La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

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La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey Derecho

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en los ecosistemas intervenidos artificiosamente por el Hombre. En el año 2015 apareció un artículo del investigador Boris Schmid en la revista PNAS. Allí se explicaba cómo el clima podía crear una pandemia. El autor recordó que la peste negra, que diezmó la población europea a mediados del siglo XIV (la bacteria Yersinia pestis, que desapareció en el siglo XIX), surgió como consecuencia de una zoonosis. Los investigadores estudiaron las condiciones climáticas que precedieron a la propagación de la enfermedad, recopilando datos epidemiológicos de más de 7700 brotes de peste y en los anillos de los árboles de varias regiones de Asia Central. El trabajo sostiene que los diversos brotes de peste en Europa fueron consecuencia de diferentes eventos climáticos. Pues bien, a pesar de que ya se han publicado numerosos artículos, corroborados por estudios científicos, sobre el hecho de que los nuevos virus están asociados a la destrucción de los ecosistemas, la deforestación, el tráfico de animales silvestres, la expansión de los monocultivos y el cambio del uso del suelo, la mayoría de los análisis sobre la pandemia parece ignorar estas evidencias.

      Me he preguntado muchas veces ¿por qué perdimos la armonía que tuvimos? Y he corroborado, ya en los primeros veinte años del siglo XXI, lo que pensó Roszak en la segunda mitad del siglo XX, cuando escribió, en su libro El nacimiento de una contracultura, que la angustia ambiental de la Tierra ha afectado nuestras vidas como una transformación radical de la identidad humana10. En medio del encierro del coronavirus, he tenido días en que pierdo la esperanza y días en que la recupero. He tenido, incluso, días de una esperanza demencial (como escribió Ernesto Sábato). Momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Escribo desde esta perspectiva: la de poder impulsar, desde la educación, la construcción de una sociedad más humana. Creo que eso bastaría para empezar a recuperar la esperanza. Por eso haré mías las palabras que escribió Sábato, hace más de veinte años, en su libro La resistencia, y que parecen haber sido escritas (sentidas, pensadas) para uno de estos días difíciles que estamos viviendo:

      Este es uno de esos días. Y entonces, me he puesto a escribir casi a tientas en la madrugada, con urgencia, como quien saliera a la calle a pedir ayuda ante la amenaza de un incendio, o como un barco que, a punto de desaparecer, hiciera una última y ferviente seña a un puerto que sabe cercano pero ensordecido por el ruido de la ciudad y por la cantidad de letreros que le enturbian la mirada. Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que —únicamente— los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana11.

      Ahora bien, cuando afirmo que la doble amenaza que nos acecha es producto del pensamiento del Hombre, me refiero a la equivocada ruta del progreso que decidimos seguir y a la crisis de nuestro ser social. La ciencia y la filosofía, erigidas por el positivismo como antorchas iluminadoras de un mundo feliz, acabaron alumbrando nuevos e inciertos abismos. La democracia, que creímos por mucho tiempo la más civilizada manera de vivir en sociedad (y lo seguimos creyendo), devino en grotescos disfraces de una libertad generadora de modernas esclavitudes. James Madison alcanzó a vislumbrar este peligro en 1791:

      No puedo imaginar límites a la osada depravación de los tiempos que corren, en tanto los agentes del mercado se erigen en guardia pretoriana del Gobierno, en su herramienta y en su tirano a la vez, sobornándolo con liberalidad e intimidándolo con sus estrategias de opciones y sus exigencias12.

      Después de Madison vinieron H. D. Thoreau, R. W. Emerson, y A. Leopold. Se preguntaron por el puesto del Hombre en la Tierra. Por las relaciones de armonía y respeto por todas las formas de vida. Leopold se refirió a una nueva ética no antropocéntrica y la denominó la ética de la Tierra. “Una cosa es correcta cuando tiende a preservar la integridad, estabilidad y belleza de la comunidad biótica. Es incorrecta cuando hace lo contrario”13.

      La ética de la Tierra dio origen a la democracia de la Tierra, una forma novedosa de gobernanza global que, tal vez, apunte a resolver la armonía que perdimos y nos libre, definitivamente, de la amenaza. Los derechos humanos individuales y colectivos deben estar en armonía con los derechos de las otras comunidades naturales de la Tierra. Los seres vivos tienen derecho a seguir sus propios procesos vitales. La diversidad de la vida expresada en la naturaleza es un valor en sí mismo. Los ecosistemas tienen valores propios que son independientes de la utilidad que les prestan a los seres humanos. Traigo una explicación de Belkis Cartay. La cita Antonio Elizalde en su artículo “Derechos de la naturaleza”:

      Nuestra época ha perdido el sentido del vínculo y del límite en sus relaciones con la naturaleza. Vínculo como líneas, alianzas, ligazones, anclajes y enraizamientos. Límite como lindero, umbral que no se cruza, valor límite, signo de una diferencia. La modernidad transformó la naturaleza en medio ambiente, una súper-naturaleza haciendo al hombre el centro de la misma. Y en este dualismo, este modelo de ética, difícilmente encajan los planteamientos y soluciones que la actual crisis ecológica requieren14.

      Todas las especies vivas están en peligro. Si toda la humanidad muriese… se planteaba Hermann Hesse:

      Todos los dioses y todos los demonios habidos, sea entre los griegos, los chinos o los cafres, todos están con nosotros, están presentes, como posibilidades, deseos o caminos. Si toda la humanidad muriese, con la única excepción de un solo niño medianamente dotado, este niño superviviente volvería a hallar el curso de las cosas y podría crearlo otra vez todo; dioses, demonios y paraísos, mandamientos e interdicciones, antiguos y nuevos testamentos15.

      Tal vez nos parezca apocalíptica la visión de Hermann Hesse; en realidad, es un mensaje de esperanza que a mí me recuerda un verso de Walt Whitman: “La hojita más pequeña de la vida nos recuerda que la muerte no existe, y que si alguna vez existió fue solamente para producir la vida”16.

      Hölderlin también se anticipó a nuestro tiempo. Los cambios que se debe la humanidad a sí misma, hoy, no pueden ser cambios cosméticos. El desarrollo sostenible no puede seguir girando alrededor de su noción de oxímoron sin desatar hacia delante el nudo de las transformaciones estructurales. La visión del desarrollo no puede seguir ligada a la nociva consideración del crecimiento. Los cambios deben incorporar todos los componentes de la cultura. Hölderlin supo que había que propiciar cambios profundos desde la base cultural de la humanidad, y no simplemente desde sus estructuras funcionales:

      ¡Que cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja un nuevo mundo! ¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres, que un nuevo futuro se abra ante ellos! En el taller, en las casas, en las asambleas, en los templos, que cambie todo en todas partes17.

      Y en una época más reciente, Augusto Ángel Maya, pionero del pensamiento ambiental en Colombia, entendió pronto la relación entre la cultura, el dilema del desarrollo y la crisis ambiental. Escribió: “Es probable que la crisis ambiental nos obligue a repensar la totalidad de la cultura”18.

      ¿Nos alcanzará el tiempo para repensar la totalidad de la cultura? Augusto Ángel Maya escribió esto en 1991. Han pasado casi treinta años y aún no hemos empezado. Pero aún tenemos tiempo. Me anima la esperanza de que entendamos pronto la urgencia de transformar la cultura para salvar la vida. Escribo para Elena, que apenas busca en su cerebro los sonidos del lenguaje más hermoso del mundo. Quisiera que este libro fuera leído como lo que es: no un texto técnico o académico, sino un llamado humano que le escribe un abuelo a su nieta, con la certeza de que cuando ella lo pueda leer él ya no estará aquí. Escribo para que sus padres le vayan contando el mundo que deberá contribuir a transformar.

      Notas

      * Para conocer más sobre la encuesta publicada por la OMS, puede consultarse el siguiente vínculo:

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