Huye, Ángel Mío. Virginie T.
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Dicho esto, vuelvo con los demás, más decidida que nunca a demostrar mi valía.
Capítulo 2Mallory
Hace meses que me esfuerzo en cumplir esa maldita promesa y voy de decepción en decepción. Soy incapaz de saber lo que quiero hacer como trabajo. Encadeno experiencias en diversos sectores en busca de respuestas, desde cajera a embotelladora en una fábrica, de guía turístico a secretaria médica, y se está volviendo cada vez más difícil explicar mis elecciones sin relación unas con otras durante las entrevistas de trabajo. Los responsables de contratación consideran que no soy digna de confianza por cambiar de trabajo tan a menudo, y la mayoría no me dan ninguna oportunidad a pesar de mi firme motivación. En cuanto a los que sí me la dan, terminan por despedirme sin remedio, reprochándome mi falta de implicación. Estoy en un callejón sin salida, más deprimida que nunca, y ni siquiera puedo contárselo a Beth. Desde el día de la comida en mi casa, nuestra relación se ha degradado. No, no es la palabra adecuada. Digamos mejor que nos hemos distanciado una de la otra. Principalmente, por mi culpa, tengo que confesarlo. Al principio, justifiqué mi comportamiento dando prioridad al hecho de que Tom y ella se iban a vivir juntos y necesitaban intimidad para construir su nueva vida. En realidad, si me he distanciado, era para no leer en sus ojos la decepción con cada uno de mis nuevos fracasos. Ya tengo bastante con la mirada de Brandon. Beth tenía razón al dudar de mí, y soy yo a quien culpo más. ¡Es cierto! ¿Qué va mal en mí para que sea incapaz de decidirme de una vez por todas? Si no lo hago por mi novio, entonces ¿qué diablos me hará sentar la cabeza?
No soy la única que no sabe lo que quiere. Como se suponía, Lilas y Léon se separaron después de algunos meses. Bueno, algo ha progresado ella, porque lo normal es que sean semanas. Es una pena. Me cae bien Léon. Nos hemos visto varias veces saliendo los cuatro y confieso que ha nacido una amistad entre nosotros. Aún hoy, aunque ya no salga con Lilas, seguimos viéndonos. Además, es el único amigo a quién realmente le puedo contar las cosas sin que me juzgue. Se ha convertido un poco en mi confidente, y nunca podré agradecerle lo suficiente que esté ahí para mí en cualquier circunstancia. Después de una enésima pelea con Brandon, me dijo en tono de broma que debería dejarlo y formar una pareja con él. Adoro a Léon, pero no lo veo de esa manera. A pesar de nuestras discusiones, estoy enganchada a Brandon y nuestras riñas son cada vez más como cuchillos clavados en mi corazón. Y de nuevo hoy, temo cruzar la puerta de entrada y decirle que me han echado de mi trabajo de cuidadora de niños. Pensé que sería un buen entrenamiento para el papel de padres, pero los padres en cuestión, para los que trabajaba, no querían que siguiera en la casa. En fin, sobre todo la señora, que sospechaba que su marido tenía fantasías conmigo. ¡Ay, cuando nos dominan los celos! Entonces, me despidió sin más ni más después de haber sorprendido a su marido mirando con deseo mi trasero cuando me inclinaba para recoger un juguete, y ahora tengo que decírselo a mi novio que pasa ampliamente de las razones de mis despidos. Todo lo que ve, es que no tengo trabajo, y punto. Suena mi teléfono, lo que aplaza la discusión que se anuncia, y a pesar de todo, sonrío al ver el nombre que se muestra en la pantalla.
—Hola.
—Hola, guapa. ¿Qué hay de nuevo?
Un profundo suspiro se escapa de mis labios mientras mis hombros se bajan.
—¿Mallory?
—Me han despedido.
Una primera lágrima cae a toda velocidad por mi mejilla. La primera de una larga serie que retengo desde que salí de la casa de mis exempleadores.
—Eh, Mal. No llores, preciosa. Sabes que no lo soporto. Dime, ¿qué ha pasado?
—El marido me echó una de esas miraditas otra vez sin ninguna discreción y eso no fue del gusto de la mujer.
—Vale, vale. Cálmate. No es culpa tuya, preciosa. No podías hacer nada si el tío no podía controlar su libido frente a tu belleza. Su relación marital no es asunto tuyo. Son ellos los que tienen un problema. Anda, deja de llorar.
Sollozo sin cesar y me pregunto cómo hace Léon para comprender lo que le cuento.
—¿Qué va a decir Brandon? Vamos a tener otra discusión y…
—Para, Mal. Brandon te quiere, pero si no es capaz de aceptarte como eres es que no te merece. Eres una chica genial y cualquier hombre estaría feliz de estar contigo, ¿de acuerdo?
Siempre tengo la moral por los suelos, pero Léon tiene el don de hacerme sentir mejor. Respiro profundamente varias veces para recuperar el control.
—Gracias. Me sienta muy bien relajar la presión.
—A tu servicio. Ya te lo he dicho: siempre estaré aquí para ti. Puedes llamarme día y noche.
No sé qué responder a tanta amabilidad. A veces, pienso que espera más de mí de lo que puedo darle, pero muy egoístamente, no quiero que se aleje de mí.
—Gracias otra vez. Tengo que irme.
—Llámame después a ver cómo ha ido. Estaré contigo en un minuto si me necesitas.
No respondo. No estoy segura de estar en condiciones de llamarlo después de la conversación que me espera.
—Prométemelo, Mal.
—Lo intentaré.
Cuelgo antes de que insista. Está demasiado metido en mi relación de pareja. Es hora de que me comporte como un adulto y asuma mis acciones.
A pesar de mis buenas intenciones, entro en casa de mala gana. Brandon está ahí, en el sofá, con los brazos cruzados y la mirada fijada en mí. Es evidente que me esperaba.
—Hola.
—¿De nuevo sin trabajo?
Me estremezco a mi pesar mientras me descalzo. Intento ganar tiempo, pero no está de humor para darme un respiro.
—Es inútil andarse con rodeos. Te has quedado en el coche durante media hora. ¿Buscabas la manera de decirme la noticia una vez más?
—No es culpa mía, Brandon…
No me deja acabar la frase. Se levanta bruscamente y levanta los brazos al techo.
—Nunca es culpa tuya, Mallory. No tiene que ver contigo, pero el resultado es el mismo: ya no tienes trabajo de nuevo y yo tengo que cargar con todo, con las facturas y las compras, pasando por la gasolina de mi coche que tú utilizas para ir a las entrevistas que, una vez más, no te llevarán a nada.
Es la primera vez que me acusa de ser una mantenida y me lo tomo muy mal. Es lo menos que puedo decir.
—Lamento ser una carga para ti. Pensaba que al vivir juntos, las parejas hacían frente común, pero es evidente que me he equivocado.
Sube el tono, enfadándose cada vez más mientras va de un lado a otro delante de mí.
—Hacer frente común no significa que yo deba pagarlo todo mientras tú te lo tomas con calma.
No puedo soportar sus palabras infundadas.
—¿Porque según tú no hago nada? ¡Me paso el tiempo buscando trabajo!