Arena Dos . Морган Райс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Arena Dos - Морган Райс страница 6

Arena Dos  - Морган Райс Trilogía De Supervivencia

Скачать книгу

a verlo, impresionada y agradecida.

      “Trato hecho”, le digo.

      Pienso en el sacrificio que acaba de hacer y empiezo a sentir algo más.  Detrás de toda su pose, empiezo a sentir que realmente le agrado a Logan. Y que no es tan egoista como pensé.

      Cuando giramos para irnos, hay otro desplazamiento de la lancha.

      “¡Esperen!”, grita Ben.

      Volteo a ver.

      “No pueden dejarme aquí sola con Rose. ¿Qué pasa si alguien viene? ¿Qué se supone que yo haga?

      “Cuidar la lancha”, dice Logan, girando nuevamente para marcharse.

      “¡No sé conducirla!”, grita Ben. “¡No tengo armas!”.

      Logan se vuelve nuevamente, molesto, se agacha, toma una de las armas de fuego de una correa que tiene en su muslo, y se la da a él.  Le pega fuerte en el pecho, y la suelta.

      “Tal vez aprendas a usarla”, dice Logan con desdén, alejándose nuevamente.

      Echo un buen vistazo a Ben, quien está ahí parado, pareciendo tan indefenso y asustado, sosteniendo un arma que no sabe cómo utilizar. Se ve totalmente aterrado.

      Quiero consolarlo.  Decirle que todo va a estar bien, que regresaremos pronto.  Pero en cuanto me doy la vuelta, y miro hacia la gran cordillera ante nosotros, por vez primera no estoy tan segura de que lo haremos.

      DOS

      Caminamos rápidamente por la nieve y miro con ansiedad el cielo que se oscurece, sintiendo la presión del tiempo.  Echo un vistazo por encima de mi hombro, veo huellas en la nieve, y atrás de ellas, parado en la lancha que se mece, están Ben y Rose, mirándonos con los ojos bien abiertos. Rose sostiene a Penélope, que también tiene miedo. Penélope ladra. Me siento mal por dejar ahí a los tres, pero sé que nuestra misión es necesaria. Sé que podemos rescatar suministros y alimentos que nos ayudarán, y siento que tenemos una buena ventaja sobre los tratantes de esclavos.

      Me apresuro hacia el cobertizo oxidado, que está cubierto de nieve y abro de un tirón su puerta torcida, rezando para que el vehículo que escondí hace años, aún esté ahí.  Era una vieja camioneta oxidada, en muy mal estado, que es más estructura que vehículo, con solo un octavo de tanque de combustible. Me la encontré un día, en una zanja en la Ruta 23 y la escondí aquí, con cuidado, cerca del río, por si algún día la necesitaba. Recuerdo haber quedado sorprendida cuando pude voltearla.

      La puerta del cobertizo se abre haciendo un chirrido, y ahí está, tan bien escondida como el día en que la oculté, todavía cubierta de heno.  Siento un gran alivio.  Doy un paso al frente y quito el heno, mis manos se enfrían cuando toco el metal congelado. Voy a la parte trasera del cobertizo y abro las puertas dobles del granero, y la luz inunda el lugar.

      “Qué buenos neumáticos”, dice Logan, caminando detrás de mí, observándola.  “¿Estás segura de que camina?”

      “No”, le contesto. “Pero la casa de mi papá está a treinta y dos kilómetros de distancia, y no podemos caminar, precisamente”.

      Noto en su voz que realmente no quiere estar en esta misión, que quiere regresar a la lancha, ir río arriba.

      Subo de un salto al asiento del conductor y busco la llave en el piso.  Por fin la encuentro, escondida en lo más profundo.  La pongo en marcha, respiro profundamente y cierro mis ojos.

      Por favor, Dios. Por favor.

      Al principio no pasa nada.  Me siento descorazonada.

      Pero le doy marcha una y otra vez, girando más a la derecha y poco a poco empieza a encender.  Al principio es un sonido suave, como gato moribundo.  Pero acelero, doy marcha una y otra vez y finalmente enciende más.

      Arranca, arranca.

      Finalmente enciende, estruendosamente y crujiendo a la vida.  Se embarulla y jadea, claramente está en las últimas.  Por lo menos arranca.

      No puedo evitar sonreír, llena de alivio.  Funciona.  Realmente arrancó.  Vamos a poder ir a mi casa, a enterrar a mi perro, a buscar comida.  Siento como si Sasha nos estuviera mirando, ayudándonos.  Tal vez también mi papá.

      Se abre la puerta del pasajero y entra Bree, llena de emoción, pasando por el asiento de vinilo, justo a mi lado, mientras Logan salta y se sienta junto a ella, y cierra la puerta, mirando al frente.

      “¿Qué estás esperando?”, pregunta él. “El reloj está corriendo”.

      “No tienes que decírmelo dos veces”, le digo, igualmente tajante con él.

      Lo pongo en marcha y acelero, saliendo de reversa del cobertizo hacia la nieve y el cielo de la tarde.  Al principio, las ruedas quedan atrapadas en la nieve, pero acelero más y chisporrotea. Conducimos, virando bruscamente, con los neumáticos lisos, a través de un campo, lleno de baches, siendo sacudidos en todas direcciones.  Pero continuamos avanzando y es todo lo que me importa.

      Pronto, llegamos a un pequeño camino de tierra.  Estoy tan agradecida de que la nieve se haya derretido la mayor parte del día—de otra manera, nunca podríamos lograrlo.

      Empezamos por tomar una buena velocidad.  El camión me sorprende, tranquilizándome en cuanto se calienta.  Llegamos casi a 48 kph, al ir por la Ruta 23 hacia el oeste.  Sigo acelerando, hasta que llegamos a un bache y lo lamento.  Todos gemimos, al golpearnos la cabeza. Reduzco la velocidad.  Es casi imposible ver los baches en la nieve, y olvido el mal estado en que están estos caminos.

      Es escalofriante volver a este camino, yendo hacia lo que antes fue nuestro hogar.  Vuelvo a pasar por el camino que tomé cuando perseguía a los tratantes de esclavos, y me inundo de recuerdos. Recuerdo haber corrido aquí en una motocicleta, pensando que iba a morir, y trato de eliminarlo de mi mente.

      Conforme avanzamos, nos encontramos con el enorme árbol caído sobre el camino, que ahora está cubierto de nieve. Lo reconozco como el árbol que había sido talado durante mi salida, el que bloqueaba el camino de los tratantes de esclavos, por algún sobreviviente desconocido que nos estaba cuidado.  No puedo evitar preguntarme si hay otras personas por ahí ahora, sobreviviendo, o incluso vigilándonos.  Miro de un lado a otro, peinando el bosque.  Pero no veo ninguna señal.

      Estamos haciendo un buen tiempo y para mi alivio, nada va mal. No confío en ello. Es como si fuera demasiado sencillo. Miro el indicador de combustible y noto que no hemos gastado mucho.  Pero no sé qué tan preciso sea, y por un momento me pregunto si habrá suficiente combustible para ir allá y regresar.  Me pregunto si esto fue una idea tonta.

      Finalmente nos desviamos del camino principal hacia un camino de tierra angosto y serprenteante que nos llevará a la montaña, a la casa de mi papá. Ahora estoy más en ascuas, al ir zigzagueando en la montaña, viendo los acantilados en abrupto desnivel, a mi derecha. Estoy atenta y no puedo evitar notar la increíble vista, que abarca toda la cordillera Catskill. Pero el desnivel es empinado y la nieve es más espesa ahí, y sé que con un giro equivocado, una derrapada equivocada, este viejo cacharro de herrumbre irá justo al acantilado.

      Para mi sorpresa, el camión se queda ahí. Es como un bulldog. Pronto pasamos lo peor de todo, y al dar la vuelta en un curva, de repente veo nuestra antigua casa.

      “¡Oigan!

Скачать книгу