Río torrentoso. Lawrence M. Friedman

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Río torrentoso - Lawrence M. Friedman Extramuros

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inusual: se mantendrá joven y guapo, mientras que en el retrato, escondido en la casa de Gray, envejecerá. Y de hecho así lo hace, volviéndose cada vez más horrible y desagradable, mientras que el Dorian Gray exterior permanece exactamente como era. Gray, mientras tanto, cae bajo influencias malvadas, y su vida se convierte en una búsqueda pecaminosa de placer. Hallward, el artista, que visita a Gray en su casa, está horrorizado con lo que ha hecho —el retrato ahora es feo, desagradable. Gray y Hallward discuten, y Dorian Gray apuñala a Hallward hasta la muerte. Después de dieciocho años de crímenes y libertinaje, Gray lamenta su vida pecaminosa. Al final, arrepentido y lleno de desesperación, Gray toma un cuchillo y corta el retrato con el mismo cuchillo que usó para matar a Hallward, y luego decide suicidarse. Lo encuentran muerto, con un cuchillo incrustado en el cuerpo, su cara se ha vuelto vieja y fea; el retrato, mientras tanto, ha vuelto a su etapa anterior; muestra a un hombre joven y guapo —Dorian Gray, tal como era y tal como apareció en el mundo exterior, más de 18 años antes.

      La novela de Wilde se publicó aproximadamente al mismo tiempo que la novela de Stevenson. Es un trabajo complejo, toca muchos temas, sobre la naturaleza del arte y el artista, sobre el bien y el mal. Pero, en cierto sentido, también, la novela puede verse como una especie de versión invertida de la historia de Jekyll-Hyde. El retrato feo y deformado es un aspecto de Dorian Gray —es, en cierto sentido, el verdadero Dorian Gray, que corresponde al malvado Mr. Hyde. En cierto modo, tampoco hay un Dr. Jekyll aquí. El hombre joven y guapo que todos ven, la identidad externa, no es el verdadero Dorian Gray: Dorian es (o se convierte en) un villano —un asesino, de hecho. El enigma de la identidad personal es común a ambas obras. Al encontrarse con Dorian Gray en la calle, o en un salón, nadie podía darse cuenta de su secreto: el retrato, oculto en las profundidades de su casa, envejeciendo y volviéndose feo con el paso del tiempo. Y, como la historia de Jekyll-Hyde, la historia de Dorian Gray estaba destinada a terminar en tragedia. La vida de Oscar Wilde, como sabemos, también terminó en tragedia; y también debido a una identidad dividida en la vida real: Wilde, el talentoso y famoso hombre de letras; y Wilde, el que escondía su homosexualidad en el closet; o quizás el homosexual que no estaba lo suficientemente encerrado en el closet.

      La literatura victoriana, en general, parecía obsesionada con las dualidades de la identidad, reflejando el mundo borroso, confuso y complejo del siglo XIX, que era un mundo cada vez más urbanizado. Las novelas de Stevenson y de Wilde estaban situadas en Londres, una megalópolis enorme y mórbida, un hormiguero de vastas masas anónimas. Londres era la sede del gobierno y del Parlamento. El Palacio de Buckingham, donde vivía la Reina, estaba cerca. Muchos miembros de la aristocracia tenían hogares en Londres; miembros de la nobleza terrateniente a menudo venían a Londres para la temporada social. Londres también era el hogar de comerciantes, hombres de negocios, miembros de la clase media, profesionales —y, muy notablemente, también de masas de gente pobre, que vivían en barrios pobres, insalubres y abarrotados, y que se ganaban la vida como mejor podían. Por la noche, las calles de Londres eran oscuras y peligrosas. La famosa niebla de Londres envolvió la ciudad. Como todas las grandes ciudades, albergaba millones de secretos. Secretos —y crímenes. El crimen fascinó a los londinenses; invadió los panfletos, folletos y periódicos del mercado de masas, llenos de historias sobre asesinatos espeluznantes y otros crímenes; eran parte del medio cultural del cual surgió la novela policial, de la que hablaremos más adelante.

      Así, la historia de la vida real de Jack el Destripador no se aleja demasiado del caso (ficticio) del Dr. Jekyll y el Mr. Hyde. Jack el Destripador podría haber sido alguien que, a la luz del día, parecía normal, inofensivo; alguien que vivía una vida de clase media, tal vez incluso una de clase alta. Pudo haber sido un carnicero o comerciante local, un doctor, o incluso un aristócrata que rondaba el barrio por la noche. Este hombre misterioso incluso fue señalado, en un momento, como un miembro de la familia real: el Príncipe Alberto Víctor, nieto de la Reina Victoria, el hijo mayor del Príncipe de Gales, un hombre que era el segundo en la línea del trono. Sin embargo, el Príncipe, quien murió a la edad de 28 años, claramente no era Jack el Destripador. En el momento de los asesinatos se encontraba a cientos de millas de distancia. Aun así, es intrigante que su nombre haya aparecido, que la gente incluso haya podido sospechar de un miembro de la familia real, un Príncipe de sangre real; un Príncipe que, según sospechaban, era capaz de deslizarse disfrazado y en secreto desde su palacio hacia la niebla de Londres, donde asesinó brutalmente y mutiló a una serie de prostitutas. Este rumor dice algo sobre la identidad y sus ambigüedades durante la época victoriana.

      Esta ambigüedad, este misterio, debe ser parte de la razón por la cual Jack el Destripador fue y sigue siendo tan fascinante, o por la cual, en general, los misterios sin resolver tienen un control tan fuerte sobre la imaginación de tanta gente. Tales misterios son misterios de identidad. Asumen que las personas que conocemos, que vemos, con las que tratamos todos los días, no son quienes creemos que son; su superficie exterior oculta una parte interior oscura y satánica: un Hyde dentro de la superficie del Dr. Jekyll; un Dorian Gray con un retrato podrido escondido en su casa. Incluso de los ricos y famosos: hombres como el Príncipe Alberto Víctor, como el ficticio Dr. Jekyll y Dorian Gray, podrían tener personalidades divididas; podrían ser hombres con secretos oscuros, hombres que definitivamente no son lo que sugiere su apariencia externa, su forma de hablar, sus modales, y comportamiento; ni lo que su posición en la sociedad sugiere.

      El problema de la identidad —el misterio y la ambigüedad de la identidad— se cierne como una nube negra sobre muchos de los juicios penales famosos y sensacionalistas de los tiempos modernos. De hecho, el misterio de la identidad personal es lo que hace que estos juicios sean tan fascinantes. Hubo, sin duda, juicios antes del siglo XIX, y algunos fueron notorios y atrajeron la atención. Pero la ambigüedad sobre la identidad —y, por supuesto, la aparición de una prensa de consumo masivo— llevó los rumores de los hechos que se juzgaban mucho más allá de los lugares donde habían ocurrido; lo que aumentó también el nivel de misterio en estos juicios. En las retorcidas y anónimas calles de la gran ciudad, al amparo de la noche, la oscuridad y la niebla, siempre hay muertes repentinas e inexplicables, y asesinatos sin testigos, asesinatos como los de Jack el Destripador. Si bien la prensa barata y amarillista ayudó a despertar la emoción del público, su cobertura cayó en suelo fértil.

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