Creación Y Evolución. Guido Pagliarino

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Creación Y Evolución - Guido Pagliarino

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está sometido a críticas y puntualizaciones, no solo por parte de creyentes, sino también en ciertos entornos neodarwinistas. En síntesis, son las siguientes:

      El modelo darwinista no puede explicar fenómenos como las grandes mutaciones inesperadas y los eventos catastróficos de extinción, como el famoso de los dinosaurios, lo que contrasta con la teoría de la evolución gradual; los plazos necesarios para imponerse las nuevas especies serían demasiado largos si las mutaciones fueran lentas y naturales; el darwinismo clásico no explica el papel de las mutaciones neutrales, constituyendo estas por otro lado la mayoría de las propias mutaciones; no contempla las indudables distintas formas de cooperación entre seres vivientes, que contradicen la imagen de un mundo guiado solo por la lucha por la supervivencia; Darwin tampoco aclara el mecanismo de herencia de las características adquiridas.

       Neodarwinismo y nuevas fronteras

       Hace tiempo que las nuevas fronteras de la genética, en particular el descubrimiento del ADN18 y los estudios consiguientes, materia que desconocían Darwin y las primeras generaciones de sus seguidores, han llevado a los neodarwinistas, siempre bajo la hipótesis casualista, a estudios de microbiología dirigidos a corroborar la idea de la mutación y, por tanto, de la teoría evolucionista Se ha formulado la llamada teoría sintética que considera a las fuentes de la selección natural, en primer lugar, mutaciones casuales genéticas mínimas del ADN, llamadas microevoluciones, que a lo largo del tiempo, bajo la influencia única de la selección natural darwiniana, realizan macroevoluciones sumándose unas a otras.

       Por otro lado, en el entorno creyente, evolucionista o no, se evidencia que los seres humanos no podemos ser reconducidos a ninguna otra especie considerando los ADN relativos, ni mucho menos a animales en los que este se aproxima mucho al nuestro. En particular se advierte que hay un abismo entre nosotros, los seres humanos, y el animal menos lejano, el bonobo, es decir, chimpancé enano, aunque la secuencia del ADN de ambas especies sea casi igual. Se ha realizado la llamada secuenciación19 del ADN del bonobo y se ha descubierto que las secuencias de su genoma, que comprende la información genética del organismo, es decir, todo su material genético, son como las humanas en un 98,4%, pero sin embargo ese 1,6% de diferencia se corresponde con unos 35 millones de nucleótidos de los cerca de 35.000 millones que comprende. Hay otras diferencias relativas a las llamadas duplicaciones, inversiones, inserciones, deleciones, que reducen la semejanza a cerca del 96%, y según los científicos que han realizado esta investigación, se trata de diferencias muy significativas.20 Dicen que además hay diversidad en las cadenas de aminoácidos de las proteínas, disconformidades estructurales en la hemoglobina y otras cosas que el profano no puede entender, pero son elocuentes para los especialistas. Todas estas diferencias hacen en resumen al humano su ser sustancialmente distinto de la Chita de Tarzán, de los chimpancés en definitiva. Por otro lado, los seres humanos no podemos ser reconducidos ni siquiera a los exponentes de especies Homo sapiens distintas de la nuestra del Homo sapiens sapiens, es decir, del hombre que no solo sabe, sino que sabe que sabe porque su mente es el resultado de un vertiginoso salto vertical cualitativo, siempre considerando los relativos ADN. El científico evolucionista Guido Barbujani, profesor de genética en la Universidad de Ferrara ha afirmado21 que «el estudio de los fósiles demuestra que es una historia que comienza en África, tal vez hace seis millones de años, cuando se separaron los destinos de dos grupos de simios, que con el tiempo evolucionarían hacia dos especies modernas, el chimpancé y el hombre. Desde entonces han aparecido diversas formas humanas diferentes, de las cuales solo ha sobrevivida una, la nuestra. (…) Hace cien mil años, las personas como nosotros solo existían en África Oriental. Pero también en Europa vivían seres humanos, ya que tenían un esqueleto y una cultura, aunque distinta de la nuestra: los neandertales. Y en Asia había otras dos formas humanas. (…) Hoy, al menos en lo que respecta a los neandertales, sabemos que su ADN era distinto del nuestro, tan distinto que no pueden haber sido nuestros antepasados: se extinguieron con nuestra llegada desde África».

      Ceo que al hablar de otras dos formas humanas existentes en Asia, Guido Barbujani se refería al Homo sapiens heidelbergensis y al Homo floresiensis. El Homo sapiens heidelbergensis (hace entre 600.000 y 100.000 años), cuyos primeros restos se encontraron cerca de Heidelberg, en Baden-Württemberg, y posteriormente en Asia y África, tenía una capacidad craneal en torno a los 1.600 cm3 y, según los antropólogos, no es improbable que haya sido el progenitor en Europa del Homo sapiens neanderthalensis en el mismo momento que en África estaba evolucionando ese Homo sapiens que iba a convertirse, en un salto vertiginoso, en el Homo sapiens sapiens. El Homo floresiensis, llamado así porque fue descubierto en 2003 en la isla de Flores, al este de Bali, en Indonesia, vivió hace 18.000 años. Tenía una capacidad craneal de solo 380 cm3, pero proporcionada a su pequeña altura, inferior a la de un pigmeo. Se cree que convivió en la isla con nosotros, los sapiens sapiens. Se han encontrado utensilios de piedra junto a los yacimientos paleontológicos de esta especie, lo que ha permitido suponer que los floresiensis habían desarrollado una forma de cultura, a pesar de las pequeñas dimensiones de sus cerebros, por lo que la especie se calificaría como sapiens, y también porque sus dientes son pequeños como los del Homo sapiens, mientras que los dientes de los homínidos arcaicos son por el contrario relativamente más grandes.

      Por tanto, según los evolucionistas contemporáneos, una especie ancestral de prosimios sería la antepasada de los primates y habría originado, hace seis millones de años, además otras especies de prosimios, de las cuales algunas descienden hasta nuestro tiempo (los lémures, los tarseros y los loris, clasificados como un suborden de la categoría de los primates llamado, como el antiquísimo antepasado, de los prosimios) unos protosimios por una parte, que evolucionarían hasta el chimpancé actual, y por otra hasta un primer homínido erecto, pero todavía animal, del que descendería, mutando poco a poco (para los cristianos evolucionistas, según la teoría de una evolución a saltos, de la que hablaré en otro lugar) en las diversas ramas de la especie Homo, entre las cuales está la del Homo sapiens sapiens. Y considerando que, como se ha demostrado científicamente, el ADN de los neandertales era diferente del nuestro, igual que lo era el del chimpancé, es decir, lo suficientemente distinto como para poder entender que no había relaciones de parentesco con el Homo sapiens neardenthalensis, es verosímil que, aunque quede por verificar, también el ADN de las demás especies de Homo sapiens sea igual de diferente al nuestro.

      Un inciso: Prosimios significa antecesores de los simios y con respecto a esto no hay que confundirlos evidentemente con los protosimios, es decir, como indica la palabra, con los primeros simios propiamente dichos, de los cuales, según la teoría, luego se originaron, entre otros simios, los chimpancés. Como de los prosimios derivaron tanto los seres humanos como paralelamente los simios, decir que el hombre desciende de los simios es un error.

       El creyente podría preguntarse si toda esa variedad, a pesar del nombre científico de Homo, serían especies humanas a los ojos de Dios, si tal vez serían… Adán.

      Es un pregunta que podría interesar académicamente incluso a los no creyentes.

      Advirtamos antes que nada que el nombre bíblico Adán, ’Ādam, significa «el Hombre», el Ser Humano con mayúscula, en el sentido de la humanidad de cualquier tiempo.

      Podemos ver en primer lugar las cosas desde el punto de vista de la criatura. En lo que se refiere a la inteligencia, no solo los neandertales, organismos relativamente recientes que vivieron hace 130.000-30.000 años, sino también otras especies Homo más arcaicas ideaban y construían utensilios rudimentarios de piedra: el Homo ergaster, existente en África entre hace 1,8 millones y 300.000 años, fue el iniciador del trabajo lítico, haciendo al pedernal cortante y en forma de almendra,

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