¿Por qué los buenos soldados hacen cosas malas?. Giovanni Alberto Gómez Rodríguez
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Los antecedentes teóricos de nuestra investigación giran en torno a dos temas: la profesionalización y la ética militar. Ambos han sido tratados como equivalentes y guardan estrecha relación con nuestros planteamientos epistemológicos, filosóficos y teóricos. En Beyond the Battlefield, fruto de un estudio realizado en 1981 sobre el profesionalismo militar, Sam C. Sarkesian plantea tres niveles de análisis: social, institución militar e individual. Pese a que la ética militar fue incorporada tan solo como un componente dentro de un sistema de variables, el estudio acierta en señalar las diferencias entre la perspectiva de la institución y la de la sociedad, así como las percepciones sociales e individuales, las exigencias institucionales y las expectativas personales que se daban en aquel entonces. Se trataba de un proceso de transformación militar centrado en el cambio del modelo organizativo de la mayoría de ejércitos occidentales y documentado en el presente trabajo como I/O (Institución/Ocupación),6 que describe la mayor convergencia de los ejércitos con la sociedad civil y sus implicaciones derivadas —menoscabo de la disciplina y los valores institucionales—.
Charles C. Moskos, a quien se debe la formulación de este concepto, señala: “La institución militar debe entenderse como una organización, que mientras mantiene ciertos niveles de autonomía refleja amplias tendencias sociales”.7 Los dilemas producto de las contradicciones generadas entre estos niveles son fuente de transgresión moral, como señala Sarkesian cuando expone el conflicto entre valores absolutos personales y relativos institucionales:
Los valores personales absolutos pueden ser subsumidos por requerimientos institucionales; por ejemplo, como individuos podemos aceptar el valor absoluto de no matar. En un contexto institucional, sin embargo, matar llega a ser parte del ethos institucional aceptado por la institución y la comunidad. Esta dicotomía absoluto-relativo aplica a una variedad de consideraciones profesionales.8
El estudio de Sarkesian fue actualizado y reformulado por Don M. Snider, John A. Nagl y Tony Pfaff en 19999 mediante el uso de una matriz de 3 × 3 que integra tres niveles de análisis: sociedad, institución militar e individual, y tres componentes: técnico militar, ético y político. El componente ético en el nivel de análisis de la sociedad está caracterizado por la ética postmoderna “egoísta”; en el nivel de análisis de la institución militar, por la ética militar profesional y, en el individual, por los valores personales.
Desde otra perspectiva, la ética militar y la moralidad de la guerra usualmente han sido estudiadas desde el vocabulario del guerrero y mediante las teorías tradicionales: realismo, pacifismo, guerra justa y las emergentes just peacemaking theories y éticas de la guerra y de la paz. Sin embargo, ninguna se ocupa de los riesgos de transgresión moral inherentes al uso de la fuerza en el contexto postmoderno. Esto implicaría entender la ética en función de la transgresión y, por ello, estudiarla como una relación entre distintos niveles valorativos de referencia y de análisis, incorporar el punto de vista de las víctimas —en especial el del inerme— y entender que la ética militar no es una construcción unilateral referida a un contexto o circunstancia única —guerra, paz o conflicto—, sino una reclamación recíproca y sin tregua a las sociedades, a las instituciones y a los hombres a quienes se ha encargado la más vital o mortal de las tareas.
El problema de la investigación se hace evidente siguiendo dos de sus manifestaciones más relevantes. Desde el punto de vista filosófico, se da el conflicto entre derecho y moral señalado por Kant, especialmente irresoluble y agudizado en la postmodernidad, es decir, que el deber jurídico impuesto “exteriormente” no coincide con la voluntad “interior”. La aspiración hegeliana de que el hombre atendiera al deber porque este representaba la perfección del universal y, por ello, debería ser comúnmente deseable y, de ser necesario, impuesto de un modo coercitivo, carece de sentido en la postmodernidad, donde existe un amplio acuerdo en que los grandes relatos unificadores y los ideales inamovibles no existen o, por lo menos, son inviables. En cambio, la contingencia, la ruptura, la incertidumbre y la ambigüedad confrontan al sujeto contemporáneo con la única alternativa ética fiable: querer el deber no por coacción exterior, sino por la decisión libre de su voluntad, de forma que no se experimente un drama existencial, sino que se asuma en todo caso la realidad de aquellas determinaciones externas tal como son: provisionales, incongruentes y contingentes. Conviene señalar que esta circunstancia, válida para cualquier sujeto, es particularmente problemática en el militar, dadas las complejidades de su profesión.
En sentido similar, el problema se expresa como la separación entre lo público y lo privado. Richard Rorty enfatiza esta escisión por la inadecuación entre los léxicos empleados, y propone una teoría sin pretensiones de unificar las dos esferas en la que toma por válidas las exigencias de creación de sí mismo y de solidaridad humana:
Los unos nos dicen que no debemos hablar únicamente el lenguaje de la tribu, que podemos hallar nuestras propias palabras, que podemos tener para con nosotros mismos la responsabilidad de hallarlas. Los otros nos dicen que esa responsabilidad no es la única que tenemos. Los dos tienen razón, pero no hay forma de hacer que ambos hablen un mismo lenguaje.10
En el ejército, el ethos del guerrero se vale de una retórica y un lenguaje propios que “técnicamente” son incompatibles con las más profundas convicciones y la sensibilidad de la conciencia “moral” individual. La moralidad del soldado se reduce a un asunto de elección propia y preferencias personales, mientras que el ejercicio profesional es una cuestión pública que responde a una racionalidad no comprometida ni vinculada con la moral. Si esto es cierto, tanto los conceptos de ética y moral como su uso en la práctica social son confusos y deben ser clarificados en función de contextos específicos, pues se advierte que la tendencia postmoderna de una ética sin moral —el predominio de una racionalidad instrumental carente de referentes y contenidos morales— es sospechosa, además de inconveniente.
A favor de esta distinción semántica, en Finding “The Right Way”. Toward an Army Institutional Ethic,11 Clark C. Barret realiza la siguiente descripción conceptual: “Moral (moralidad): de, o relacionada con, los principios de comportamientos buenos o malos: ‘juicios morales’ éticos”. El “comportamiento moral” o “moralidad” denotan una característica individual o personal. Por su parte, Ética/ético se refiere al conjunto de principios morales: teoría o sistema de valores morales. Así, el “comportamiento ético” o “ética” se entiende entonces como una característica institucional, organizacional, profesional o grupal. Una ética puede ser informal o implícita (por ejemplo, ética o ethos castrense), pero la Ética (nombre propio) se refiere a un código ético explícito (por ejemplo, la Ética del Ejército o la Ética institucional del Ejército). En cuanto a la expresión moral/ética: el uso de ambos términos unidos supone que los principios individuales de la persona y los principios institucionales están en consonancia o deberían estarlo.
Por su parte, Hannah Arendt señala como problemática la indistinción de los términos “ética” y “moral”:
La mayor dificultad al debatir estos temas parece radicar en la perturbadora ambigüedad de las palabras que usamos acerca de estas cuestiones, a saber, “moral” o “ética”. Originalmente, ambas palabras no significaban nada más que las costumbres o maneras… Desde la Ética nicomáquea hasta Cicerón, la