Arena Dos . Морган Райс

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Arena Dos  - Морган Райс Trilogía De Supervivencia

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de su galleta, pero yo detengo su mano.

      “Espera”, le digo. “Si vas a darle de comer, ella debería tener un nombre, ¿no?”

      “Pero no tiene collar”, dice Rose. “Su nombre podría ser cualquier cosa”.

      “Ahora es tu perra”, le digo. “Ponle un nombre nuevo”.

      Rose y Bree intercambian una mirada de emoción.

      “¿Cómo debemos llamarla?”, pregunta Bree.

      “¿Qué te parece Penélope?” dice Rose.

      “¡Penélope!”, grita Bree. “Me gusta”.

      “A mí también me gusta”, le digo.

      “¡Penélope!”, le dice Rose a la perrita.

      Sorprendentemente, la perrita voltea a verla cuando la llama así, como si siempre hubiera sido su nombre.

      Bree sonríe, mientras extiende la mano y le da un pedazo de galleta.  Penélope se lo arrebata de las manos y lo traga de un bocado. Bree y Rose ríen animadamente, y Rose le da el resto de su galleta.  Ella también se lo arrebata y yo extiendo la mano y le doy el último bocado de mi galleta. Penélope nos mira a las tres con entusiasmo, temblando y ladra tres veces.

      Todas reímos.  Por un momento, casi olvido nuestros problemas.

      Pero entonces, a lo lejos, sobre el hombro de Bree, veo algo.

      “Ahí”, le digo a Logan, yendo hacia arriba y señalando a nuestra izquierda. “Ahí es donde tenemos que ir.  Gira ahí”.

      Veo la península donde Ben y yo fuimos en moto, sobre el hielo del Hudson. Me estremezco al recordarlo, al pensar en la locura de esa persecución. Sigo sorprendida de que estemos vivos.

      Logan mira sobre su hombro en busca de alguien que nos esté siguiendo; después, de mala gana, desacelera, desviándonos a un costado, llevándonos hacia la ensenada.

      Inquieta, miro alrededor con cautela cuando llegamos a la desembocadura de la península. Nos deslizamos junto a él mientras tuerce tierra adentro. Estamos muy cerca de la costa, pasando una torre de agua destartalada. Seguimos adelante y pronto nos deslizamos junto a las ruinas de una ciudad, justo en el centro de la misma. Catskill. Hay edificios quemados por todos lados y parece como si hubiera estallado una bomba.

      Todos estamos en ascuas al abrirnos camino lentamente hasta la ensenada, yendo tierra adentro; la costa está a varios metros de distancia al hacerse angosta. Estamos expuestos a tener una emboscada, e inconscientemente, bajo la mano y la apoyo en mi cadera, donde está mi cuchillo.  Me doy cuenta de que Logan hace lo mismo.

      Veo sobre mi hombro buscando a Ben; pero él sigue en estado casi catatónico.

      “¿Dónde está el camión?”, pregunta Logan, con voz nerviosa. “No iré tierra adentro, te lo digo desde ahora. Si algo sucede, necesitamos poder salir al Hudson, y rápidamente. Esto es una trampa mortal”, dice, mirando con recelo la orilla.

      Yo también la veo. Pero la costa está vacía, desolada, congelada, sin nadie a la vista, hasta donde alcanzo a ver.

      “¿Ves ahí?”, le digo, señalando. “¿Ese cobertizo oxidado? Es adentro”.

      Logan nos acerca otras treinta yardas más o menos, después gira hacia el cobertizo.  Hay un viejo muelle en ruinas, y logra llevar la lancha a unos metros de la orilla. Apaga el motor, toma el ancla y la tira por la borda.  Después toma la cuerda de la lancha, hace un nudo flojo en un extremo, y lo lanza a un poste de metal oxidado.  Cae adentro y nos acerca, apretándolo, para que podamos caminar hacia el muelle.

      “¿Vamos a bajar?”, pregunta Bree.

      “Yo bajaré”, le digo. “Espérame aquí, en la lancha. Es demasiado peligroso para que ustedes vayan. Volveré pronto.  Voy a enterrar a Sasha.  Lo prometo”.

      “¡No!”, grita ella. “Prometiste que nunca volveríamos a separarnos. ¡Lo prometiste! ¡No puedes dejarme aquí, sola! ¡NO puedes!”.

      “No te voy a dejar sola”, le digo, con el corazón hecho pedazos.  “Te quedarás con Logan, con Ben, y con Rose. Estarás totalmente segura. Lo prometo”.

      Pero Bree se levanta, y para mi sorpresa, da un salto a través de la cuerda y salta a la orilla de arena, cayendo justamente en la nieve.

      Ella se queda en tierra, con las manos en sus caderas, mirándome desafiante.

      “Si te vas, yo iré contigo”, afirma.

      Respiro profundamente, viendo que está decidida. Sé que cuando se pone así, es porque lo dice en serio.

      Será una responsabilidad ir con ella, pero tengo que reconocer que una parte de mí se siente bien teniéndola a mi lado todo el tiempo. Y si trato de disuadirla, solamente perderé más tiempo.

      “De acuerdo”, le digo. “Pero quédate cerca de mí todo el tiempo. ¿Lo prometes?”

      Ella asiente con la cabeza. “Lo prometo”.

      “Tengo miedo”, dice Rose, mirando a Bree, con los ojos bien abiertos. “Yo no quiero bajar de la lancha. Quiero quedarme aquí, con Penélope. ¿No les molesta?”.

      “Quiero que te quedes”, le digo, negándome en silencio a traerla también.

      Volteo a ver a Ben, y él se da vuelta y me mira con sus ojos de tristeza.  Su mirada me hace querer ver ahacia otro lado, pero me obligo a no hacerlo.

      “¿Vas a venir?”, le pregunto. Espero que diga que sí. Estoy molesta con Logan por quedarse aquí, por decepcionarme, y podría necesitar su apoyo.

      Pero Ben, sigue notoriamente aturdido, y sólo me mira. Me mira como si no comprendiera.  Me pregunto si sabe lo que está ocurriendo a su alrededor.

      “¿Vas a venir?” Le pregunto contundentemente. No tengo paciencia para esto.

      Lentamente, niega con la cabeza, retirándose.  Está fuera de sí, y trato de perdonarlo, pero es difícil.

      Me vuelvo para dejar la lancha y salto a la orilla.  Se siente bien tener los pies en tierra firme.

      “¡Esperen!”.

      Volteo y veo a Logan levantarse del asiento del conductor.

      “Sabía que pasaría una porquería así”, dijo.

      Camina por la lancha, recogiendo sus cosas.

      “¿Qué estás haciendo?”, le pregunto.

      “¿Tú qué crees?”, me pregunta. “No permitiré que vayan las dos solas”.

      Mi corazón se llena de alivio.  Si yo fuera sola, no me importaría tanto—pero me alegra tener otro par de ojos para cuidar a Bree.

      Salta de la lancha, hacia la costa.

      “Desde ahora te digo que es una idea tonta”, dice, mientras se pone a mi lado. “Deberíamos irnos.  Pronto va a anochecer.  El Hudson se puede congelar. Podríamos quedar varados aquí. Y ni qué decir de los tratantes de

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