Río torrentoso. Lawrence M. Friedman

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Río torrentoso - Lawrence M. Friedman Extramuros

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cayó sobre una de las hijas, Lizzie. Había buenas razones para sospechar de ella —¿por qué quemó uno de sus vestidos en medio del calor extremo de agosto, por ejemplo? Pero, al mismo tiempo, era una mujer respetable, una asistente asidua de la iglesia, honrada, una mujer sin ninguna mancha en su historial. Pronto Lizzie se enfrentó a un juicio por asesinato. El juicio fue más que una sensación local: se convirtió en noticia nacional. Los periodistas invadieron la sala del tribunal y transmitieron miles de mensajes al público hambriento. Cada hecho y cada faceta del caso fue reportado; y siguió así sin descanso. ¿Lizzie mató a su madrastra y luego a su padre? Un misterio estaba en el corazón del caso. ¿Quién fue Lizzie Borden? ¿Era ella Jekyll o Hyde? Lizzie —señaló su defensa—, era miembro de una buena familia, una familia de ‘las mejores personas’, ‘dedicadas al servicio de Dios y del hombre’. ¿Realmente podría ser una asesina? ¿Una criminal sin corazón? ¿Una psicópata que destrozó la cabeza de su propio padre con un hacha? ¿Una psicópata que se escondía bajo el disfraz de la honorabilidad burguesa y bajo la apariencia de su estatus de clase alta? Imposible. En resumen, la defensa sostuvo que era totalmente improbable: un veredicto de culpabilidad implicaba que Lizzie fuera “un demonio, ¿lo parecía ella?” Durante los “largos y extenuantes días” en la sala del tribunal “¿se ha visto en ella algo que demuestre su falta de sentimientos humanos o de su porte femenino?”21 Aquí la defensa apeló no a la evidencia, sino al contexto: una mujer como Lizzie Borden no podría llevar algún tipo de doble vida. Tales crímenes eran “moral y físicamente imposibles para la joven acusada.”22 El jurado, obvia y rápidamente, estuvo de acuerdo. En unos diez minutos, llegaron a un veredicto unánime: Lizzie Borden era inocente; no culpable de asesinato.

      Por supuesto, no tenemos forma de saber qué pasó por la mente de los miembros del jurado. Muy probablemente, aceptaron el argumento de la defensa. No podían concebir a Lizzie Borden como ‘la asesina del hacha’. Ella era una ‘mujer de clase alta’, y no podía encajar en la figura de un ser malvado como el Mr. Hyde. Era una mujer, muy probablemente virgen, y se encontraba en el pilar de la comunidad. Esto seguramente influyó en el jurado. O, tal vez, fue una cuestión más simple: los miembros del jurado pudieron haber sentido que la evidencia no era suficiente como para condenar a Lizzie Borden por asesinato.

      Todos estos juicios plantean preguntas sobre la identidad personal del acusado. Pero también pueden plantear —y de hecho lo hacen— preguntas más amplias sobre la identidad. En el caso de Lizzie Borden, la sociedad burguesa estaba en camino a ser juzgada. Lizzie Borden era una mujer, una ciudadana modelo, pero ¿también era culpable de un doble asesinato brutal? Si la respuesta hubiera sido que sí, esto habría tenido consecuencias devastadoras. Hubiera significado que las apariencias externas podían ser fraudes, que el comportamiento honorable podía ser una fina capa, un ‘pueblo de Potemkin’; y que si uno volteaba la roca, todo tipo de alimañas podrían salir arrastrándose.

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