en escena de numerosas entidades financieras que no son legalmente bancos por lo que no se encuentran sometidas a los controles que afectan a estos.

      La eliminación o atenuación de los controles estatales sobre los movimientos de capitales a través de las fronteras han incrementado descomunalmente los flujos transnacionales de capitales. Los movimientos de capital han existido siempre, especialmente desde la implantación de la economía capitalista, asociados al comercio y a la inversión. Su finalidad es pagar los productos adquiridos por las empresas en el extranjero o invertir en otro país, por ejemplo, construyendo una filial. La novedad más sobresaliente de la globalización es la desproporción entre la cantidad de dinero que se mueve por el mundo y las dimensiones de la economía real.

      Otra evidencia del sobredimensionamiento de la economía financiera respecto de la productiva es el desmesurado volumen de los productos denominados «derivados». Estos han alcanzado los 640 billones de dólares en 2019, mientras que el PIB global, es decir, la riqueza conjunta que han producido todos los países durante ese año ha sido de 86 billones de acuerdo con los datos del Banco Mundial. Los rescates bancarios que se realizaron tras la crisis del 2008 trasegaron una cantidad de miles de millones que contrasta con las cifras dedicadas a salvar a las compañías manufactureras. Así, por ejemplo, el Gobierno alemán aportó 1500 millones de euros para salvar la filial europea de General Motors, Opel, mientras que Bankia recibió más de 45 000 millones de ayudas públicas del Gobierno español.

      La informatización de las transacciones financieras ha incrementado enormemente su volumen y velocidad. El número de operaciones en los mercados de divisas o de valores se ha multiplicado exponencialmente al realizarse a través de redes digitales que conectan directamente unas entidades financieras con otras y con las bolsas. La mayor parte de las órdenes de compra y venta las realizan hoy en día ordenadores programados con un sofisticado software que les permite detectar las tendencias del mercado y que pueden procesar innumerables operaciones por segundo.

      El sometimiento de los estados, las empresas y las familias a la lógica financiera se ha conseguido sobre todo mediante la utilización de tres mecanismos: el crédito y la correspondiente deuda, los seguros y la multiplicación de los tipos de títulos-valores.

      El crédito ha sido tradicionalmente la fuente de ingresos más importante para los bancos comerciales. Estas instituciones captan el ahorro de la población en forma de depósitos y conceden préstamos a particulares o empresas dándoles un plazo para la devolución del capital y el pago de los intereses, que son la fuente de los beneficios del banco. La concesión de un crédito no constituye una transferencia de fondos de los depositantes al prestatario. Lo que hace el banco es realizar un asiento contable a favor del titular del préstamo, por lo que no se está traspasando dinero, sino creándolo.

      El funcionamiento de los bancos comerciales presenta dos problemas especialmente delicados. El primero es contar con dinero o liquidez suficiente para hacer frente a las retiradas que los clientes hagan de sus depósitos. Para garantizar esta disponibilidad de liquidez, los bancos mantienen unas reservas permanentes de dinero contante. El otro problema de la actividad bancaria que exige extremar las precauciones es la determinación del riesgo que corre la entidad al prestar dinero. Es muy importante asegurarse de la solvencia del prestatario para pagar efectivamente el crédito. Si crecen los impagos el banco sufrirá pérdidas. Los bancos tienen unas determinadas provisiones de capital aportadas por sus socios. Estas provisiones deben incrementarse si aumenta el riesgo de impagos para no correr el peligro de quebrar. La determinación de la cuantía de las reservas y la provisión de capital, así como el establecimiento de límites al riesgo que se puede correr al conceder un préstamo han sido tres aspectos centrales de la regulación bancaria a lo largo de la historia. Como veremos, los créditos hipotecarios han sido uno de los instrumentos fundamentales para la financiarización de las economías domésticas.

      Tradicionalmente han existido dos tipos de títulos-valores: las acciones y las obligaciones. Las primeras son participaciones en el capital de una empresa, las segundas son bonos de deuda de compañías privadas o estados. Junto a las acciones y obligaciones han aparecido multitud de nuevos títulos durante la globalización. Da la impresión de que cualquier cosa puede convertirse en un título. Por ejemplo, se han hecho paquetes de deudas hipotecarias que, luego, se han titulizado mediante la emisión de participaciones que dan derecho al reembolso del capital invertido más un determinado interés. Los títulos respaldados por hipotecas fueron uno de los elementos desencadenantes de la crisis financiera de 2008. El mundo de los llamados «derivados» también ha visto nacer una miríada de nuevas

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