La armonía que perdimos. Manuel Guzmán-Hennessey

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La armonía que perdimos - Manuel Guzmán-Hennessey Derecho

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baja en carbono”, no reaccionamos incorporando las alertas del Informe 1,5ºC al Acuerdo de París. ¿Por qué si a principios de 2020 hubo consenso casi global (especialmente en la Unión europea) sobre la necesidad de declarar la emergencia climática, se opta por aplazar la COP 26 por un año, en lugar de buscar un mecanismo virtual o sustitutivo durante 2020?

      El trabajo de la CMNUCC se articula con las COP, que son las conferencias de las partes que han firmado los distintos protocolos o acuerdos para enfrentar el cambio climático. En las COP se toman las decisiones sobre mitigación, adaptación y medios de implementación. Ha habido (como su número lo indica) 25 conferencias de esta naturaleza con un resultado bastante pobre en cuanto a mitigación del cambio climático, medidas de adaptación de las poblaciones más vulnerables y medios de implementación. En 2020 se conservaba la esperanza de completar los 100 000 millones de dólares del Fondo Verde para el Clima, creado para financiar proyectos, programas, políticas y otras actividades preventivas. Quienes deseen conocer en más detalle la historia de estas conferencias pueden visitar el portal https://sgerendask.com/breve-historia-de-las-cop-conferencias-sobre-el-cambio-climatico/

      El trabajo conjunto entre la CMNUCC y las COP se supone que tiene un referente científico principal: el IPCC. No siempre han sido escuchadas sus recomendaciones. Debido a ello, es probable que el punto de inflexión de la bifurcación quizá empezó a formarse entre los años 2000 y 2005. En 2007, se publicó el Cuarto Informe de Evaluación del Cambio Climático del IPCC. El mundo comprobó entonces que el Protocolo de Kioto había sido un instrumento insuficiente. Pero mantuvimos la esperanza de que aún podíamos hacer algo, colectivamente. Se había decidido convocar una gran cumbre de líderes globales para modificar drásticamente el Protocolo de Kioto y hacer un nuevo acuerdo, más ambicioso (vinculante, eficaz y ajustado a la ciencia) que nos devolviera la esperanza. Aquel era un recurso útil de la diplomacia internacional que buscaba restiturle la esperanza escamoteada a la humanidad.

      Los miembros del IPCC revelaron en 2007 que el abismo inédito al que nos enfrentábamos empezaba en los 2ºC, y que teníamos cien años para detener la carrera suicida. En 2009 ya estábamos en 0,77ºC del camino hacia el despeñadero. Y todo parece indicar que la carrera había ganado aceleración en los primeros nueve años del siglo XXI. Como humanidad no teníamos otra carta que la de jugar nuestro futuro confiando en los gobernantes, pues el Sistema de las Naciones Unidas prevé que son estos quienes representan a los países, y no los expertos, representantes de la sociedad civil, o los líderes espirituales; mucho menos los intelectuales o los científicos. Lo que había que hacer allí era trascendental. No hacerlo condenaría al mundo a catástrofes en cadena, como lo escribió en 2019 David Wallace-Wells:

      Ya no hay marcha atrás. Por más que detuviéramos bruscamente las emisiones de CO2 —algo literalmente imposible—, por más que pusiéramos a todos los científicos a pensar en la forma de revertir los daños —ahora mismo, estamos tan lejos de saber cómo solucionarlo, que imaginar una tecnología que absorba el CO2 ya liberado es, simple y llanamente, “pensamiento mágico”—, por más que volviéramos a vivir como lo hacía la gente antes de la Revolución Industrial, la temperatura del planeta continuaría subiendo hasta alcanzar, en el 2100, cuatro grados más que la media actual. Para entonces, el mundo habrá cambiado de tal modo que la geografía, la economía e incluso la cultura se verán alteradas de un modo definitivo31.

      Los habitantes de Dinamarca, que son prácticos pero al mismo tiempo soñadores, que son capitalistas pero al mismo tiempo democráticos, pusieron todo el empeño en que la cumbre de Copenhague, la COP 15, fuera histórica. Ellos bien sabían que no habría, fácilmente, más oportunidades de que confluyeran en ella líderes del mundo como los que había en aquella ocasión, especialmente en Estados Unidos y en algunos países de la Unión Europea (también en Latinoamérica). Que habían entendido cabalmente la magnitud de la crisis climática y estaban dispuestos a darle un vuelco de 360º al Protocolo de Kioto. Se propusieron invitar a todos y consiguieron que asistieran.

      En aquella cumbre se decía Hopenhague para significar una nueva esperanza. Neologismo acuñado por la sociedad civil, significativo y apropiado, pero que tuvo poca acogida entre los líderes del mundo, que esta vez corroboraron, una vez más, su desprecio por esa sociedad, por la ciencia y por la cultura, representadas en este caso especialmente por los jóvenes, quienes se manifestaron de muy diversas, creativas y pacíficas formas. De la cop15 se esperaba “un acuerdo jurídicamente vinculante sobre el clima, válido para todo el mundo, que se aplicaría a partir de 2012”32. Ello, en términos cuantificables, significaba la reducción de emisiones de CO2 a menos de 50 % para 2050 respecto a las que había en 1990. No se pudo. Faltando tres semanas para los inicios de esta reunión, se realizó otra en Tailandia, en la cual China y Estados Unidos decidieron que los acuerdos de Copenhague no tendrían carácter vinculante. Esto se concretó la última noche de aquella cita global, cuando los presidentes de China, Estados Unidos, India, Brasil y Suráfrica, sin la presencia de los representantes europeos ni de los demás países, realizaron una reunión a puertas cerradas y redactaron un acuerdo no vinculante que ni siquiera fue sometido a votación. Finalmente, solo fue expuesto a la “toma de conocimiento” de los asistentes, junto a la promesa de que, a principios de 2010, se trabajaría en una plataforma política, base para construir compromisos jurídicos vinculantes en COP16. La cumbre, como era de esperarse, fue calificada de fracaso y desastre por muchos gobiernos y organizaciones ecologistas.

      Lamentablemente aquella esperanza de Copenhague devino, al final de la cumbre, en Brokenhague, la nueva palabra que nos servirá para recordar aquella vergüenza de la diplomacia internacional. No iba a ser la única. El asunto fue que Copenhague, una ciudad hermosa llena de gentes amables como es difícil hallar otra en el mundo, pasaría a la historia como el lugar donde la humanidad pudo salvarse a sí misma, pero no hizo ningún esfuerzo por cambiar el sistema de producción y de consumo, que era en últimas lo único que había que empezar a examinar. Y ya en la cima del ‘acuerdo’ que finalmente se firmó, a unos congresistas republicanos les alcanzó el cinismo para convocar una rueda de prensa en la cual dijeron, dos puntos, léase bien, primero: no se ha demostrado que el cambio climático ha sido causado por emisiones que provienen de combustibles fósiles, como el petróleo, el gas y el carbón; segundo: las conclusiones del IPCC, y de decenas de academias científicas del mundo, son sospechosas. Léase bien, y léase, de ser posible, una segunda vez para que no se olvide. No fue el planeta el que quedó a la deriva, borrado del medio mediante un ominoso paréntesis, fue la civilización en su conjunto, empezando por las comunidades más pobres y vulnerables del mundo: las pequeñas islas

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      Resumen Cumbre de Copenhague

      Ahora bien, en Copenhague se insinuó, quizá por primera vez de una manera explícita, que los grandes poderes económicos harían todo lo posible para aplazar soluciones drásticas de los países hacia esquemas ambiciosos de reducción de emisiones de carbono. Se empezó a considerar el aserto que escribió años más tarde (2014) Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo: que el cambio climático es una batalla entre el capitalismo y el planeta. Klein dijo, entonces, que esta batalla la estaba ganando el capitalismo, especialmente cuando se usaba la necesidad del crecimiento económico como excusa para aplazar la acción climática ambiciosa, o para romper los compromisos ya establecidos. A partir del año 2009 esta fue la tónica de las grandes cumbres globales: aplazar, negar, aplazar, confundir, negar, aplazar.

      En 2010 (Cancún, México) se creó el Fondo Verde del Clima, pero en 2019 aún no estaban listos los mecanismos para que los países aporten los cien mil millones de dólares que debían empezar a aportar cada año a partir de 2020. Tampoco se surtieron los treinta mil millones de dólares para el periodo 2010-2012, con objeto de ayudar a los países de menores recursos a sufragar los costos de su adaptación. Pero nadie pudo hablar de fracasos o incumplimientos debido a que

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