Creación Y Evolución. Guido Pagliarino

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Creación Y Evolución - Guido Pagliarino

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el Homo sapiens neardenthalensis y posteriormente el Homo sapiens sapiens. Nos podemos preguntar: ¿aparte de la nuestra, todas esas especies tenían alguna intuición de lo divino, dado que, al menos, sepultaban a sus difuntos? ¿Lo hacían por una creencia en la supervivencia de los muertos en el más allá? No, salvo que se hallen pruebas de lo contrario: no se han encontrado testimonios históricos de ritos fúnebres en honor del fallecido, ritos que habrían podido hacer suponer la creencia en una dimensión ultraterrena. Todos sepultaban los restos, probablemente para evitar las miasmas cadavéricas. Los primeros testimonios de ritos religiosos (y también de formas artísticas) de la especie Homo se sitúan en edades recientes, en un periodo de hace 40.000-30.000 años y solo son del Homo sapiens sapiens. De hecho es indispensable un orden social complejo, un lenguaje y un sentido moral que, por lo que nos hacen pensar todos los hallazgos, son típicos solo de nosotros, los seres humanos y no de los homínidos más arcaicos ni tampoco del menos antiguo Homo sapiens neardenthalensis, que vivió contemporáneamente con nosotrosdurante un notable periodo de tiempo.

      Con respecto al punto de vista de Dios (evidentemente aquí estamos en el ámbito creyente) no le es posible al hombre descubrir si también los ya extinguidos pertenecientes a los géneros Homo y, ante todo, los que nos son menos distantes, los neandertales, fueron criaturas a las que el Creador, aunque no les concediera una Revelación, les habría abierto la posibilidad de vivir en su Ser eterno después de la muerte: solo lo sabe Dios. Naturalmente, no le corresponde a la ciencia investigar al respecto, al no tratarse de algo experimental. El creyente sabe que nada se ha revelado en las Escrituras, como por otro lado tampoco se dice nada sobre la eventual supervivencia eterna de posibles extraterrestres, inteligentes o no, ni de las de los animales y la fe sugiere que por tanto esos posibles planes no deben concernir al devoto, ya que en los dos Testamentos Dios desveló solo lo que debía afectar a la especie Homo sapiens sapiens, de la que todo exponente, en el sentido en que se acepta la Palabra, es creado a imagen y semejanza del mismo Dios y, según el credo de los cristianos, a imagen de la segunda Persona trinitaria, el hombre-Dios Jesucristo.

       De todas maneras, mi punto de vista personal es que el Creador no habría desarrollado designios solo para el Homo sapiens sapiens, sino que habría cuidado, al menos, también de otros seres vivientes del tipo sapiens y, más allá de la Tierra, de posibles extraterrestres más o menos inteligentes.

      En cuanto a los animales, se puede señalar que el Papa Pablo VI creía, a título personal, en su supervivencia en Dios: como se reflejó en la prensa, al encontrar en público a un niño que estaba llorando por la muerte de su perro, ese pontífice le había segurado que lo volvería a ver en el Paraíso.

      Con respecto a la pregunta de si los exponentes de las otras especies Homo fueron también los adanes, se puede ver más adelante la sección «Pío XII, monogenismo y poligenismo» en el capítulo 8, titulado «Pareceres de algunos de los últimos papas».

       Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829)

      De Darwin y el darwinismo pasamos al primer evolucionista, Lamarck. Luego volveremos a avanzar en el tiempo, a Russel Wallace, contemporáneo de Darwin.

      Para ser precisos, acerca de la primacía de Lamarck, recuerdo que un poco antes que él, el naturalista George Buffon, más exactamente Georges-Louis Leclerc, conde Buffon (1707-1788), había tenido una cierta intuición evolucionista, aunque sin embargo sin haber desarrollado una teoría: era un experto en anatomía comparada y, como había escrito en su obra en 36 tomos L'Histoire naturelle, générale et particulière, publicada entre los años 1749 y 1789, en parte por tanto después de su muerte, había apreciado semejanzas entre el hombre y los simios y había supuesto una posible genealogía común.

       Después de un periodo de carrera militar, el francés Jean-Baptiste Lamarck se había dedicado al estudio de las ciencias naturales, siguiendo una visión filosófica de la naturaleza inspirada por el materialismo ilustrado. Hasta él se pensaba que las especies fueron creadas así como se presentaban, sin ninguna mutación. El mismo gran clasificador sueco de los organismos botánicos y zoológicos Carl Nilsson Linnaeus, conocido sencillamente como Linneo (1707-1778), había sido fijista, aunque hacia el final de su vida había supuesto que podían surgir nuevas especies por hibridación entre similares, pero la idea de hibridación no puede considerarse evolucionista. Para Lamarck, la materia no estaba constituida por elementos estables y definitivos como se suponía, sino que era mutable. Partiendo de la observación de los invertebrados, había concebido la transformación de las especies vivientes a lo largo del tiempo, causada por los requerimiento del entorno y su capacidad de adaptación: había desarrollado la hipótesis de que en todos los organismos biológico habría un impulso interno hacia la mutación, tendente a la perfección, la cual, debido a los fenómenos que él llamaba «el uso y desuso de las partes» y «la hereditariedad de las características adquiridas», los hacía cada vez más complejos en el curso de las generaciones. Así que había llevado a la biología al evolucionismo, según una idea dinámica de la historia natural. Había expresado sus teorías en la obra Filosofía zoológica en 1809. Lamarck fue también quien inventó el término «biología», que había incluido en la gran Enciclopedia ilustrada francesa, en cuya redacción había sustituido a D'Alembert.22

      Su teoría fue seguida con atención en el entorno de la biología hasta los años 20 del siglo XX. Posteriormente el lamarckismo fue criticado, primero por solo una parte de los científicos y luego de manera generalizada, tanto a causa de la afirmación de Lamarck de que la tendencia a la mutación estaba ínsita en los seres vivientes, algo que por entonces era algo presunto y nunca demostrado, como sobre todo por el hecho de que las características adquiridas durante la existencia no parecían ni parecen transmisibles a los descendientes, ya que dichas características se memorizan en las células somáticas y no en las germinales. Por ejemplo, una persona que se vuelva obesa no transmitiría naturalmente su adiposidad a los descendientes, salvo que los sobrealimentara en los primeros meses y años y los hiciera obesos para todo el resto de sus vidas, pero en ese caso no se trataría de un hecho congénito, sino cultural (evidentemente de mala cultura).

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