Atropos. Federico Betti
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Hubo una pequeña pausa, durante la cual Paolo meditó antes de responder: âPodrÃamos decir que cualquier pretexto era bueno para comenzar una acalorada discusión entre nosotros. La relación, por alguna razón, habÃa tomado este camino en los últimos meses. Peleábamos incluso por las cosas más tontas.â
El agente Finocchi estaba tomando apuntes, anotando la más mÃnima cosa.
âComprendo,â dijo el inspector. âParece ser que la señorita Mistroni, desde hacÃa un tiempo, recibÃa llamadas telefónicas amenazantes. ¿Tiene idea de quién pudiese hacerlas? Que usted sepa, ¿conoce a alguien capaz de llegar tan lejos? Alguien que conociese a Lucia y con el que hubiese ocurrido algo particularmente desagradable.â
âNo puedo ayudarles, lo siento.â
Al parecer, del señor Carnevali no iban a obtener nada, al menos por el momento.
âMuy bien. En el caso de que recordase alguna cosa con respecto a la señorita Mistroni, llámenos y pregunte por mÃ.â
El hombre asintió.
âAh, una última cosa,â dijo el inspector Zamagni despidiéndose antes de descender las escaleras, âPermanezca disponible.â
5
â¿Puedo pagar con la tarjeta de crédito?â, preguntó la mujer.
âPor supuesto,â le contestó la empleada del gimnasio.
âPerfecto. ¿Qué documento debo rellenar para inscribirme?â
âAquà lo tiene. Rellene todos las secciones y, si tiene alguna duda, no dude en preguntar,â le recomendó la rubia que estaba detrás del mostrador. âEscriba en letras mayúsculas.â
La otra mujer asintió y cogió el bolÃgrafo que encontró atado a un cordoncillo.
â¿Mariolina Spaggesi? ¿Es correcto?â peguntó la empleada.
âSÃ.â
â¿Y vive en vÃa San Vitale número 12, verdad?â
âExacto.â
âBien. Yo dirÃa que todo es perfectamente legible.â
A continuación le dio un folio en el que estaba especificado el reglamento del gimnasio.
Mariolina Spaggesi lo plegó, lo metió en el bolso y, saliendo, se despidió de la otra mujer, para después tomar el camino hacia su casa.
No veÃa la hora de comenzar: desde hacÃa tiempo se habÃa prometido a si misma asistir a un gimnasio, por libre, sin obligaciones de horarios, y finalmente aquel dÃa habÃa tomado la decisión de pararse.
Pasaba delante de él casi todos los dÃas porque estaba en el trayecto que unÃa su casa con su puesto de trabajo y a menudo preferÃa dar un paseo antes que utilizar los medios de transporte públicos. Los consideraba focos de virus gripales y, en el fondo, caminar, como le habÃan dicho, era beneficioso para la salud.
Aquella tarde llegó a casa y, después de haber cogido el correo y haber tomado una cena rápida con una pizza entregada a domicilio, se fue a dormir a las 21 horas: estaba cansadÃsima, debido a la pesada jornada laboral, y se quedó dormida al instante.
Fue a la mañana siguiente, durante el desayuno, cuando comprobó el correo que la noche anterior tan sólo habÃa dejado encima de la mesita de la sala de estar.
Algunos folletos publicitarios, una postal enviada por una amiga que estaba de vacaciones en el norte de Europa y un sobre blanco donde estaba escrito X MARIOLINA SPAGGESI y la dirección, escrito todo en letras mayúsculas.
No sabÃa quién era el remitente, porque evidentemente no habÃa querido que se supiese o porque, quizás, se daba a conocer en el interior del sobre mismo, o por cualquier otro motivo que Mariolina ignoraba.
Apoyó la taza de café con leche sobre la mesita y abrió el sobre, con mucha curiosidad por saber cuál podÃa ser el contenido.
Era muy ligero y, aparentemente, parecÃa que no contuviese nada.
En realidad, habÃa algo en su interior, y precisamente una tarjeta de visita. El texto decÃa:
MASSIMO TROVAIOLI
Direttore Marketing
Tecno Italia S.r.l.
Al final de la tarjeta de visita habÃa escrito un número de teléfono de empresa, de un teléfono móvil, también de empresa, y una dirección de correo electrónico personal.
Con las manos temblorosas, a Mariolina le cayó el sobre al suelo y la tarjeta de visita revoloteó durante un momento antes de caer también. Releyó una segunda vez todo, después de lo cual se debió sentar para intentar comprender qué estaba sucediendo.
6
Los resultaos de los análisis de la PolicÃa CientÃfica del piso de Lucia Mistroni y de la autopsia de su cuerpo llegaron bastante rápido y casi con el mismo tiempo de espera.
En la casa de la muchacha no se encontró, aparentemente, nada particularmente interesante, al menos en un primer momento.
Dejemos los precintos hasta que concluya esta historia, habÃa especificado Zamagni, porque sabÃa que la contaminación de la escena de un crimen habrÃa podido probablemente confundir las investigaciones y retardar la resolución. Además, podrÃan necesitar volver a aquel piso para posteriores comprobaciones.
El piso parecÃa completamente ordenado, sin nada que estuviese fuera de lugar. Esto podÃa significar que el culpable de aquel crimen no buscaba nada preciso cuando habÃa ido a casa de Lucia.
Y, además, la cerradura de la puerta de entrada estaba bien, sin trazas de haber sido forzada.
Por lo tanto, probablemente Lucia Mistroni conocÃa a su asesino.
La autopsia no habÃa sacado a la luz ninguna señal de resistencia. La mujer se habÃa golpeado la cabeza, quizás de forma letal y, en consecuencia, habÃa caÃdo al suelo.
âLo que tenemos hasta el momento no nos lleva a ninguna parte,â dijo el inspector Zamagni mientras hablaba con el capitán Luzzi en su oficina.
âPropongo buscar mejor entre sus parientes, sus amigos y conocidosâ dijo el capitán. âPor lo menos conseguiremos obtener un poco más de información sobre la muchacha.â
âEstoy