Atropos. Federico Betti

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Atropos - Federico Betti

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el timbre sin que respondiesen, esperaron algunos minutos y no consiguieron entrar en el edificio hasta que llegó una señora anciana que volvía de dar un paseo con el perro.

      â€œÂ¿Podemos entrar, señora?”, preguntó Zamagni.

      â€œNo se permiten los vendedores ambulantes, lo siento. Así que, si sois de esos, podéis ahorraros el esfuerzo e ir a otro sitio.”

      â€œEstamos buscando al señor Carnevali. ¿Lo conoce?”

      â€œÂ¿Quién lo busca?”, quería saber la señora, probablemente reacia a relacionarse con los desconocidos.

      â€œNecesitamos hablar con él. No es nuestra intención molestarle ni hacerle daño,” explicó el inspector mostrando su identificación.

      â€œÂ¡Madre de Dios…!”, fue la reacción de la anciana. “¿Qué desaguisado ha hecho el muchacho? Parece una buena persona.”

      â€œNo se preocupe,” la tranquilizó el agente Finocchi, “sólo queremos hablar con él.”

      â€œDe todas formas creo que a esta hora está trabajando”, explicó la señora.

      â€œÂ¿Cuándo lo podríamos encontrar? ¿Sabe a qué hora volverá?”

      â€œA no ser que tenga algún compromiso personal después del trabajo, por lo general me lo encuentro entre las 18 y las 18:15 todos los días de la semana. Salgo con Toby para el paseo de la tarde y, cuando vuelvo, él está aparcando o subiendo las escaleras.”

      â€œÂ¿Sabría decirme qué automóvil tiene el señor Carnevali?”

      No entendía de esas cosas, explicó la señora, porque no era una experta en automóviles. Los únicos medios de transporte que conocía bien eran los autobuses, que los usaba para ir desde casa hasta el centro de la ciudad el domingo después de comer.

      â€œSe lo agradezco igualmente, señora,” dijo Zamagni, “Volveremos por aquí esta tarde.”

      Los dos se despidieron de la señora y de Toby, que no la habría seguido a no ser que cualquiera de los dos lo hubiese acariciado, y regresaron al auto en que habían llegado.

      No tenía ningún sentido esperar tantas horas la llegada de Paolo Carnevali, así que decidieron que irían a la Comisaría de Policía y Zamagni aprovecharía para escuchar las posibles novedades de la Científica y del patólogo al que se le había encargado la autopsia.

      Sus padres estaban realmente felices con él, lo veían contento, y se mostraban orgullosos incluso con los parientes y los amigos de la familia.

      Además de ir al colegio, hace algo útil y remunerativo, aunque fuese poco lo que podía reunir.

      No era mucho, pero para un chaval que estudia siempre es mejor que nada.

      Era así como hablaban sobre el trabajillo que había encontrado su hijo.

      No es el único, de esta forma ha conocido otros chavales de su edad con quienes, a veces, sale a pasear, se encuentran en los jardines Margherita o en la Plaza Mayor el sábado después de comer, se divierten, y a veces se va a cenar fuera con ellos.

      Con el poco dinero que gana se lo puede permitir sin que nosotros le demos ni un euro.

      Era un trabajo fácil, se trataba sólo de repartir publicidad. ¿Quién no sabría hacer un trabajo semejante? Sólo hacía falta distribuir los panfletos publicitarios por todas partes. En los edificios, en los lugares públicos o en la calle, y nada más. No le pedían nada más, ninguna obligación.

      Fácil, tan fácil como beber un vaso de agua.

      Y era aquello lo que hacía cada día después de comer, una hora o al máximo dos al día, sólo en los días entre semana, después de haber ido a la escuela y haber terminado los deberes. El fin de semana reposaba, se divertía y gastaría una parte mínima del dinero ganado: como muchacho diligente que era, había llegado a un acuerdo con sus padres para que se quedasen la mitad; ahora que tenía la posibilidad, quería contribuir en lo que podía con los gastos de la casa.

      Continuaba de esta manera con su trabajo, con la típica frivolidad de su edad, sin preguntarse ni siquiera qué clase de publicidad era.

      4

      La tarde del mismo día, a las 18:30, el inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron a vía Cracovia para hablar con Paolo Carnevali.

      Tocaron el timbre y después de algunos minutos entraron en su apartamento.

      â€œMe han avisado hace un rato de vuestra llegada,” explicó el hombre. “Os estaba esperando. Poneos cómodos en la sala.”

      Se sentaron a una mesa rectangular de medianas dimensiones y, después de las presentaciones, Zamagni comenzó a hablar.

      â€œNos debe perdonar por la hora. No sé si está habituado a cenar pronto, de todas formas no tardaremos mucho.”

      â€œNo se deben preocupar,” respondió Carnevali. “Ante todo me gustaría saber el motivo de vuestra visita.”

      â€œQuerríamos que nos hablase de Lucia Mistroni.”

      â€œÂ¿Qué ha hecho? ¿Le ha sucedido algo?”

      Parecía que no supiese nada de lo que le había ocurrido a su ex novia o, si lo sabía, lo escondía muy bien.

      â€œEsta mañana su madre la ha encontrado muerta en su piso.”

      Paolo Carnevali cerró los ojos durante un momento, a continuación los abrió y dijo: “Lo siento muchísimo. ¿Cómo ha sucedido? ¿Habéis ya descubierto algo? Imagino que, si estáis aquí, es demasiado pronto para saber el nombre del culpable.’”

      â€œTodavía estamos trabajando en ello,” explicó Zamagni, “Por el momento sabemos que la madre fue a casa de la hija y, no recibiendo ninguna respuesta, volvió a su casa a coger su copia de las llaves. Cuando ha abierto la puerta del piso Lucia Mistroni estaba tendida en el suelo.”

      A menos, por el momento, no dijo nada sobre las llamadas amenazantes.

      â€œEspero que podáis encontrar pronto al culpable. ¿Por qué habéis venido a hablar conmigo? No veía a Lucia desde que nos habíamos separado, algunos meses atrás.”

      â€œDebemos seguir todas las pistas y la del ex novio es una de ellas.”

      â€œComo os he dicho, yo no sé nada. No veía a Lucía desde hace meses.”

      â€œSabemos que en los últimos tiempos os peleabais a menudo,” dijo el inspector.

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