El sexto sentido. Ursula Fortiz
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Al principio está el espíritu. Según su interés, decide poner en funcionamiento el intelecto, motor más o menos ágil, cuya utilidad es tratar la información que llega en oleadas continuas.
En la calle uno pasa delante de un anuncio que alaba los encantos de un inmueble residencial recientemente construido. La vista percibe que este inmueble, a ese precio el metro cuadrado, tiene piscina. ¿Y entonces? La cuestión está precisamente ahí. O bien esta información, por interés, ha llegado a su espíritu, o bien se ha quedado en su vista. Si ha entrado, el intelecto ha podido colocarla en diferentes niveles. Inicialmente el estado de las cosas es, pues, sencillo: o bien su espíritu tiene una disposición a dejar pasar esta clase de informaciones, o bien no la tiene. Como la corriente eléctrica.
Un primer caso, A, podría ser el del señor que espera un segundo hijo y tiene un apartamento demasiado pequeño. Un segundo, B, podría ser el de un señor que vive en un apartamento en el que no paga alquiler. Entre estos dos extremos, el interés o la curiosidad de cada uno puede situarse a distintos niveles.
1. 2500 euros el metro cuadrado, es el mismo precio que en todas partes.
2. A este precio, justo en el límite de la periferia, no es interesante.
3. Inmueble construido en piedra tallada, piscina para los niños, etc.
Aquí nuestro cliente se detiene para leer el resto del anuncio.
4. No está muy lejos de mi trabajo.
5. No he de hacer transbordo en el metro, etc.
Esto muestra que una información dada, la misma para todos, es tratada de forma diferente por cada uno de nosotros y que, detrás de las autopistas de la información que son nuestros sentidos, se esconde una poderosa oficina de tratamiento cuya capacidad varía según el interés de cada uno. La cuestión está entonces en comprender cómo cada uno la siente y la trata según su grado de sensibilidad, su estado de ánimo, su experiencia. ¿Qué se desarrolla de esta masa de informaciones recibidas y del espíritu único de cada uno, para constituir un sentido suplementario, una percepción diferente y personal? Por otra parte, si admitimos que estamos todos en el mismo caso, aceptaremos de buena gana que este sentido suplementario pueda ser desarrollado de forma diferente en cada uno.
La información es permanente. El intelecto no es más que el motor. El espíritu es a la vez el comienzo y el fin.
• Variabilidad de la información
Hemos intentado mostrar antes que una información dada es de interés variable para cada uno. ¿Qué pasa con la información global que está a disposición de todos? Está claro que lo positivo está en la información misma, pero no está menos claro que el beneficio no existe más que para el que la va a recibir. Cualquiera que sea el interés propio de una información, la variabilidad de este interés es específica para cada uno. La mejora de un sentido dado reposa sobre dos condiciones: la experiencia o el entrenamiento, y el deseo, vocación o necesidad. Admitiendo que todos estamos dotados de los mismos cinco sentidos, ¿tenemos todos los mismos deseos o necesidades? Evidentemente, no. Incluso cuando dos personas tienen los mismos deseos, ¿acertarán a satisfacerlos de la misma manera? No, sin embargo pueden ver, oír, y sentir las mismas cosas. Si pedimos a dos alumnos del último curso que describan su instituto, el resultado será diferente. Más allá de la capacidad de recepción de nuestros sentidos, que podría ser más o menos igual físicamente en todos los individuos, hay un primer elemento que genera una dinámica de organización antes que de almacenamiento. Este primer elemento se alimenta de tres carburantes: la necesidad, el deseo y la curiosidad. Es el espíritu. Su característica no es estar completo sino ser siempre mejorable.
Esta posibilidad crea una dinámica fuerte o débil propia de cada uno, que entrena su utilización con un rendimiento más o menos bueno del intelecto. Este es el motor que funciona ante la demanda del espíritu. Parece una oficina de tratamiento o de reciclaje de la información. Su característica es ser potente o débil.
• Tratamiento de la información
Se puede admitir que nuestros cinco sentidos actúan según procesos idénticos que constituyen cada uno una base de datos. La base de datos global será una mezcla distintiva, en cualidad y en cantidad, referida a una persona. Si uno acepta esta idea previa de que, de un individuo a otro, cada intelecto es diferente, como lo es cada espíritu, se puede pensar que cada uno utiliza de modo distinto sus sentidos e incluso que favorece algunos. Tendrá el acierto de ver ahí una alusión a lo innato y lo adquirido. Esto último estará formado por todo aquello que los sentidos aportan, casi lo mismo para todo el mundo. Lo innato será más o menos la calidad del motor, pero sobre todo la necesidad de hacer trabajar este motor.
¿Habrá, por otra parte, una razón para clasificar estos cinco sentidos según un orden de importancia decreciente, teniendo en cuenta un planteamiento de calidad, o mejor todavía, de indispensabilidad?
Para nosotros, que disfrutamos de la ventaja de ver, la ceguera se concibe como un problema insuperable. ¿Qué pensaría un ciego si se le preguntara? Pero también, ¿qué pensaríamos nosotros de un ciego que rehusara recuperar la vista a cambio de perder otro sentido? ¿Habría estructurado un estado de equilibrio mediante el desarrollo de otro sentido que nos resulta desconocido?
A veces probamos un alimento nuevo que evoca, sugiere gustos más o menos familiares, alejados. Alguien comiendo almendras amargas, un día, escribía: «Parece cianuro».
Siempre buscamos asociar una cosa nueva a algo conocido. Lo que nos sorprende a menudo nos recuerda a alguna cosa. Quizá se trata de una reacción inconsciente del espíritu, que tiende a reafirmarse ante lo desconocido. ¿Tendrá nuestro inconsciente alguna función que desarrollar en esta historia?
Hay personas, más bien de cierta edad, que conocen numerosos restaurantes importantes. Como clientes, también ellos son importantes, como algunos chefs. Sin embargo, hay una diferencia entre el chef que prepara la comida y el cliente que la saborea. El primero ha desarrollado su sentido del gusto al mismo tiempo que el deseo de creación de una cocina de calidad. El segundo sólo ha desarrollado su sentido del gusto, sin el deseo de crear. Así pues, y con la misma condición de degustador, uno se beneficia de una calidad suplementaria que falta en el otro: el sentido de la creación.
Quizás haya leído El perfume, de Patrick Süskind, la historia de un hombre, medio loco, con un sentido muy agudo de los olores que lo transformará en un genio de los perfumes.
Olor, perfume… ¿nota la diferencia en relación con los otros sentidos? Aquellos en los que el espíritu de la persona es quien ejerce una acción selectiva. En este caso, parece que la relación sea más un asunto entre el sujeto y el objeto.
Quizás haya en esta idea una diferenciación entre sentidos mayores y menores.
Todos tenemos el sentido del olfato más o menos desarrollado, pero se mantiene casi independientemente del matiz que se impone entre olor y perfume. Estamos cercados por los olores, a menudo desagradables, con que nos rodea la ciudad, tan poderosos que encierran en una nube estéril los raros perfumes que todavía flotan en el aire del atardecer. ¿No estará anulando nuestro sentido del olfato el alto grado de polución en la que nos sumerge el automóvil? ¿No estarán los martillos hidráulicos y otros artilugios consiguiendo anular la sensibilidad de nuestros oídos? ¿No estarán los pollos de cuarenta y un días a punto de imponernos a todos el gusto uniforme de una común mediocridad? El plástico, material universal, va sustituyendo poco a poco en todos los campos el calor tan atractivo de la madera. Por ahora las mesas de trabajo de la Biblioteca