El mundo y la vida desconocida de los faraones. Eric Garnier
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La mastaba en sí estaba rodeada por una muralla. Los miembros más cercanos de la familia real eran enterrados en pequeñas tumbas satélite cubiertas por bóvedas de adobe. Con la llegada de las pirámides, esta arquitectura quedó reservada a los nobles del entorno del rey, aunque Shepseskaf, un faraón que gobernó a finales de la dinastía IV – cuando se construyeron las grandes pirámides de Guiza–, eligió una simple mastaba como lugar de descanso eterno.
Las tumbas privadas se agrupaban alrededor de las pirámides, formando una verdadera ciudad.
El cadáver, dispuesto en un sarcófago de madera, descansaba junto a sus muebles y objetos personales en su cámara, situada al fondo de un pozo excavado en la meseta de piedra caliza que se sellaba tras los funerales.
En la cara oriental de la mastaba, al nivel de la superficie, había una cámara que hacía las veces de capilla. Como se orientaba sobre un eje norte-sur, siempre ocupaba una de las fachadas largas del edificio y solía situarse justo encima de la cámara funeraria y el sarcófago. Durante la dinastía II se construyó en forma de T, pero la siguiente dinastía la amplió para incorporar un gran pasadizo adornado con nichos. En el centro de la capilla se alzaba una mesa de piedra donde se podían depositar ofrendas para el faraón, y la pared del fondo estaba adornada con una falsa puerta. Por lo general, la decoración de los nichos estaba pintada sobre masilla o tallada sobre placas de madera.
Las primeras capillas se hicieron con adobe en el exterior del macizo de piedra, pero los avances arquitectónicos permitieron construcciones cada vez más complejas. Por ejemplo, la puerta falsa pasó a ser un nicho profundo que albergaba una estatua del difunto y, a veces, las estatuas se alojaban en un habitáculo llamado serdab que sólo se comunicaba con el mundo de los vivos a través de una minúscula grieta en el muro.
Más adelante, la tumba pasó a ser familiar: al igual que una casa, disponía de varias estancias dedicadas a sus distintos miembros. Pero entonces la tumba dejó de ser el hogar del difunto para convertirse en una representación del mundo. El paso de las estaciones se reflejaba en relieves que describían las ocupaciones agrícolas. Toda una población de artesanos, pescadores, campesinos y escribas se ponía al servicio del fallecido para aportarle todo aquello que pudiera necesitar en la otra vida, desde alimentos hasta diversión.
• Zoser, el Faraón de la Piedra, fue el segundo rey de la dinastía III. Reinó durante una veintena de años y, gracias a su ambiciosa política exterior, la península del Sinaí quedó bajo la autoridad de Egipto, con sus minas de cobre y turquesa. Impulsó el uso de la piedra tallada y ordenó erigir la pirámide escalonada de Saqqara, un enorme complejo funerario construido por su arquitecto Imhotep. Tras su muerte, Zoser permaneció durante largo tiempo en la memoria de los egipcios como uno de los grandes soberanos del Doble País. La estela del hambre, grabada en Asuán 2000 años después de su reinado, le rinde homenaje.
• Seneferu, el Conquistador del Sinaí, fue el primer faraón de la dinastía IV. Aunque continuó con el proceso de colonización de los faraones anteriores, su fama se desvaneció ante la obra de algunos de sus sucesores, como Keops, Kefrén y Micerino, que ordenaron construir las tres grandes pirámides de la meseta de Guiza.
• Keops, el Cruel, fue el segundo soberano de la dinastía IV. Hijo de Seneferu y de la reina Hetepheres, reinó durante 23 años. Su reinado estuvo marcado por una organización sistemática del aparato económico y por la explotación de las canteras de Uadi Magara (Sinaí), Hatnub (Medio Egipto) y Nubia.
Esta producción intensiva, que concedió prosperidad al país, se puso al servicio de una gran obra: la construcción de la Gran Pirámide de Guiza, de 147 m de altura y 231 de lado. Resulta asombroso que los antiguos egipcios pudieran crear una obra semejante, tanto por sus dimensiones como por el tiempo de ejecución (20 años), la precisión de su planificación, sus proporciones geométricas y su orientación. El complejo funerario, cuyo centro era la pirámide, incluía también las pirámides satélites de las reinas Meritites y Henutsen, así como varias tumbas principescas.
En el año 1954 se hallaron, a los pies de la pirámide, dos fosas oblongas que contenían dos navíos egipcios desmontados, en perfecto estado de conservación. Uno de ellos se pudo reconstruir pieza a pieza. Resulta imposible saber si estos barcos escoltaron a Keops hasta su última morada o si fueron embarcaciones simbólicas destinadas a permitir que el rey ascendiera hasta el cielo y navegara por el océano superior.
Cuando saquearon la tumba de Hetepheres, Keops ofreció una nueva sepultura a su madre. Los arqueólogos la hallaron intacta, con un soberbio mobiliario de madera recubierto de oro.
Por ironías de la historia, sólo conocemos al constructor del mayor monumento del Antiguo Egipto a través de una estatua minúscula de marfil que fue hallada en la arena de un templo de Abidos.
Keops dejó a la prosperidad una imagen detestable por haber construido su espléndida tumba con el sudor y la sangre de miles de obreros. La literatura del Imperio Medio lo presentó como un soberano cruel y arrogante que se aburría en su palacio y ordenaba ejecutar a seres humanos para distraerse. Heródoto, por su parte, afirmó que Keops cerró los templos, ordenó a los egipcios realizar trabajos forzados y prostituyó a su propia hija para conseguir los bloques de piedra necesarios para erigir su tumba. Su impopularidad contrasta con la imagen bonachona de su padre, Seneferu, ¡a pesar de que este ordenó construir no una, sino tres pirámides!
• Kefrén, la Cabeza de la Esfinge, fue el cuarto faraón de la dinastía IV. Hijo de Keops, reinó durante un cuarto de siglo y ordenó construir la segunda pirámide de Guiza. Esta era algo más pequeña que la de Keops (143 m de altura y 215 de lado), pero al estar construida en un nivel más elevado de la meseta parecía superarla. La cúspide estaba provista de un fino revestimiento de piedra caliza que se ha conservado en parte. El complejo funerario incluía, en el lado oriental, un templo que se unía al del valle a través de una calzada funeraria ascendente. El templo del valle, que está muy bien conservado, presentaba enormes monolitos de granito con formas simples y desnudas.
El espacio interior contenía diversas estatuas de diorita que reflejaban la grandeza del rey. Una de ellas, que presentaba a Kefrén bajo la protección del dios halcón Horus, era toda una obra maestra en composición y equilibrio. El soberbio monolito de diorita gris verdosa procedía de las canteras de Nubia, situadas a más de 250 km al sudoeste de Asuán.
Kefrén también ordenó transportar una gran roca y esculpirla a su imagen. Hoy en día, esta figura con cuerpo de león y cabeza humana se conoce como la Esfinge o, para los visitantes árabes, el Padre del Terror. La Esfinge, guardiana de la necrópolis real durante el Imperio Antiguo, pasó a asociarse con el dios solar Ra Harmajis, Horus en el Horizonte.
Según Heródoto, Kefrén fue el digno sucesor de su padre, un rey detestable y tiránico. Sin embargo, en las fuentes egipcias no se ha hallado nada que confirme esta idea.
• Micerino, el Piadoso, fue el último soberano de la dinastía IV. Hijo y sucesor de Kefrén, su legitimidad fue puesta en duda por los distintos pretendientes al trono que reinaron de forma paralela antes de que Micerino lograra imponerse de una vez por todas.
Heródoto lo llamó el Justo y Piadoso porque liberó a la población de los trabajos forzados y de la obligación de ofrecer sacrificios. De todos los faraones, Micerino fue el que pronunció las sentencias más justas. Cuando el oráculo de Buto le dijo que no viviría más de seis años, ¡este faraón decidió celebrar banquetes por la noche para burlar la profecía y vivir el doble de tiempo!
Su reinado estuvo marcado por