Enciclopedia de la mitología. J.C. Escobedo

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Enciclopedia de la mitología - J.C. Escobedo

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ordenó que matasen a sus esposos la noche de bodas.

      Según una leyenda, a Dánao lo mató su yerno Linceo. Enseñó a los argivos a excavar pozos y en reconocimiento tuvo una estatua en el templo de Apolo Délfico. En memoria suya, primero los argivos, y luego todos los griegos, recibieron el nombre de dánaos.

      DARDÁNIDAS

      Sobrenombre de los troyanos, como descendientes de Dárdano.

      DÁRDANO

      Hijo de Zeus y de la atlántida Electra, fue el fundador de la dinastía troyana.

      Emigró de Arcadia a Samotracia y de allí a Frigia, y fundó una ciudad que llamó Dardania con autorización del rey Teucro. Se casó primero con Crisa, que le regaló el Paladio, luego con Batiea, hija de Teucro, de la que nació Erictonio, padre de Tros y abuelo de Príamo.

      DAULIA

      Ciudad de la antigua Fócida, en el camino que va de Orcómeno a Delfos. Se afirma que su origen está relacionado con la ninfa Daulía y con el mito de Tereo, Progne y Filomela.

      DÉCUMA

      Una de las Parcas latinas. Originariamente eran diosas de los nacimientos. Décuma, como su hermana Nona, tomaba el nombre de los últimos meses de la gestación, el noveno o el décimo precisamente.

      DÉDALO

      Hijo de Meción y bisnieto de Erecteo, simboliza en la mitología el genio técnico y artístico. Se le consideró inventor de la escultura por ser el primero que, modelando la piedra, consiguió formar imágenes a semejanza del hombre, así como de muchos instrumentos de trabajo, como la regla y la vela. A pesar de estas cualidades, Dédalo no pudo evitar el pecado de la envidia. Cuando su sobrino Talos, demostrando una agudeza excepcional, inventó la sierra inspirándose en la mandíbula de una serpiente, sintió tanta envidia que lo mató, arrojándolo a traición desde la Acrópolis. El Areópago, tribunal de Atenas, no dio por válidas sus disculpas y lo desterró a Creta. Llegó allí con su hijo Ícaro y entró al servicio de Minos, rey de la isla, que le ordenó construir en torno al antro del Minotauro, monstruo de voracidad insaciable, un intrincado palacio con infinitas estancias, con múltiples y tortuosos corredores y atravesado por innumerables callejuelas y patios. Se le llamó Laberinto, porque así denominaban los cretenses en su dialecto el hacha de dos filos de Zeus, símbolo que Dédalo grabó en numerosas partes de su construcción. Cuando Teseo consiguió, con ayuda del hilo de Ariadna, penetrar en el palacio, matar al monstruo y salir de nuevo, muchos creyeron que el héroe había sido ayudado también por Dédalo, deseoso de vengarse de Minos, que le impedía regresar a su patria. El rey de Creta lo hizo encerrar entonces junto con su hijo en la misma construcción con intención de retenerlo prisionero, pero no tuvo en cuenta la capacidad inventiva del ingenioso artífice, que, viendo cerrados los caminos marítimos y terrestres, pensó que le quedaban, sin embargo, los del cielo para alcanzar su amada patria. Recogió entonces todas las plumas que pudo y, ordenándolas según su longitud de forma decreciente, las unió con barro y cera, y las modeló con una forma ligeramente curvada. Había fabricado un par de alas que aplicó a sus espaldas y a las de Ícaro. El artificio funcionó y ambos abandonaron Creta volando. Dédalo no dejó de advertir a su hijo que no volase demasiado bajo para que el barro de sus alas no se disolviese con el vapor del agua del mar, ni demasiado alto, pues el calor del sol podía derretir la cera. Ícaro al principio le siguió obediente, imitándolo. Pastores y navegantes los contemplaban maravillados, creyéndolos dioses. Sin embargo, el adolescente se enorgulleció de su nuevo arte y, olvidando toda prudencia y todos los consejos, se elevó cada vez más alto intentando en su presunción alcanzar el sol. Las advertencias de su padre se cumplieron. Ícaro, desprovisto de sus alas, se precipitó al mar, que de él tomó el nombre de Icario, y se ahogó. El pobre Dédalo tuvo que enterrarlo en Cumas, donde consagró a Apolo su par de alas, que se guardaron durante siglos en un templo por él construido y adornado. Desde allí, según se dice, pasó a Sicilia acogido benignamente por el rey Cócalo, donde terminó sus días.

      DEIDAMÍA

      Hija de Licomedes, rey de Esciro. La muchacha se enamoró de Aquiles cuando este se ocultó en la corte del rey disfrazado de mujer para escapar de la guerra de Troya.

      Deidamía tuvo un hijo suyo, Pirro, llamado también Neoptólemo («nuevo guerrero») porque ocupó el lugar de Aquiles en la guerra de Troya.

      DEÍFOBO

      Hijo de Príamo y Hécuba, fue uno de los más valerosos guerreros troyanos. Junto con Paris mató a Aquiles y, tras la muerte de aquel, se casó con Helena. Lo mató el celoso Menelao.

      DEIMO

      Demonio del espanto. Junto a Enyo, diosa del exterminio, y Fobo, demonio del temor, era uno de los habituales compañeros de Ares, dios de la guerra.

      DELFOS

      Antigua ciudad de la Fócida, en el corazón de la Grecia central. Estaba situada en la vertiente sudoeste del Parnaso, a unos seiscientos metros de las aguas del golfo de Corinto, lugar montañoso pero próximo al mar. Su belleza selvática no tardó en impresionar la imaginación de los antiguos, que la escogieron como la sede del más célebre santuario y oráculo de Grecia. A la ciudad de Delfos se podía llegar por dos caminos. Por mar, desde el puerto de Itea hasta el golfo de Corinto, y atravesando la Acrópolis de la antigua Krisa, que dominaba la llanura de los Olivos y el lecho de Pleisto; y por tierra, recorriendo la vía que parte de Atenas, atraviesa Beocia, asciende por las faldas del Parnaso y desemboca cerca del santuario de Atenea Pronea, situado al este del de Apolo. El lugar sagrado está formado por una profunda hendidura en la roca, sombreada por un laurel, la planta consagrada a Apolo. Tenía tres fuentes, la más célebre de las cuales era la de Castalia, con un agua fresca y abundante, además de la de Casotis, que mediante un sistema de canales llegaba hasta el templo de Apolo. Desde los tiempos más antiguos y antes de que existiesen los olímpicos Apolo y Atenea, Delfos era un lugar de culto donde se alzaban templos y santuarios. En la época micénica se practicaba el culto a la diosa Gea (la Tierra), cuyo recuerdo se mantuvo vivo en la memoria de los griegos. Los dioses del lugar eran recordados en las plegarias de la sacerdotisa Pitia antes de entrar en el templo de Apolo. Esta saludaba a la Tierra como primera profetisa, luego a Temis y a Febe, que la sucedieron y que precedieron a Apolo en el lugar del oráculo. Esquilo afirma que el paso del culto de la Tierra al de Apolo tuvo lugar pacíficamente y con pleno acuerdo por ambas partes. Entre los nuevos dioses que junto con Apolo se instalaron en Delfos, la Pitia recordaba a Atenea Promacos, a las ninfas de la gruta corintia que habitaban en una cueva situada más abajo de Delfos, en la altiplanicie del Parnaso, y que se visita todavía, a Dioniso y por último a Poseidón y Zeus, el dios supremo, padre de Apolo. Eurípides, en cambio – Homero avala su versión–, sostenía que el paso del oráculo, de la Tierra a Apolo, provocó un conflicto, resuelto por Zeus en favor de su hijo. Según esta versión, Apolo, nacido de Delos, se estableció en Delfos tras haber matado al dragón que guardaba el antiguo oráculo de la Tierra. El enorme y feroz animal se llamaba Pitón, y de este deriva el epíteto del dios, llamado Pitio, el de la profetisa Pitia y el de los grandes juegos organizados para celebrar la llegada de Apolo y que se llamaban precisamente Píticos. Con Apolo se implantó el método de profetizar a través de la exaltación y el delirio, subsistiendo al mismo tiempo los sistemas más antiguos de adivinación inductiva. La sacerdotisa Pitia se sentaba sobre su trípode, el mismo que Apolo consagrara después de su victoria sobre Pitón, que se colocaba sobre un abismo. De él emanaban vapores embriagadores. Como fuera de sí y presa del delirio, esta pronunciaba palabras

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