Educar o reeducar al perro. Franco Fassola

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Educar o reeducar al perro - Franco Fassola

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él, mordiendo. Si se observa una obstinación excesiva en la defensa (por ejemplo, si no deja de ladrar cuando se le ordena), deberemos preocuparnos, porque es signo de que el animal se percibe él mismo como dominante, por lo que será necesario reequilibrar la relación dominio-sumisión.

      El automóvil también puede ser su territorio, y en este caso lo defenderá hasta la extenuación ante quien se acerque a él, ladrando y gruñendo. Si el perro provoca destrozos cuando se queda solo dentro, no significa que lo haga por agresividad o por despecho hacia su dueño por el presunto abandono. Puede deberse a una actividad de exploración, ligada al miedo a que le dejen solo, frecuente en animales que no saben estar sin la compañía de una persona o de otro animal. Empieza a oler los asientos que huelen al dueño, luego, movido por la excitación, los mordisquea y, seguidamente, pasa a otros objetos como el cinturón de seguridad o el volante.

      Los perros se pueden clasificar en dos grandes grupos: el primero incluye las razas utilizadas en la caza, que logran dar satisfacción a su instinto depredador; el segundo abarca a todas las demás razas que, no siendo aptas para la caza, se contentan persiguiendo gatos, coches, bicicletas, personas que corren y – por desgracia— también niños pequeños que empiezan a gatear o caminar (esto último puede ocurrir con ejemplares de todas las razas, incluso con los de caza si se destinan predominantemente a la compañía).

      Para el perro doméstico la caza ya no es una necesidad vital como lo es para el lobo, sino que se ha convertido en una actividad de ocio, igual que para el hombre. No le sirve para alimentarse, ya que esta necesidad se la «soluciona» su amo, que para eso es el líder de la manada. Esto se explica porque en la manada el acceso a la comida está regulado por normas muy estrictas: primero comen los lobos dominantes y luego los demás, siguiendo un orden jerárquico.

      En el caso del perro doméstico, esta norma también debe respetarse. Conviene que entienda que no recibe nunca la comida porque él lo pide, sino que se trata de una concesión del líder de la manada, por lo que el perro debe comer siempre después de su dueño (lógicamente si comen en el mismo lugar). Antes de ponerle el plato se le debe exigir un gesto de sumisión, como por ejemplo, ordenarle ¡sentado! La comida se le debe dejar no más de diez minutos a su disposición, al término de los cuales se retirará, tanto si se lo ha comido todo como si no lo ha hecho.

      La vida sexual del perro doméstico

      Para el perro, la domesticación ha significado alimento seguro, cobijo y afecto del ser humano, pero también ha repercutido en su vida sexual.

      La perra que vive en familia tiene una sexualidad que difiere a la de la loba: tiene dos periodos de celo al año, independientemente de la estación, es decir, no sólo en primavera.

      Normalmente los apareamientos dependen de la decisión del propietario, y ello implica que no se produzcan peleas entre machos para acceder a una hembra. Por otro lado, se aparean individuos dominantes con individuos dominados, y se utiliza la fecundación artificial si dos perros no consiguen reproducirse por sus propios medios.

      No debemos olvidar que la selección llevada a cabo por el hombre prioriza el aspecto estético por encima de las capacidades de supervivencia o el carácter, como sería el caso del apareamiento entre lobos.

      El perro macho instaura con las personas con las que vive distintas relaciones de dominio y sumisión ligadas a las características sexuales; normalmente acepta como dominante al hombre e intenta someter a la mujer.

      En cambio, una perra que viva en una familia puede no dejarse montar, en muchos casos, por un excesivo apego a «su manada».

      El comportamiento de los machos también presenta peculiaridades, por ejemplo cuando escenifican actitudes de monta eligiendo como pareja las piernas de los invitados, por el simple deseo de llamar la atención (véase el capítulo «Penas y alegrías del sexo»).

      La relación perro-hombre

      La vida del perro también ha experimentado modificaciones al cambiar la sociedad en la que se ha integrado. Antiguamente, nuestro fiel amigo vivía predominantemente en ambientes rurales, desempeñaba la función de guardián de la casa y de las propiedades, vigilaba el rebaño, ayudaba a su dueño en la caza y, en menor medida, le hacía compañía. Hoy en día su función más habitual es la compañía, con todas las consecuencias que de ello se derivan.

      Un espléndido yorkshire, uno de los perros de compañía más difundidos. (Fotografía de Visintini)

      Hasta hace dos siglos aproximadamente, sólo los perros de talla pequeña, los llamados perros falderos, vivían con el ser humano. Los perros de caza, de pastor y los molosos se destinaban siempre al trabajo, si bien algunas veces frecuentaban la casa.

      La urbanización y el deseo de originalidad han condicionado nuestros gustos cinófilos y, por consiguiente, el comportamiento de nuestros animales que, aunque con dificultades, intentan adaptarse. Hoy en día se pueden ver perros de caza destinados exclusivamente a pasear por la ciudad, perros de tiro que se compran sólo por estética, y podríamos dar muchos más ejemplos. Para satisfacer estas nuevas exigencias, el hombre ha seleccionado, sobre todo a partir del siglo XIX, un gran número de razas muy diferentes de lobos, no sólo por su aspecto, sino también por el comportamiento. Las consecuencias han sido profundas repercusiones en las relaciones entre los perros, y entre el perro y el ser humano.

      El siguiente paso ha sido humanizar al can, considerándolo cada vez más como una persona y cada vez menos como un animal (proceso de antropomorfismo). Intentamos que viva con nosotros, incluso lo vestimos (¡hasta existen vestidos de boda para perros!), nos esforzamos por modificar su comportamiento, su modo de vida, su alimentación… Resulta difícil entender el porqué. Quizá la vida ha perdido los valores de antaño: la fidelidad, la amistad, el altruismo, la justicia (que se recuperan viviendo con un perro), o quizá cada vez es más difícil instaurar relaciones sólidas y duraderas entre las personas. En cualquier caso, nuestro fiel amigo es el catalizador de estos intereses y afectos.

      El beagle es un perro paciente y muy afectuoso con los niños. (Fotografía de Balistreri)

      El pinscher obsequia con gran afecto y alegría y se adapta a vivir en espacios relativamente pequeños; es una raza idónea para personas ancianas. (Fotografía de Balistreri)

      Quizá la humanización de un animal es una forma de intentar comprenderlo mejor. En cambio, es muy importante intentar entender realmente a nuestro perro, esforzarse en ver el mundo con sus ojos, estudiar su comportamiento y sus conductas, respetando al mismo tiempo su personalidad y sus necesidades. Para adaptarse al modo de vida del hombre, este animal ha cambiado muchísimo, si bien conserva algunos esquemas del comportamiento del lobo: necesita vivir en manada y tener un líder, que debe ser siempre el ser humano.

      Quien compra un perro debe asumir estas exigencias para ofrecerle una vida tranquila, y tener en cuenta que no sólo necesita comida y una casa, sino la convivencia con su dueño, porque para el perro es importante todo (el juego, la actividad física, el trabajo…) lo que puede hacer en su compañía.

Conocer al cachorro para elegirlo bien

      La adopción de un cachorro condicionará la futura vida del perro y de su propietario.

      Es una decisión importante que debe tomarse después de haber consultado con profesionales del sector y haber logrado un acuerdo total en la familia. Es útil escuchar los consejos de un veterinario, que aportará información acerca del cachorro, de las enfermedades más frecuentes de la raza

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