Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino
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âGracias âdijo Edoardoâ. Siempre te anticipas a los problemas.
Mientras tanto, los dos carabineros habÃan bajado del coche y se habÃan acercado a ellos.
âBuenas tardes, mariscal, buenas tardes, cadete âdijo Maurizio.
El mariscal, una persona de media edad, bastante alto y con un fÃsico vigoroso que le conferÃa una fuerte presencia, respondió al saludo llevando su mano a la visera. También el cadete saludó con estilo militar.
âPresento yo que os conozco a todos âvolvió a decir Maurizioâ. El mariscal Adinolfi, comandante del cuartel de Casteggio, y el cadete Scafato. âDespués, señalando a sus compañerosâ: Ãl es Edoardo Respighi, el piloto. Como se ve por su mono de vuelo a medida.
El chiste provocó la risa de todos. Edoardo, que llevaba todavÃa el albornoz dos tallas más pequeño, recogió la ropa y se alejó unos metros, poniéndose de espaldas, para ponerse la ropa interior y el mono que le habÃa traÃdo Carlo.
âMe cambio enseguida, antes de que os divirtáis todos más de la cuenta âdijo.
âEse tan serio es Carlo Rossi âcontinuó Maurizioâ. El mecánico del helicóptero, y él es Diego Monferrino, un piloto joven que nos está ayudando. Todos saludaron con las tÃpicas expresiones.
â¿Me confirma que solo habÃa una persona a bordo y que nadie ha resultado herido? âpreguntó el mariscal a Edoardo, que ya se habÃa vestido. Lo único, seguÃa llevando las sandalias.
âNadie, mariscal. Solo estaba yo y estoy perfectamente.
â¿Puede darme todos los datos del helicóptero: propietario, empresa e información del personal? Me refiero a ahora, al momento del accidente.
âYo se lo doy, mariscal âintervino Carloâ. Tengo todo en el coche. Estamos esperando a los ingenieros de Aviación Civil, que deberÃan llegar desde Milano Linate junto al titular de la empresa. Si lo desea, mañana le puedo entregar las copias de los documentos del helicóptero.
âGracias. Mientras tanto ayude al cadete a copiar los datos principales y después le agradeceré enormemente que me facilite las fotocopias.
El mariscal se dirigió a Edoardo de nuevo:
âUn pequeño resumen de lo que ha pasado, sin pretender imitar a los responsables de Aviación Civil, sà que tendrá que hacérmelo. Por ahora me basta que me lo cuente brevemente, pero mañana, dos lÃneas escuetas, con su firma, las necesito junto con las fotocopias de los documentos.
âMuy bien. Aunque es muy fácil explicar lo que ha pasado.
Edoardo explicó la dinámica del accidente y concluyó con:
âY ese es el resultado. âSeñaló, desconsolado, los restos del helicóptero en mitad del jardÃn.
âViendo cómo ha quedado, se puede decir que usted ha tenido mucha suerte âcomentó el mariscal.
âHoy no era mi dÃa ârespondió Edoardo, soltando una enorme nube de humo del puro, a la que prosiguió un ataque de tos.
âYa te habÃa dicho que era demasiado fuerte para ti. Eres demasiado joven âbromeó Maurizio, que le mostró cómo se daban caladas al cigarro, dejando salir el humo por la nariz sin hacerlo llegar a los pulmonesâ. Solo superficialmente; no hay que respirarlo.
âUn poco de saliva se me ha ido por el otro lado âse justificó Edoardo.
Carlotta apareció detrás de la puerta de la cocina, y se dirigió hacia ellos. Se habÃa puesto otra ropa. Ahora llevaba un vestido con un lazo delante: simple, pero de calidad. Le quedaba bien, y hacÃa resaltar su cuerpo bien proporcionado. TenÃa el pelo castaño oscuro, de longitud media, todavÃa húmedo después de la ducha, que se iba secando en suaves rizos desordenados a los lados de su rostro. Los ojos, de un bonito color chocolate, tenÃan un diseño alargado, y las cejas, bien delineadas, resaltaban su dulzura. Una nariz griega acompañaba la mirada de quien la observaba desde los ojos hasta los labios, ligeramente carnosos, que servÃan de marco a unos dientes pequeños y regulares. En los pequeños lóbulos de las orejas llevaba dos simples anillos dorados, que acompañaba con un collar del mismo estilo. Calzaba unas sandalias con una pequeña cuña que la obligaban a asumir unos andares vagamente perturbadores. Mientras bajaba los escalones de la veranda, sus caderas se movieron capturando la atención de los presentes, sin excepciones. Los hombres se preguntaron cómo habÃan hecho para no verla antes. Pensaron que se debÃa al hecho de que su atención se habÃa centrado exclusivamente en el accidente que acababa de ocurrir. En realidad, Carlotta se habÃa transformado, y habÃa sustituido a la mujer de pelo sin vitalidad, vestido estival anónimo y zapatos bajos y anchos por la versión seductora que tenÃan delante de ellos ahora.
âLa señora Bianchi es la dueña de la casa. Nos está ayudando, y soportando, con una paciencia enorme âdijo Maurizio.
âConozco a la señora; ya nos habÃamos visto en algunas ocasiones ârespondió el mariscalâ. ¿Cómo está? Veo que han intentado demoler su casa.
âLo más importante es que nadie ha resultado herido; lo demás se puede reparar ârespondió Carlotta. Después, mirando a todos, dijoâ: Les he preparado algo para comer. He oÃdo que tienen que esperar a unas personas, y he pensado que serÃa mejor hacerlo sentados en una mesa. No es nada especial, solo una merienda y algo de beber.
âYa la hemos molestado demasiado... âMaurizio intentó rechazar la invitación, con poca convicción.
âNo es ninguna molestia; es un placer. Todo está bien, podemos olvidar lo que ha pasado tomando algo. Son las tres y me da que se han saltado la comida. Me hará feliz, naturalmente, que el mariscal y el cadete se apunten.
âGracias, señora âdijeron al unÃsono los dos carabineros mencionados. El mariscal añadióâ: Aunque estamos de servicio, se agradece poder comer algo. El cuerpo de Carabineros nos perdonará este pequeño pecado.
Tras estas muestras de cortesÃa se dirigieron todos hacia la casa de buen grado.
âAquà fuera. Está todo preparado al exterior. âCarlotta señaló el lado de la construcción donde estaba, a esa hora completamente a la sombra, la veranda amplia, ligeramente elevada con respecto al césped. En su centro habÃa una mesa que ofrecÃa una gran variedad de comida y de bebidas: salami de Vanzi, coppa de Piacenza, panceta del Oltrepò, queso de producción local, pan y focaccias. No faltaban, dispuestas a lo largo de la mesa, botellas de agua, de cerveza y de vino.
âSiéntense y sÃrvanse âdijo Carlotta, que entró de nuevo en la cocina. Un poco después, volvió con una tarta de mermelada de melocotón que exhalaba