La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

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La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey Derecho

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obstante, entender lo que significaría ‘dar un paso atrás’ para liberarnos de él, y tocar esa roca abrupta del misterio que abandonamos con el racionalismo, son los dos desafíos a que nos ha conducido, de manera un tanto abrupta, la pandemia del coronavirus. O mejor: el desafío, puesto que es uno solo: si somos capaces de admitir el misterio (todo aquello no necesariamente dominado por la razón), podremos también dar ese paso atrás para construir en adelante una economía más humana y sostenible: la economía de la crisis climática. Pero Lazlo señaló el punto en el que estábamos (estamos) y desde el cual podíamos (podemos) tomar la decisión de pensar de nuevo, o no pensar. Lazlo dijo que ese punto de inflexión señalaba una bifurcación.

      El desmoronamiento de las cosas

      El poeta irlandés ya nombrado en este texto, William Yeats (1865-1939), escribió, como ya dije: “Las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir”. Pero Theodore Roszak, teórico de la contracultura, supo luego, en 1987, que este desmoronamiento de las cosas sería un hecho inminente una vez acabado el siglo XX. Roszak coincidió (aquel año de 1987) con Joseph Pelton en la Universitat d’Estiu de Gandía y propuso “un nuevo diálogo con la naturaleza”28. Y Pelton, en aquella ocasión, nos habló de asuntos que hoy están en nuestra mesa diaria. Afirmó que la humanidad “ya camina desde la aldea global de la que habló McLuhan hacia el cerebro global”. Se refirió al siglo XXI como una época en que 10 000 millones de personas necesitarán vitalmente de la tecnología. El mundo se caracterizará entonces por la existencia de “teleciudades”, la creación de superestados, la fusión de las grandes empresas de computadoras con las dedicadas a las telecomunicaciones, y por el desarrollo de la “teleeducación y la telesanidad”29.

      Roszak, por su parte, le ha seguido la pista al pensamiento de Yeats (que no es simplemente poético) sobre el desmoronamiento de las cosas. Y escribió que (algunas veces) ese desmoronamiento puede señalar un punto de bifurcación debido a que existen allí energías afirmadoras de vida. Le preguntaron en una reciente visita a Buenos Aires30: ¿cómo explica la convulsión actual? Y contestó: “Como parte de la dinámica de la evolución, cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Y estamos en ese punto crítico. Agregó: “La Tierra es como una nave espacial con una tripulación de 7000 millones de personas; recibe energía del Sol, pero no materia; por tanto, la regla es sencilla: hay que reciclar, vivir en armonía entre nosotros y con el planeta, crear una cultura más ética”. El ser humano y el planeta están en peligro por el mismo enemigo (había dicho): la grandeza de las estructuras industriales y económicas, las burocracias, y los ejércitos.

      En este libro me propongo traer los pensamientos de algunos otros teóricos de la bifurcación, pues no tengo ninguna duda de que estamos entrando en ese punto cuyos dos caminos resultan más que evidentes (deseo repetirlo una vez más): profundizar el modelo de crecimiento ilimitado para avanzar, a velocidades aceleradas, hacia un abismo inédito. O detener el tren suicida de la historia (el tren del desmoronamiento de las cosas) y empezar a construir una sociedad a escala humana. La paradoja es que el coronavirus puede ayudarnos a construir este segundo escenario. Jorge Luis Borges escribió, en 1941, su cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan”, especie de adivinanza o parábola o laberinto, cuyo tema es el tiempo; un tiempo (dijo) en el que se eslabonan todos los hechos. Un tiempo bifurcado, superador de las formulaciones que, en términos de rectas y círculos, se dieron a lo largo de la historia de la filosofía. Borges sugirió la necesidad de admitir todas las posibilidades de un acontecimiento en trance de bifurcación, incluso las que implican una contradicción. Propondré considerar el proceso de la bifurcación como un lento cocido que se ha venido nutriendo de varias materias primas a lo largo de los últimos cien años y que está a punto de hervir.

      Punto de inflexión

      Hago un breve recuento sobre la evolución de la crisis climática y la manera como la humanidad la está enfrentando, especialmente mediante instrumentos multilaterales, para rastrear allí el probable punto de inflexión que desencadenaría la bifurcación hacia los dos probables caminos, el del abismo inédito y el de la sociedad sin carbono. Durante la segunda mitad del siglo XX los científicos encontraron evidencias de que el clima en el planeta estaba cambiando a un ritmo más acelerado de lo esperado, y que las actividades humanas ligadas a la producción, extracción, asentamiento y consumo eran la principal causa de este aceleramiento. Entonces la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) adoptada en 1992, pero entrada en vigor en 1994, definió al cambio climático como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante periodos de tiempo comparables”. El mayor problema de este cambio en el clima es que puede producir derretimiento de las masas glaciares y nevados que abastecen acueductos, cambios en los ciclos de floración y fructificación de las plantas de cultivo, ascensos en el nivel de los mares, mayor ocurrencia y fuerza en lluvias, sequías, huracanes, heladas y granizadas en áreas urbanas y rurales, entre otros fenómenos que sin duda reducen nuestra calidad de vida.

      Figura 1. La bifurcación

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      Fuente: elaboración del autor, 2020.

      La CMNUCC se propuso el objetivo de “estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático”. Nunca se planteó la necesidad de “parar y pensar de nuevo”. Revisar las causas y los patrones que producían esas altas concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que ya producía interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático global. No. Su objetivo siempre fue actuar sobre los síntomas (la fiebre), no sobre las causas (la enfermedad).

      La verdad es que hay un antecedente más antiguo, y también más contundente, sobre las advertencias de grupos científicos acerca de la crisis ambiental y climática. Veinte años antes de creada la CMNUCC se publicó el estudio ya citado en este texto: Los límites del crecimiento. Pero desde los primeros años del siglo XX tuvimos algunas pistas sobre el peligro de un crecimiento ilimitado, incontrolado y sobre la dependencia exclusiva de los combustibles fósiles.

      Así que en los últimos 25 años las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI), lejos de estabilizarse, alcanzaron niveles récord. La concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO2), el principal GEI, aumentó de 358 partes por millón (ppm) en 1994 a 412 ppm en 2018. La CMNUCC pasó de un Protocolo de Kioto (1997), legalmente vinculante de arriba hacia abajo, aunque con metas insuficientes, a un Acuerdo de París (2015), de tipo voluntario y dotado de contribuciones nacionalmente determinadas (NDC, por sus siglas en inglés), lo cual en la práctica quiere decir “autodeterminado de abajo hacia arriba”. El Acuerdo de París tan solo entrará en vigor en 2020. O mejor: entraría en vigor en 2020 pero, debido a la pandemia ha sido aplazada la COP 26, que debía celebrarse en Glasgow en noviembre de 2020, hasta noviembre de 2021. Algunos han considerado que este Acuerdo es un instrumento aún muy débil en relación con la magnitud de la amenaza, y que debió reformularse en 2018 a la luz de los nuevos datos que entregó ese año el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). El Informe Especial 1,5ºC. Ello no ocurrió en la COP de 2018 (COP 24, Katowice, Polonia). Tampoco ocurrió en la COP de 2019 (COP 25, Madrid, Santiago de Chile). Hasta el momento de redactar esta nota no se conocían planes de que esta enmienda ocurriera en la COP de 2020 (COP 26, Glasgow, aplazada para 2021). Teniendo en cuenta el notable avance de la ciencia durante el siglo XX, cabe preguntarse por qué nos demoramos tanto en reaccionar ante las evidencias científicas. Si contamos desde que entró en vigor la CMNUCC, la cuenta daría 26 años, pero si contamos desde que la Conferencia Científica de las Naciones Unidas, también conocida como la Primera Cumbre para la Tierra, celebrada en Estocolmo en 1972, acogió

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