Capricho De Un Fantasma. Arlene Sabaris

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Capricho De Un Fantasma - Arlene Sabaris

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a pesar de que segundos después ya se estaba arrepintiendo de su atrevimiento.

      â€”Los viejos tiempos… ¿Y tú piensas alguna vez en esos viejos tiempos? —le preguntó él con su característico tono jocoso, pero evidentemente ávido de una respuesta.

      â€”Me parece que han pasado mil años desde que abandonamos el tren de la juventud. Es inevitable recordar con nostalgia esas noches en la avenida hablando tonterías. ¡He intentado recordar de qué hablábamos, pero no consigo hacerlo!, ¿tú lo recuerdas? —inquirió Virginia, mientras colocaba ambas manos en su barbilla y se inclinaba hacia Andrés con la curiosidad de una niña.

      â€” ¿Puedo traerles algo de beber? –interrumpió el mesero enérgicamente mientras les observaba expectante.

      â€”Una botella de vino tinto, reserva. Y, por favor, traiga la bandeja de quesos como entrada —dijo Andrés al mesero y luego agregó mirando fijamente a Virginia— ¡Como en los viejos tiempos!

      Ella se sonrojó y sus pensamientos viajaron nuevamente en el tiempo a una de esas noches juveniles, donde, bajo la luz de una luna llena habían caminado juntos en la Zona Colonial con un grupo de amigos, quizá siete en total. Uno de ellos, atrevido como ninguno, pasó una mano sobre su hombro y le preguntó en secreto: « ¿Cuándo saldrás finalmente con Andrés?»

      La tomó por sorpresa; no era algo que ella hubiera pensado responderle a él y solo le dijo: « ¿Cómo puedo responderte a ti lo que no me han preguntado ni siquiera a mí? ¿Qué te hace pensar que Andrés quiere salir conmigo?». Su amigo sonrió y dijo para sí, aunque ella pudo perfectamente: «no sé cuál de los dos está más despistado» y siguió caminando con el grupo. Eso la dejó pensando el resto de la noche y no volvió a mirar a Andrés con los mismos ojos. Habían salido muchas veces juntos, pero la multitud que siempre los acompañaba era la protagonista principal de todos sus encuentros, y no ellos. Sin embargo, esa noche comenzó a pensar seriamente si el comentario de Osvaldo había tenido algo de sentido. Esa noche las cosas comenzaron a cambiar, y por primera vez en los meses que llevaban conociéndose, pensó en Andrés con la curiosidad de quien investiga un misterio digno de Agatha Christie.

      La bandeja de quesos llegó antes que el vino y el maître abordó la mesa apresuradamente pidiendo disculpas en nombre del camarero y se llevó al pobre chico que, con rostro de confusión indescriptible, sostenía tembloroso la bandeja, mientras intentaba pedir disculpas también, aunque no sabía exactamente el motivo. Virginia no contuvo la risa y Andrés la contempló divertido, a la vez que recibía nuevamente al maître que estaba de regreso con el vino, que descorchó ceremoniosamente. Hicieron el primer brindis y unos minutos después el mundo a su alrededor parecía haber desaparecido. Ya no se escuchaba el bullicio de los jovencitos de la mesa del fondo. La bandeja de quesos de repente ya estaba en la mesa y ninguno notó cuándo la habían traído, la botella de vino llegaba a sus últimos instantes de vida y ni siquiera habían recordado ordenar la cena, estaban ensimismados el uno en el otro, hablando tan bajo que apenas entre ellos podían escucharse. En algún momento pidieron otra botella de vino y una bandeja de antipastos, siguieron hablando, riendo y brindando hasta que el camarero despistado interrumpió con la voz agónica de aquel que espera un regaño para avisarles que la cocina iba a cerrar y que si iban a ordenar algo de cenar debía ser en aquel momento. Virginia se extrañó por el comentario y levantó la vista para notar que la suya era la única mesa ocupada del restaurante y que casi todas las luces estaban apagadas. Por alguna razón habían pasado más de tres horas y no habían ordenado ni siquiera la cena. No tenían hambre y coincidieron en pedir la cuenta, mirándose con complicidad y a punto de estallar en risas, salieron minutos después del restaurante a punto de alcanzar la medianoche.

      â€”Sonia está aquí en el puerto, ¿la quieres ver? —dijo Andrés con tono galante mientras caminaban por La Marina en dirección al carrito de golf.

      â€” ¿Sonia? ¿Y por qué querría yo verla? —dijo Virginia en tono sarcástico, intentando disimular un repentino ataque de celos.

      â€” ¿No te gustan los yates? —dijo él sonriente y percibiendo, feliz, que había logrado molestarla.

      â€” ¡A veces puedes ser tan…! Argghhh! —le dijo ella, molesta cuando entendió que se refería al yate de sus padres, que se llamaba igual que su mamá: Sonia.

      â€” ¡Ja, ja! ¿Estabas celosa? —le dijo mientras la tomaba del brazo y la conducía de vuelta a La Marina, de camino al bote.

      La noche de solsticio definitivamente sería larga. La luna susurraba en el cielo un poema de amor, la música de un grupo de jazz emergía entusiasta desde uno de los yates vecinos y Andrés y Virginia caminaron juntos como tantas veces, pero solos por primera vez.

      Capítulo 6

      Aquel sueño la había despertado otra vez. Sudorosa y respirando afanosamente se puso de pie y quiso correr a la cocina pero recordó que no era su casa. «Hay agua en la jarra del escritorio», pensó, y fue a buscarla, tomó un sorbo y recuperó el aliento. Eran las tres de la madrugada.

      Recapituló la noche poco a poco y pensó que apenas haría media hora de su regreso de La Marina con Andrés. Se separaron en la puerta de su cuarto, no porque ella quisiera, pensó en ese instante, sino porque probablemente ninguno de los dos se atrevió a proponer un arreglo distinto para dormir. La habían pasado fenomenal en el yate, donde encontraron una botella de vino más y siguieron hablando de los viejos tiempos hasta que la música de jazz de la fiesta vecina se apagó y pensaron que era hora de volver. La corta distancia de La Marina a la casa hizo más fácil conducir el carrito, pero a la hora de encontrar la llave para abrir la puerta, las risas no se hicieron esperar y ambos parecían chiquillos traviesos burlándose de la situación. Virginia recordó que alguno de los dos sugirió ir a la piscina, quizás… ¡Traía puesto el traje de baño y no la pijama! Y entonces recordó que por eso se habían separado en la puerta, porque se reunirían en unos minutos en el jacuzzi. ¿Cuánto tiempo había pasado? Solo sabía que había tenido aquel sueño, por tanto, se había quedado dormida al menos unos minutos. Tomó otro sorbo de agua y aún aturdida por el vino decidió lanzar una mirada al patio para saber si él estaba allí esperándola. El traje de baño negro y de una sola pieza cruzaba en tirantes su espalda y dejaba al descubierto un escote discreto, pero escote al fin. Tomó un chal del mismo color que descansaba en la silla del escritorio, se envolvió en él y atravesó el pasillo. Lo vio saliendo de la cocina con un gran vaso de agua en la mano, su bañador azul y una toalla blanca colgada al cuello, estaba mojado, por ende había estado en el agua. Él la miró con cara de sorpresa y le dijo:

      â€”Ya iba de vuelta a la habitación, ¡pensé que te habías arrepentido de ir a la piscina!

      â€”Pues la verdad es que me quedé dormida unos minutos, pero sí que me hace falta entrar al jacuzzi y con agua muy caliente, así que vamos —dijo Virginia pensando en olvidar la desagradable sensación que le dejaba tener aquel sueño, justo cuando todo parecía haber sido olvidado.

      â€” ¿Más vino? —preguntó Andrés riendo a sabiendas de que ya habían tomado demasiado.

      â€”No es de princesas tomar de más…

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