Huye, Ángel Mío. Virginie T.
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—¿Hay alguien?
Solo responde a mi llamada el silencio.
—¿ME OYE ALGUIEN?
Mi voz me sale más aguda de lo deseable, pero qué más da. En una habitación contigua, chirría una silla sobre las baldosas y unos ruidos de pasos que se acercan hacen que se me acelere el corazón. Cuando la puerta entreabierta se abre de par en par, no puedo creer lo que veo.
—¿¿¿Léon???
Su sonrisa tiene algo perverso e inquietante. Sin embargo, no es diferente con respecto a lo habitual. Debe de ser por la rocambolesca situación a la que me enfrento.
—Por fin te has despertado. No me había dado cuenta de que la dosis era un poco fuerte. ¿Te duele la cabeza? ¿Tienes náuseas?
Esto es surrealista. Estoy encadenada a una cama y mi secuestrador ¿se preocupa por mi salud después de haberme drogado? Porque eso es lo que ha hecho, si lo he entendido bien.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué me has atado?
Se sienta al borde de la cama y, por reflejo, me alejo de él, lo que le provoca un suspiro.
—¿Te habrías quedado conmigo si te lo hubiera pedido amablemente?
No. Desde luego que no. Intento reducir mi ritmo cardiaco mientras continúa justificándose.
—Estamos hechos el uno para el otro, Mal. Lo supe en cuanto te vi por primera vez.
—Estabas con Lilas. Estabais bien juntos.
Juega con los mechones de mi cabello y no tengo escapatoria. No puedo estirar más mi brazo y me duele la muñeca por tirar tanto.
—No estaba hecha para mí. Solo pensaba en divertirse y acostarse conmigo. Busco algo más serio. Enseguida me di cuenta de que tú eras alguien apasionada e increíblemente romántica. Eres mi mujer ideal.
Intento hacerle razonar.
—No soy la persona que necesitas. Soy inconstante, incapaz de involucrarme.
—No quieres trabajar, lo que me parece muy bien porque quiero que te quedes en casa. Conmigo. ¿Recuerdas? Yo trabajo en casa. Estaremos juntos todo el tiempo. Gano lo suficiente para los dos. Vamos a ser muy felices.
Se inclina sobre mi rostro, con los labios por delante, y yo le escupo a la cara para que se eche hacia atrás. Gruñe limpiándose con la manga.
—Acabarás por entrar en razón. Serás mía. Para siempre.
—Nunca, Léon. NUNCA.
Se pone entonces encima de mi vientre sentándose encima y me quedo sin respiración bajo su peso. Temo que quiera violarme y me pongo a chillar sin cesar. Me aprieta la cabeza sobre el colchón para ahogar el sonido y me asfixio con las sábanas que invaden mi boca bien abierta.
—¡Deja de gritar! No voy a poseerte. Solo te voy a marcar. Eres mía. Y cuando por fin hayas comprendido que somos almas gemelas, estarás orgullosa de mostrárselo a todos.
Dejo de gritar para poder respirar libremente y le oigo coger algo del bolsillo. Baja entonces el cuello de mi camiseta y empiezo a agitarme de nuevo hasta que siento un metal frío en lo alto de mi espalda.
—Una marca como prueba de tu amor por mí.
La hoja se introduce en mi piel como si fuera mantequilla bajo mi aullido de dolor. Léon me hace un corte en la espalda con un tajo vertical y mi sangre se derrama por mi cuello.
—Vas a ser perfecta.
Y con estas palabras, me deja ahí, aturdida, y con el cuerpo herido.
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