No Hagas Soñar A Tu Maestro. Stephen Goldin
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“¡Dios Bendito!”. Los ojos de la Sra. Rondel parecían emitir fuego cuando miraba a Wayne. “Esclavo o Satanás, tentando a hombres hacia el camino de la justicia con tu inmundicia y tu lujuria. Pero llegará el Día del Juicio Final, y será un día de castigo divino. Las entrañas de la tierra se abrirán y se tragarán los pecadores como tú. ¿Cómo disfrutarás de tu lujuria, cuando estés regodeando en el fuego y asfixiándote por el olor de azufre? Cuidado con el veredicto de Nuestro Señor, cuidado con el castigo para los pecadores. Jesús olvida, pero tienes que acudir a Él y confesar tus pecador. Debes suplicarle de rodillas”
“Mama” suplicó Rondel “él es nuestro invitado.”
La Sra. Rondel no le hizo caso. “Reza por tu alma, o prepárate para arder hasta la eternidad.”
Wayne permaneció de pie sin decir nada ante tanta hostilidad desenfrenada, sin saber como reaccionar. Estaba en conmoción, avergonzado y asustado, todo a la vez. Mientras aquella anciana seguía despotricando, Rondel tomó a Wayne por el brazo y lo llevó hasta el salón. Apenas la Sra. Rondel se dio cuenta que se habían ido. Estaba encendida de rabia, y la mera ausencia de un objetivo no la haría detenerse.
“Lo siento mucho, de verdad” dijo Rondel “a veces ocurren estas cosas con ella. Su cabeza ya no es lo que era.”
Wayne tomó aire un par de veces para recuperarse. “Pensé que habías dicho que vine a tu casa porque le ocurría algo malo.”
Rondel se encogió de hombre. “Falsa alarma, supongo. A veces sucede. A su edad, y en su estado, no quiero cometer errores. Mira, ¿puedo ofrecerte una taza de café?”
Tan sólo el recuerdo del olor de su cocina le hizo casi perder el conocimiento, y el estómago de Wayne hizo un rápido giro de ciento ochenta grados. “Eh, no, gracias. Realmente tengo que regresar a casa.”
“Deja al menos que busque el libro para ti.”
“¡No!” dijo, algo a desgana, forzando que las siguientes palabras las dijera más calmadamente. “No hay ningún problema, de verdad. Puedes traerlo a la reunión de equipo. Estaré allí.”
“Solamente me llevará un par de minutos”
“Lo siento, yo... tengo que irme.” Sin más dilación, Wayne tomó el camino de vuelta desde aquella habitación hasta la puerta principal. Bajo las escaleras del porche aliviado por alejarse de la case de Rondel.
Entró a su coche, pero antes se apoyó en él durante unos minutos, aguantando la respiración para tomar con fuerza un poco de aire frío de aquella noche. Le tomó unos instantes hacer que su mano dejara de temblar y poder coger las llaves de su bolsillo. Aunque salió rápidamente, pudo seguir escuchando la voz estridente de la Sra. Rondel hablando largo y tendido con su sermón en aquella extraña noche.
Capítulo 5
Wayne nunca había considerado a su apartamento como un lugar al que nadie podía interesarle, pero apareció en la páginas de la House Beautiful tras la visita a la casa de Rondel. El apartamento de Wayne tenía un dormitorio amueblado decorado al estilo California, por lo que aquella recomendación resultó algo bueno. Las paredes estaban limpias y blancas, y los muebles eran baratos por útiles. Lo que más le sorprendió fue cuando entró, encendió la luz y todo estaba limpio y libre de malos olores. Wayne no limpiaba a consciencia, había polvo en las estanterías, pero al menos todo estaba en su lugar y nadie la daba grima.
A veces necesitas tener una experiencia mala para apreciar lo que tienes, pensó Wayne mientras miraba a su alrededor.
Sin embargo, el nivel de esterilidad de su apartamento le molestaba. En tanto que era crítico, debería haber ampliado su nivel de crítica hasta su propio estilo de vida. A parte del televisor y un par de cuadros que colgaban de aquellas brillantes paredes, había pocas cosas que pudieran calmarlo. Hizo un inventario, y terminó por deprimirse más. En la cocina tenía sus platos y utensilios, un horno tostador y un ordenador en la mesa. En el dormitorio estaba su Casco del Sueño y un armario lleno de ropa. Todas sus cosas y su librería siempre en aumento de libros de referencia —muchos de los cuales los guardaba en el estudio— eran las únicas cosas que no venían con el apartamento amueblado.
Cuando se puso a pensar en ello, se dio cuenta que la mayoría de los Soñadores que conocía no eran gente materialista. Lo mejor que podía decir de ellos era que sufrían la realidad. Sus vidas reales residían en los Sueños. El mundo tan sólo era una dirección donde satisfacían sus necesidades corporales. Todo lo que les importaba vivía dentro de sus cabezas, y se proyectaba desde sus Cascos del Sueño hacia la gente.
Wayne se preguntó si aquella era la manera por la cual Rondel lograba sobrevivir con su madre en aquella casa, aceptando que se trataba de algo temporal, y ser sufrido con dignidad y en silencio hasta que pudiera huir hacia sus Sueños.
Después de todo, ¿eran los Soñadores peor que cualquier otra persona? Los otros, miembros de una masa social sin rostro servidos como público por las noche, no tenían ni la imaginación para crear sus propios Sueños. Vivían sus vidas en trabajos que en el fondo odiaban, y su única válvula de escape era sintonizar con aquellos Sueños creados por otros. Los Soñadores al menos tenían la independencia de poder existir sintiéndose liberados de las cadenas en aquel mundanal mundo.
Era una racionalización familiar. Había escuchado aquellos mismos argumentos elitistas, o variaciones de ellos, cada vez que los Soñadores se juntaban para hablar de sus vidas. ¿Aquello era la realidad, o era nada más que palabras dichas por cada uno para tapar sus propias inseguridades? Parecía algo valiente en fiestas de los salones en los estudios de los Sueños, pero Wayne se preguntaba si aquellos mismos Soñadores habían tenido nunca unos momentos de soledad nocturna.
Todo era diferente cuando estaba Marsha. La vida tenía un propósito, o al menos parecía tenerlo. Si Wayne tenía algunas dudas sobre la validez de su vida y trabajo, era más fácil enterrarlas bajo la superficie de una relación emocional. Estar saliendo con Marsha lo habría blindado de las verdades duras sobre él mismo.
Pero para Marsha todo era diferente. No había nada en todo el mundo más arraigado a la realidad que Marsha Framingham. Su atracción inicial parecía haber aprobado su dispar ser, pero el año viviendo juntos mostró que una pareja como aquella necesitaba algún punto en común para permitir que la relación creciera. Marsha tenía poco conocimiento, o simpatía, hacía las necesidades artísticas de él, y sus horas laborales como Soñador le fue quitando tiempo en común.
Seis meses atrás, en un intento desesperado para mantener la relación, Wayne cometió un acto imperdonable. Le pidió a Marsha que se casara con él.
Ella se lo quedó mirando durante un rato antes de contestarle. “No” dijo ella “en nuestra situación, no funcionaría nunca, y nunca aceptarás ningún cambio.”
“Probemos.”
“Deberías dejar los Sueños.”
Se separaron una semana después. Fue algo amigable, al igual que muchas otras cosas más. Quedaron en ser amigos, pero con tan poco en común, sus caminos raramente se cruzaban. Lo último que supo Wayne de Marsha es que estaba saliendo con un corredor de bolsa y que nunca llegó a ser feliz.
Wayne se preguntó si aquello era una de las cosas que hizo encapricharse tan fuerte con Janet Meyers. Físicamente, ella y