EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA. Sergey Baksheev

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EL MISTERIO DE LA BELLEZA EXACTA - Sergey Baksheev

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La contabilidad no da satisfacciones. —

      – Te mudaste a la casa nueva? – Como sin querer se interesó Vishnevskaia, pensando en la casa recién construida por Arkhangelskaia.

      – Ahora pateo los almacenes. Arreglamos cuentas y puedo pensar en mi misma. Ya trabajo por costumbre y no por necesidad. Me gusta visitar a la gente. Si me quedo en casa, me fastidio. Todos los vecinos tienen cercas, como en Petropavlosk. Nos saludamos a través de los vidrios del automóvil. Si alguien se las echa, ni lo vemos. —

      – Piensa Tania, como podemos ayudar a Kostia? – La maestra volvió a la conversación importante. – Él es inocente, para mi es evidente. Discúlpame, pero levantarle la mano a la madre… Además, era maestra de matemáticas, y tú sabes cómo lo emocionaba todo lo relacionado con números. —

      – Demasiado lo emocionaba, anormalmente, yo diría. – con énfasis dijo Arkhangelskaia.

      – Tanechka, hablas como un fiscal malo. —

      – Y necesitamos un buen abogado. Es necesario encontrar uno bueno rápido. —

      – Si, se gasta más dinero para que le cambien una condena fuerte por una más suave? La mató porque la amaba! Qué lindo. —

      – Que sugiere usted? – Arkhangelskaia comenzó a molestarse. – Yo quiero ayudarlo. Sinceramente. Yo lo amaba.—

      Se volvió bruscamente. Buscó en la cartera algo para maquillarse. En sus largos dedos apareció un espejito y una polvera. Para darle tiempo a Tatiana de arreglarse, Valentina Ippolitovna tomó un trapo y lentamente comenzó a limpiar la mesa. – Mira Tania, Tanechka. Tú siempre fuiste muy pragmática, y calculabas quien te era más conveniente. Si eso, ahora, lo llaman amor entonces el mundo cambió fuertemente. Pero efectivamente, tú puedes ayudar a Kostia.-

      – Ahora recuerdo un detalle importante. – Dijo, de repente, la maestra e hizo una pausa significativa. Con ese truco, que ya practicaba en la escuela, ella, sin levantar la voz, sacudía hasta los compañeros más soñolientos.

      – Cuál? – Tatiana preguntó incrédula, y llevó un nuevo cigarrillo hacia el cenicero.

      – Fermat! —

      La brasa del cigarrillo tembló y cayeron cenizas a medio camino del cenicero. Y las cejas de Tania se levantaron interrogativamente.

      – Cuando se llevaron a Konstantin, el recordó el Teorema de Fermat. —

      – Fermat? – Tatiana apagó el cigarrillo y una delgada columna de humo se desvaneció en el aire. La mujer, pensativamente, la vio desaparecer.

      – Aquel Gran Teorema de Fermat? —

      – Sí. Tu sabes que Konstantin volvía a él a cada rato. —

      – Su cerebro siempre estaba ocupado en algo. Que tiene que ver en esto el teorema? —

      – Todavía no sé. Pero para todos es evidente que en el apartamento no hay cosas de valor que hubieran sido atractivas para un ladrón. Es por eso que la policía cree que fue una disputa doméstica. Según ellos homicidios parecidos no son infrecuentes entre familiares que viven en condiciones incómodas y apretados. —

      – Eso es raro, habría que ver… Y Fermat se menciona ahí? – Dijo Arkhangelskaia.

      – Algo que noté, fue que el escritorio de Konstantin estaba desordenado. Cuando entró vio algo ahí y se rio nerviosamente. —

      – Valentina Ippolitovna, de otras cosas él no sabe reírse. —

      – Después él dijo algo sobre el Teorema de Fermat y yo pensé… —

      – Que Danin encontró la demostración y el ladrón se la robó! —

      – Y por qué no? – A su vez se extrañó Vishnevskaia. – Tanechka, tu comprendes bien el valor de ese logro.

      – Sí.., el premio, la gloria… Pero ninguna de las dos cosas le interesan a Danin. —

      – Ahorita no estoy hablando de él. Siempre existieron matemáticos dispuestos hasta vender el alma para conseguir la demostración. O no? —

      – Danin no sabe medir el beneficio de sus descubrimientos. Él hubiera podido contarle al primero que se encontrara. —

      – Pero eso es importante. – Insistió la maestra. – Los últimos tiempos él no tenía interlocutores. Él se alejó de todo el mundo. —

      – Inclusive de las mujeres? – Se le aguzaron los ojos a Arkhangelskaia.

      – Eso no lo sé. —

      – Pero yo recuerdo, que él, a veces, necesitaba su descarga. Mecánica, pero muy tempestuosa. —

      – Eso no tiene nada que ver ahorita. Además… —

      Valentina Ippolitovna dudó si decirle a Tania las últimas palabras de Konstantin, pronunciadas sólo para ella: “Ahí no estaba todo”. Ella misma no comprendió eso, por completo. Sólo sintió que esas palabras ocultaban algo importante. Y si lo dijo en un susurro, significaba que no quería que lo escucharan los otros.

      – Y que más? – preguntó Arkhangelskaia.

      – En la mesa de Danin encontré el libro sobre el Teorema de Fermat que yo le regalé en la escuela. Los otros libros estaban en los estantes. —

      – Qué significa? —

      – Yo pensé… Por ahora son sólo mis conclusiones… Bueno, en el apartamento estuvo alguien que conoce bien el valor de la demostración del Gran Teorema y era conocido de Sofía Evseevna. Por eso la mató. Cualquier otro hubiera podido empujar a la viejita e irse corriendo.

      – Ningún delincuente quiere testigos. —

      – No. – Valentina Ippolitovna dijo con convicción. – Un profesional encontraría la manera de no asesinar. Esto fue un amateur. Un amateur asustado. —

      – Y que dicen las evidencias? No hay huellas digitales? —

      – Evidencias… Encontraron huellas en el florero… de Konstantin. Poreso se lo llevaron. Para ellos es como dos por dos, cuatro. —

      – Si usted está en lo correcto, el mismo Danin les explicará sobre el teorema. Y los investigadores hurgarán. —

      – Precisamente, eso yo lo pongo en duda. Primero: difícilmente nuestros policías han escuchado algo sobre el Teorema de Fermat. Segundo: al responder preguntas no todo el mundo entiende la lógica de Konstantin. —

      – Es verdad. – Los ojos de Tatiana se movieron juguetonamente, como si recordara algo divertido. —Entonces se necesita que usted vaya como traductor y les explique todo. —

      – Para eso quiero prepararme bien. Pero necesito tu ayuda. —

      – Valentina Ippolitovna, cuando me negué a hacerlo? —

      – Quien de tus colegas

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