Arena Dos . Морган Райс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Arena Dos - Морган Райс страница 3

Arena Dos  - Морган Райс Trilogía De Supervivencia

Скачать книгу

style="font-size:15px;">      Él mira hacia el horizonte, impasible. Finalmente, se encoge de hombros.

      “Es difícil saberlo. Depende del tiempo que les tome reunir a las tropas. La nieve es espesa, lo cual es bueno para nosotros.  ¿Unas tres horas? Tal vez seis, si corremos con suerte. Lo bueno es que esta lancha es rápida.  Creo que podemos escapar de ellos, mientras tengamos combustible”.

      “Pero no lo tenemos”, digo, señalando lo obvio. “Salimos con tanque lleno—ya gastamos la mitad.  Se nos acabará en unas cuantas horas.  Canadá queda muy lejos.  ¿Cómo sugieres que encontremos combustible?”.

      Logan se queda mirando al agua, pensando.

      “No tenemos elección”, dice. “Tenemos que conseguirlo. No tenemos otra alternativa.  No podemos detenernos”.

      “Tendremos que descansar en algún momento”, digo. “Vamos a necesitar comida y un lugar dónde dormir.  No podemos quedarnos afuera, con este clima, todo el día y toda la noche”.

      “Será mejor morir de hambre y congelarnos, que ser atrapados por los tratantes de esclavos”, dice él.

      Pienso en la casa de papá, río arriba. Vamos a pasar cerca de ella. Recuerdo mi promesa a mi vieja perra, Sasha, de enterrarla. También pienso en toda la comida que hay allá arriba, en la cabaña de piedra—podemos rescatarla y nos podría mantener durante varios días. Pienso en todas las herramientas que hay en el garaje de papá, en todas las cosas que podemos utilizar. Y ni qué decir de la ropa adicional, mantas y fósforos.

      “Quiero hacer una parada”.

      Logan voltea a verme como si estuviera loca. Noto que no le gusta esto.

      “¿De qué hablas?”.

      “De la casa de mi papá. En Catskill. Está una hora al norte de aquí. Quiero que nos detengamos ahí. Hay muchas cosas que podemos rescatar. Cosas que necesitaremos. Por ejemplo, la comida. Y…”, hago una pausa, “quiero enterrar a mi perra”.

      “¿Enterrar a tu perra?”, pregunta, alzando la voz. “¿Estás loca? ¿Quieres que nos maten a todos por eso?”.

      “Se lo prometí a ella”, le digo.

      “¿Lo prometiste?”, responde. “¿A tu perra? ¿A tu perra muerta? Debes estar bromeando”.

      Sostengo la mirada y se da cuenta rápidamente de que no estoy bromeando.

      “Si prometo algo, lo cumplo. Te enterraría, si te lo hubiera prometido”.

      Él niega con la cabeza.

      “Escucha”, digo con firmeza. “Querías ir a Canadá. Podríamos haber ido a cualquier lugar. Ese era tu sueño. No el mío. ¿Quién sabe si existe siquiera esa ciudad? Te estoy siguiendo en tu capricho. Y esta lancha no es solo tuya. Sólo quiero detenerme en la casa de mi papá. Buscar algunas cosas que necesitamos y enterrar a mi perra. No tardaremos. Llevamos una gran ventaja sobre los tratantes de esclavos. Además de que tenemos un pequeño bote de combustible allá.  No es mucho, pero nos servirá”.

      Logan niega lentamente con su cabeza.

      “Preferiría no ir por ese combustible y no correr tal riesgo.  Estás hablando de las montañas. Estás hablando de unos treinta y dos kilómetros hacia el interior, ¿cierto? ¿Cómo supones que llegaremos ahí una vez que atraquemos? ¿Caminando?”

      “Yo sé dónde hay un viejo vehículo. Es una camioneta destartalada. Es solamente una estructura oxidada, pero funciona, y tiene suficiente combustible para llevarnos allá y regresarnos. Está escondida cerca de la orilla del río. El río nos llevará directamente hacia él.  La camioneta nos llevará arriba y nos regresará. Será rápido. Y después podemos continuar nuestro largo viaje a Canadá. Y vamos a estar mejor”.

      Logan mira fijamente al agua, en silencio, durante mucho tiempo, con los puños apretados firmemente en el timón.

      Finalmente, dice: “como quieras. Es la vida de ustedes la que arriesgan. Pero yo me quedaré en la lancha.  Tienes dos horas.  Si no regresas a tiempo, me iré”.

      Me aparto de él y miro al agua, presa de rabia. Yo quería que él me acompañara. Creo que solo está preocupado por él mismo, y eso me decepciona.  Pensé que era una mejor persona.

      “¿Entonces sólo te interesa tu bienestar, no?”, le pregunto.

      También me preocupa que no quiera acompañarme a casa de mi papá; no había pensado en eso.  Sé que Ben no querrá venir y me hubiera gustado tener ayuda. No importa. Sigo decidida a cumplir la promesa que hice, y la cumpliré.  Con o sin él.

      Él no contesta y noto que está molesto.

      Miro hacia el agua, tratando de evitar verlo.  Mientras el agua se agita en medio del constante zumbido del motor, me doy cuenta de que estoy enojada y no solamente porque me siento decepcionada de él, sino porque me había empezado a gustar, porque contaba con él. No había dependido de nadie desde hacía mucho tiempo.  Es un sentimiento aterrador, tener que depender de alguien otra vez y me siento traicionada.

      “¿Brooke?”

      Me siento contenta al escuchar el sonido de una voz conocida, y giro para ver a mi hermana que ya ha despertado.  Rose también despierta.  Ellas dos son como dos gotas de agua, como la extensión de una persona.

      Todavía me cuesta creer que Bree esté aquí conmigo otra vez.  Es como un sueño. Cuando se la llevaron, una parte de mí estaba segura de que nunca la volvería a ver con vida. Cada momento que estoy con ella, siento que me han dado una segunda oportunidad, y me siento más decidida que nunca a ver por ella.

      “Tengo hambre”, dice Bree, frotando sus ojos con el dorso sus manos.

      Penélope también se sienta, en el regazo de Bree. No deja de temblar y levanta el ojo bueno y me mira, como si también tuviera hambre.

      “Estoy congelada”, dice Rose, frotando sus hombros. Ella sólo lleva una blusa delgada y me siento terriblemente mal por ella.

      Entiendo. Yo también muero de hambre y me congelo. Mi nariz está roja y apenas puedo sentirla. Lo que encontramos en la lancha estuvo riquísimo, pero no satisface—especialmente si teníamos el estómago vacío.  Y lo comimos hace horas.  Piensoo nuevamente en el baúl de comida, en lo poco que queda y me pregunto cuánto tiempo nos durará. Sé que debería racionar la comida. Pero todos tenemos mucha hambre, y no soporto ver a Bree con ese aspecto.

      “No queda mucha comida”, le digo a ella, “pero puedo darles un poco ahora. Tenemos algunas galletas dulces y saladas”.

      “¡Galletas dulces!” gritan las dos al mismo tiempo. Penélope ladra.

      “Yo no haría eso”, se oye la voz de Logan, quien está junto a mí.

      Volteo a verlo y me mira con desaprobación.

      “Tenemos que racionarla”.

      “¡Por favor!”, dice Bree. “Necesito algo. Tengo mucha hambre”.

      “Tengo que darles algo”, digo con firmeza a Logan, entendiendo su criterio, pero molesta por su falta de compasión. “Repartiré una galleta a cada uno.  A todos nosotros”.

      “¿Y

Скачать книгу