Cuentos Clásicos del Norte, Primera Serie. Edgar Allan Poe
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De esta manera avanzamos durante cerca de dos horas, y precisamente a la caída del sol penetramos en una región infinitamente más lúgubre que todo lo que habíamos atravesado hasta entonces. Era una especie de meseta cerca de la cima de una eminencia casi inaccesible, cubierta de densa arboleda desde la base hasta la cumbre y sembrada de enormes peñascos que parecían yacer desprendidos sobre el terreno, evitando en muchos casos precipitarse a los hondos valles debido simplemente al apoyo de los árboles contra los cuales descansaban. Quebradas profundas, que partían en diversas direcciones, prestaban todavía un aire de solemnidad más agreste a la escena.
La plataforma natural hasta donde nos habíamos encaramado estaba erizada de espesas zarzas entre las cuales descubrimos pronto que habría sido imposible avanzar sin el auxilio de la hoz; y Júpiter procedió, bajo la dirección de su amo, a abrirnos una senda hasta el pie de un enorme tulipán que se levantaba en medio de seis u ocho robles sobrepasando a todos en altura y humillando a cuantos árboles había yo visto hasta entonces por la belleza de su follaje y de su forma, por la magnitud de sus ramas y por la majestad de su aspecto en general. Cuando llegamos cerca del árbol, volvióse Legrand a Júpiter y preguntóle si sería capaz de escalarlo. El viejo titubeó un poco quedando algunos instantes sin responder. Aproximándose al fin al inmenso tronco, dió la vuelta pausadamente alrededor y lo examinó con minuciosa atención. Cuando terminó su escrutinio, dijo sencillamente:
– Claro, patrón, el negro Júpiter se trepa a cualquier árbol que le da la gana.
– Entonces, arriba cuanto antes, porque pronto será demasiado tarde para ver lo que necesitamos.
– ¿Asta ónde me subo, patrón? – preguntó Júpiter.
– Sube primero por el tronco y luego te diré de qué lado debes ir. ¡Ah!.. ¡espera! llévate al insecto.
– ¡La cucaracha, patrón! ¿La cucaracha de oro? – gritó el negro, retrocediendo acongojado. ¿Pá qué he de subir la cucaracha arriba del árbol? ¡Demonio si la llevo!
– Si tienes miedo, Júpiter, un negro grandazo y viejo como eres, de coger a este pequeño animalito inofensivo, llévalo por el cordón; pero si no lo subes contigo en alguna forma, me veré obligado a romperte la cabeza con esta azada.
– ¿Qué es eso, patrón? ¿Po qué s'enoja ahora? – dijo Júpiter evidentemente abochornado hasta la sumisión. – Siempre la paga el pobre negro viejo. Yo lo dije sólo de juego. ¿Que le tengo miedo a la cucaracha? ¿Qué me v'aser a mí la cucaracha? —
Y a esto cogió cautelosamente el extremo más alejado del cordón y manteniendo al insecto tan apartado de sí como lo permitían las circunstancias, preparóse a escalar el árbol.
En la juventud, el tulipán o Liriodendron tulipiferum, magnífico habitante de las selvas, tiene el tronco singularmente liso y se eleva a menudo a gran altura sin ramas laterales; pero en su edad madura la corteza se vuelve áspera y nudosa a la vez que aparecen ramas cortas en el tallo. Así, la dificultad de la ascensión era más aparente que real en el presente caso. Abarcando el enorme cilindro con brazos y rodillas tan estrechamente como era posible, aferrándose con las manos en algunas partes salientes mientras afirmaba en otras sus pies desnudos, Júpiter se encaramó al fin, después de dos o tres escapes de caída inminente, en la primera rama ahorquillada y pareció considerar su tarea virtualmente llevada a cabo. El peligro de la empresa estaba vencido, en efecto, aun cuando se hallaba ahora a sesenta o setenta pies de altura sobre el nivel del suelo.
– ¿Por ónde voy aora, amo Will? – preguntó.
– Sigue la rama más grande hacia este lado, – dijo Legrand. El negro obedeció prontamente y al parecer con pequeño esfuerzo, ascendiendo más y más alto hasta que perdimos de vista su agachada figura entre el espeso follaje que la envolvía. A poco oímos su voz en una especie de alerta.
– ¿Asta ónde subo aora?
– ¿A qué altura has llegado?
– Bien arriba, – replicó el negro; – ya púo ver el sielo po entre la punta del árbol.
– Nada importa el cielo, pero atiende a lo que voy a decirte. Mira hacia abajo del árbol y cuenta las ramas de este lado debajo de ti. ¿Cuántas ramas has pasado?
– Una, do, tré, cuato, sinco… he pasao sinco ramas de este lao, patrón.
– Entonces sube una más. —
Algunos minutos después oímos nuevamente su voz anunciando que había llegado a la séptima.
– Ahora, Jup, – exclamó Legrand visiblemente agitado, – necesito que avances sobre esa rama lo más lejos que puedas. Si encuentras algo extraño, avísamelo inmediatamente. —
En aquel momento desaparecieron las pocas dudas que podía aun abrigar acerca de la demencia de mi amigo. No tenía otra alternativa sino pensar que había sido atacado de locura, y llegué a sentirme verdaderamente ansioso pensando en el modo de hacerlo regresar a la casa. En tanto que reflexionaba sobre lo que sería más conveniente intentar, la voz de Júpiter dejóse escuchar de nuevo.
– Mucho critianos se asutarían de andar po eta rama. Etá seca casi todita.
– ¿Dices que es una rama seca, Júpiter? – interrogó Legrand con voz trémula.
– Sí, patrón; etá seca como tranca e puerta. Como que lo etoy viendo… ¡tá muerta!
– ¿Qué haré, en nombre del cielo? – exclamó Legrand, que parecía entregado a gran desesperación.
– ¡Haced esto! – insinué yo, satisfecho de encontrar la oportunidad de colocar una palabra. – ¡Vaya! ¡Venir a casa y acostaros! Vamos inmediatamente, si sois buen chico. Se hace tarde, y además debéis recordar vuestra promesa.
– ¡Júpiter! – gritó él, sin atenderme en lo más mínimo. – ¿Me oyes?
– Sí, patrón; l'oigo mu bien.
– Entonces, prueba la madera con tu cuchillo y fíjate bien si la rama está muy seca.
– Podrida, patrón, seguro, – contestó el negro después de un momento; pero no tan podrida. Quién sabe si pudiera 'vansá má ayá etando solo. ¡Así sí, digo!
– ¡Solo! ¿Qué quieres decir?
– Güeno, é po la cucaracha. E mu pesada. Si la boto pa 'bajo, la rama no se romperá con el peso del negro na má.
– ¡Canalla infame! – gritó Legrand, muy consolado al parecer, – ¿qué piensas sacar diciéndome esas estupideces? Ten por seguro que si dejas caer el insecto te rompo el cuello. ¡Mira, Júpiter! ¿me oyes?
– Sí, patrón; no hay necesidad de cargarle con tanto grito al pobre negro.
– ¡Bien! ¡Escucha ahora! Si vas por esa rama hasta donde creas que hay seguridad y no dejas caer el escarabajo, te regalaré un dólar de plata en cuanto llegues al suelo.
– Voy,