Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino
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Veamos la estela... bien, no se expande fuera del viñedo. Cierro la bomba. Subo el morro, giramos. Junto a ese poste, ahora abro la bomba de nuevo. La velocidad es correcta. Más potencia, ahora otra vez hacia abajo. Las temperaturas son correctas; todavÃa tengo gasolina para media hora.
A lo mejor doy un salto a casa de mis padres. O dos dÃas en Recco, o Camogli. Se tarda media hora con el coche. Pero ¿con quién? No quiero problemas. Me gustarÃa algo relajante.
Cierro la bomba. Giro. Controlo la estela. Retomo desde allÃ. Más potencia. Bomba. Revoluciones del motor, cuidado.
PodrÃa pedÃrselo a la chica del estanco. Creo que no tiene novio y siempre me sonrÃe cuando voy a comprar los cigarrillos.
Cuidado con la barra de la derecha. ¿Paso, con ese poste? Asà está bien. Al fondo veo el cable del teléfono. Tengo que recordarlo.
Tendrá veinticinco años. Un poco joven, pero no lo suficiente como para no saber qué significa pasar dos dÃas en el mar. Hoy iré a comprar dos paquetes. Entraré solo si no hay nadie y le preguntaré si quiere ir a Camogli conmigo. Nos vamos el sábado después de comer y volvemos el domingo después de cenar. No está mal. Seré claro, una cosa entre amigos. Sin complicaciones amorosas. Solo sexo sano.
Cuidado con el árbol. Más potencia... ¡Mierda! He tocado. Vibra un montón. Empieza a dar vueltas. Pedal. No funciona... he tocado con el rotor de cola. Menos potencia. Hay un espacio abierto. Abre la válvula, empina al máximo. Velocidad cero. Las revoluciones... las revoluciones. ¡Dios mÃo, qué pocas! Nivela la posición. Las revoluciones... cae demasiado rápido. Sobre el prado. Se ha hundido el asiento.
Las palas del rotor han golpeado el suelo. Salgo disparado.
Cuidado con la cabeza. Debo mantener la tensión muscular. Los mandos tienen sacudidas. Se me escapan de las manos. Un trozo de una pala se ha empotrado en el árbol. El motor sigue en marcha. Menos mal que he bajado las revoluciones. No consigo atrapar los mandos. Me estoy cayendo, pero por mi lado.
Qué golpe.
El motor se ha parado. Esperemos que no se incendie. Qué silencio.
¿Qué es esta agua? Es el producto que entra en la cabina. No puedo moverme. Espero no haberme roto la columna.
Dudaba de cómo reaccionar. Venciendo sus miedos, se dirigió hacia la puerta de la cocina que daba directamente a la amplia veranda que se asomaba al jardÃn. Se acordó de la tarta: no podÃa quemarse bajo ningún concepto, sea lo que fuere que habÃa pasado. Volvió al horno, lo apagó y salió.
Rodeado de rosales variados y de manchas de las mil flores multicolores de las plantas de la huerta, de los árboles frutales y de los ornamentales, habÃa un amasijo informe de piezas metálicas humeantes: era un helicóptero, roto y abollado, en medio del amplio jardÃn de la villa.
La nave estaba volcada hacia un lado, con un patÃn levantado hacia el cielo, como la pata de un pájaro vÃctima de un cazador.
De la amplia fisura de un depósito se escapaba un lÃquido azul que se vertÃa en el interior de la cabina, sobre las partes metálicas y también sobre el motor todavÃa caliente, produciendo una columna de vapor sibilante. El derrame llegaba hasta la hierba del jardÃn, donde se habÃa formado un charco alimentado también por el contenido de otro depósito, aplastado entre el helicóptero y el terreno. Las palas del rotor estaban arrancadas y esparcidas por el jardÃn, y la cola estaba rota y plantada en la tierra como para sujetar la estructura.
Carlotta se acordó del helicóptero que trabajaba los veranos para los viticultores de aquellas colinas del Oltrepò Pavese, esparciendo el pesticida que protegÃa los cultivos de los ataques de mildiu. Más o menos una vez por semana lo oÃa volar sobre los viñedos que cubrÃan las colinas alrededor de su casa. Se dio cuenta de que no veÃa al piloto.
Esperemos que no se haya hecho daño.
Estaba intentado decidir si debÃa acercarse cuando el rugido de un motor atrajo su atención. Un Fiat Ritmo blanco frenó bruscamente delante de la verja de acceso a su casa, produciendo, al derrapar sobre el camino blanco, una nube de polvo. Del coche salieron tres personas que, después de trepar el pequeño muro y el seto de laurel, corrieron hacia el helicóptero. Carlotta los vio pasar por delante de ella sin que ninguno diera indicios de haber notado su presencia.
â¡Edoardo! Edoardo, ¿estás bien? âgritó, nerviosÃsimo, el hombre más anciano de los tres, mientras corrÃa hacia el helicóptero.
âEspera, Maurizio. Espera antes de acercarte, podrÃa haber riesgo de incendio âle previno el segundo hombre, más joven, que iba corriendo detrás de él llevando un extintor portátil. TenÃa una expresión serÃsima y parecÃa muy preocupado.
El tercero, un chico atlético con el pelo castaño claro bastante largo y unos ojos azules brillantes, se paró antes, más cerca de Carlotta, como si no tuviera el valor de acercarse más a la escena del siniestro. Carlotta notó que, a parte del hombre más anciano, vestido con el estilo de los agricultores cuando están de faena, con pantalones amplios y camisa de cuadros arremangada, los otros llevaban unos monos de color azul con grandes bolsillos.
âBuenos dÃas. âCarlotta saludó al joven para llamar su atención.
El chico se dio la vuelta y la miró, como si se hubiera dado cuenta de su presencia solo en ese momento.
âBuenos dÃas, señora. Perdóneme, pero no la habÃa visto.
âMe he dado cuenta. Soy Carlotta Bianchi y este es mi jardÃn. Sois del helicóptero, me imagino.
âSÃ, sÃ. Hemos venido por el accidente ârespondió precipitadamente el joven, volviendo a mirar el helicóptero con los ojos desorbitados.
âEdoardo. Respóndeme, ¿cómo estás? âseguÃa llamando con voz fuerte el primer hombre, mientras intentaba meterse bajo la mole de metal, pringándose en el charco azul que se habÃa formado bajo y alrededor del helicóptero.
âJoder. Sacadme de aquÃ. ¡Me estoy ahogando en el producto! âpidió con vehemencia el piloto, que permanecÃa atrapado bajo la nave volcada.
âGracias al cielo está vivo. Diego, ven y empuja la cabina. Tienes que conseguir levantarla unos diez centÃmetros mientras Carlo y yo intentamos extraer a Edoardo âdijo el hombre más anciano.
âVale. Voy ârespondió el chico, haciendo un gesto a Carlotta, como pidiéndole permiso para alejarse.
âEdoardo, ¿puedes mover las piernas? Inténtalo con cuidado, y si sientes dolor no fuerces el movimiento âdijo Maurizio, que habÃa tomado la dirección de las operaciones con autoridad.
âPuedo, e incluso lo harÃa mejor si no tuviese esta mole de chatarra encima. Sacadme de aquÃ