La Fe. Armando Palacio Valdés
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D.ª Marciala, más franca o más colérica, apenas quitaba los ojos de D. Narciso y D.ª Filomena, unos ojos escrutadores, inquietos, por donde pasaban de vez en cuando relámpagos de ira. En los centros de murmuración de la villa decíase que D.ª Marciala estaba enamorada del P. Narciso. Aunque esto no sea creíble, por tratarse de una señora que toda la vida se había manifestado muy circunspecta y religiosa, no hay duda que sus familiaridades con el clérigo podían dar lugar a torcidas interpretaciones entre la gente propensa a pensar mal del prójimo. Había casado ya tarde, cuando contaba más de treinta años, con D. José María, el boticario de la plaza. Éste, que había sido toda su vida un republicano rabioso, que apenas frecuentaba la iglesia, y que reunía en su trastienda por las noches un grupo de demócratas (masones los llamaban las beatas del pueblo), por el influjo de su piadosa mujer había ido cambiando poco a poco de opinión. Principió por alejarse de la política y dejar la suscrición a El Motín; después fue eliminando de su tertulia a los sujetos más exaltados y peligrosos; luego se le vio alternando cortésmente con varios sacerdotes. Finalmente, como llegase una misión de jesuitas a la villa, D.ª Marciala consiguió llevarle a confesar con uno. Desde entonces se realizó un cambio completo y radical en la vida de D. José María. El feroz republicano, suscritor de El Motín, se trasformó en un cofrade de San Vicente de Paul, hermano del Sagrado Corazón. Alumbraba en las procesiones, hacía la guardia al Santísimo con escapulario al cuello, etc., etc. Y no sólo practicaba todos los actos religiosos de un fervoroso creyente, sino que dio en acompañarse de clérigos y en recibirlos en su trastienda, en vez de los impíos que antes iban; de tal suerte, que su botica vino a ser al cabo de algún tiempo el centro de reunión de los tradicionalistas de Peñascosa. Tal fue la obra benemérita llevada a cabo con singular fortaleza y habilidad por D.ª Marciala. En ella le ayudó muchísimo con sus consejos el P. Narciso. Acaso por esta razón su alma quedó tan ligada y agradecida a su director, que por no saber contenerse, daba pávulo y estimulaba a las malas lenguas de Peñascosa.
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