El Criterio. Balmes Jaime Luciano

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El Criterio - Balmes Jaime Luciano

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tal caso exagera ó disminuye, echa mano de colores halagüeños ó repugnantes, busca explicaciones favorables apelando á causas imaginarias, y señalando efectos soñados: pero el hecho está allí; y los esfuerzos del escritor apasionado ó de mala fe, no hacen mas que llamar la atencion del avisado lector para que fije la vista con atencion en lo que hay, y no vea ni mas ni ménos de lo que hay.

      Los historiadores apasionados de Napoleon hablarán á la posteridad del fanatismo y crueldad de la nacion española, pintándola como un pueblo estúpido que no quiso ser feliz; referirán los mil motivos que tuvo el gran Capitan para entremeterse en los negocios de la Península, y señalarán un millon de causas para explicar lo poco satisfactorio de los resultados. Por supuesto que llegarán á concluir que por esto no se empañan en lo mas mínimo las glorias del héroe. Pero el lector juicioso y discreto descubrirá la verdad á pesar de todos los amaños para oscurecerla. El historiador no habrá podido ménos de confesar á su modo y con mil rodeos, que Napoleon ántes de comenzar la lucha, y miéntras las fuerzas del Marques de la Romana le auxiliaban en el norte, introdujo en España con palabras de amistad, un numeroso ejército, y se apoderó de las principales ciudades y fortalezas, inclusa la capital del reino; que colocó en el trono á su hermano José; y que al fin José y su ejército despues de seis años de lucha, se vieron precisados á repasar la frontera. Esto no lo habrá negado el historiador; pues bien, esto basta: píntense los pormenores como se quiera, la verdad quedará en su lugar. He aquí lo que dirá el sensato lector: «tú, historiador parcial, defiende admirablemente la reputacion y buen nombre de tu héroe, pero resulta de tu misma narracion, que él ocupó el pais protestando amistad, que invadió sin título, que atacó á quien le ayudaba, que se valió de traicion para llevarse al rey, que peleó durante seis años sin ningun provecho. De una parte estaban pues la buena fe del aliado, la lealtad del vasallo, y el arrojo y la constancia del guerrero; de otra podian estar la pericia y el valor, pero á su lado resaltan la mala fe, la usurpacion, y la esterilidad de una dilatada guerra. Hubo pues yerro y perfidia en la concepcion de la empresa, maldad en la ejecucion; razon y heroismo en la resistencia.»

      REGLA 5ª.

      Los anónimos merecen poca confianza.

      El autor habrá tal vez callado su nombre por modestia ó por humildad; pero el público que lo ignora, no está obligado á prestar crédito á quien le habla con un velo en la cara. Si uno de los frenos mas poderosos, cual es el temor de perder la buena reputacion, no es todavía bastante para mantener á los hombres en los límites de la verdad, ¿cómo podremos fiarnos de quien carece de él?

      REGLA 6ª.

      Antes de leer una historia es muy importante leer la vida del historiador.

      Casi me atreveria á decir que esta regla, por lo comun tan descuidada, es de las que deben ocupar el lugar mas distinguido. En cierto modo se halla ya contenida en lo que llevo dicho mas arriba (Cap. VIII); pero no será inútil haberla establecido por separado, siquiera para tener ocasion de ilustrarla con algunas observaciones.

      Claro es que no podemos saber qué medios tuvo el historiador para adquirir el conocimiento de lo que narra, ni el concepto que debemos formar de su veracidad, si no sabemos quién era, cuál fué su conducta, y demas circunstancias de su vida. En el lugar en que escribió el historiador, en las formas políticas de su patria, en el espíritu de su época, en la naturaleza de ciertos acontecimientos, y no pocas veces en la particular posicion del escritor, se encuentra quizas la clave para explicar sus declamaciones sobre tal punto, su silencio ó reserva sobre tal otro; porqué pasó sobre este hecho con pincel lijero, porqué cargó la mano sobre aquel.

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      Pág. 7. —Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, ó subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; hé aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, hé aquí una verdad formal ó subjetiva.

      Mucha presuncion seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium.» «Es de hombres lijeros, decia Ciceron, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas.» (Lib. 2. de offic.) En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar á practicarlas. Don de los dioses llamó Sócrates á la lógica, mas por desgracia, no nos aprovechamos lo bastante de este don precioso, y las cavilaciones de los hombres le hacen inútil para muchos. Los aristotélicos han sido acusados de embrollar el entendimiento de los principiantes con la abundancia de las reglas, y el fárrago de discusiones abstractas; en cambio, las escuelas que les han sucedido, y particularmente los ideólogos mas modernos, no estan libres del todo de un cargo semejante. Algunos reducen la lógica á un análisis de las operaciones del entendimiento, y de los medios con que se adquieren las ideas; lo que encierra las mas altas y difíciles cuestiones que ofrecerse puedan á la humana filosofía.

      Quisiéramos un poco ménos de ciencia y un poco mas de práctica; recordando lo que dice Bacon de Verulamio sobre el arte de observacion, cuando le llama una especie de sagacidad, de olfato cazador, mas bien que ciencia. Ars experimentalis sagacitas potius est et odoratio quædam venatica quam scientia. (De Augm. scient. L. 5. c. 2.)

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      Pág. 10. – Los hombres mas insignes en el mundo científico se han distinguido por una gran fuerza de atencion; y algunos de ellos por una abstraccion q

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Pág. 7. —Verum est id quod est, dice san Agustin (Lib. 2. Solil. cap. 5). Puede distinguirse entre la verdad de la cosa y la verdad del entendimiento: la primera, que es la cosa misma, se podrá llamar objetiva; la segunda, que es la conformidad del entendimiento con la cosa, se apellidará formal, ó subjetiva. El oro es metal, independientemente de nuestro conocimiento; hé aquí una verdad objetiva. El entendimiento conoce que el oro es metal, hé aquí una verdad formal ó subjetiva.

Mucha presuncion seria el despreciar las reglas para pensar bien. «Nullam dicere maximarum rerum esse artem, cum minimarum sine arte nulla sit, hominum est parum considerate loquentium.» «Es de hombres lijeros, decia Ciceron, el afirmar que para las grandes cosas no hay arte, cuando de él no carecen ni las mas pequeñas.» (Lib. 2. de offic.) En la utilidad de las reglas han estado acordes los sabios antiguos y modernos: la dificultad pues está en saber cuáles son estas, cuál es el mejor modo de enseñar á practicarlas. Don de los dioses llamó

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